Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Transformer: El despertar de las bestias

05/01/2024

No hace mucho, tuve una interesante conversación con un agnóstico inteligente. Su capacidad intelectual le debería encuadrar en el terreno exclusivo de los ateos, seres tan cualificados que son capaces de afirmar con rotundidad que Dios no existe. Ha optado por ubicarse un escalón inferior a dicho pedestal de sabiduría, porque es demasiado honesto para asumir radicalmente el concepto. Su idea principal es que los creyentes como los ateos, son profundamente irritantes al poseer hacia el contrario una molesta condescendencia.

No fui capaz de convencerle de su error vital, porque mi arsenal intelectual no es lo suficientemente poderoso para tumbar una idea tan desarrollada. Creo que solo el Espíritu Santo en estado puro puede tener algún impacto en su persona. Tampoco es que la iglesia católica esté pasando un momento glorioso, porque los individuos que viven su Fe con alegría son pocos. Ya sea el clero alemán y belga, los jesuitas o a la vertiente progre parecen obsesionados en aplicar soluciones terrenales para asuntos sobrenaturales.

El cristianismo fue transgresor en sus comienzos ya que el rebaño era muy bruto. Han pasado los siglos y su fuerza social ha decaído porque el número de individuos que vive fielmente sus principios se ha hundido. Esta caída no es fruto de un despertar del sueño o de una victoria intelectual sino de la creencia extendida de que es un objetivo idílico pero imposible. En resumen, que la moral católica suena bien pero es impracticable.

Esta idea me ha fascinado siempre porque justamente la Fe se centra en ese misterio. A diferencia de otras religiones, no es la católica un relato de éxitos sino de debilidades. La confesión y la eucaristía son sacramentos centrados en la debilidad humana, no en su perfección.

Vemos el presente como si fuese una foto, cuando es solo un fotograma de una película más ambiciosa cuyo final desconocemos. Al postular ideas absolutas sobre la voluntad, no nos hacemos mejores personas sino seres expuestos a la decepción y al fracaso; individuos frágiles para el futuro. No quiero decir con esto que un creyente tenga garantizada la felicidad, solo que tiene más recursos para encajar el destino. La Fe no impide el sufrimiento, pero encauza el dolor. Tener las respuestas a las grandes preguntas hace que nuestro transcurrir terrenal sea explicable pero no necesariamente feliz. Somos aves de paso y deberíamos reflexionar sin olvidar ese hito que acompaña a nuestra efímera existencia.

ARCHIVADO EN: Iglesia católica