Óleo de paisaje con niebla

R. Pérez Barredo / Burgos
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Las densas brumas y los hielos han regalado un sinfín de bellísimas imágenes invernales por toda la provincia

Impresionante y bellísima estampa con cencellada en un recodo de Rubena. - Foto: Patricia

Con la niebla todo desaparece. Primero borra los perfiles de las cosas, luego difumina las luces hasta apagarlas y hasta parece engullir los sonidos: en ese tupido velo siempre reina un extraño silencio, un silencio grande, inquietante.Es como si la niebla, cuando se echa y lo conquista todo con su poderoso manto, tratara de ocultar acaso una tragedia o quién sabe si esa parte de la realidad que es la verdad verdadera y que la cotidianidad, siempre tan nítida, impide ver. ¡Qué extraño es vagar en la niebla!, escribió Herman Hesse: Ningún hombre conoce al otro./ Vida y soledad se confunden./ Cada uno está solo. Estos días de niebla y frío han regalado a los burgaleses esas sensaciones tan extrañas y turbadoras que provoca la niebla, a la vez que han dibujado estampas de enorme belleza tanto en la ciudad como en la provincia. Máxime cuando las bajas temperaturas, acompañadas de la bruma invernal, han dado como resultado la cencellada, esas livianas plumas de hielo que visten con su frágil cristal blanco los árboles, la hierba, los caminos, cualquier elemento que se encuentra a la cruda intemperie, al aire del mundo. 

Los fotógrafos de este periódico han retado al frío y a la complicada visibilidad de estos días para tratar de captar con sus cámaras instantáneas que son postales, que son cuadros de Van Gogh, de Monet o de Chagall, que son la destilación de un invierno que ha afilado sus garras para atraparnos a todos y congelarnos en ese instante detenido y eternizado que es una fotografía. Hay algo mágico en la niebla, como si fuera impulsada por un prestidigitador para hechizarnos y confundirnos, porque al cabo, cuando se deshace el sortilegio (cuando la vaharina se esfuma) y asoma ese disco que es el sol, todas las cosas permanecen en su sitio, tal como estaban antes. O no. Quizás ese ilusionista invisible esté jugando con nosotros y, durante el tiempo que dura el número -abracadabra- mueva todas las cosas sin que, al cabo, parezca que así haya sido. Y nos encontremos palpándonos la ropa y el alma, como niños llegados de un planeta extraño.

Y extraño es vagar por la niebla, como decía Hesse. Pero también es hermoso descubrir lo que ésta esconde, bien sea adentrándose en ella, bien esperando a que se volatilice: hay belleza, mucha belleza en ese tesoro oculto en la neblina de estos últimos días de diciembre, que se parecen un poco a la memoria, que se deforma a medida que transcurre el tiempo y las evocaciones se convierten en algo imaginado, tal vez soñado. Como un recuerdo hermoso.

 Como una cencellada en plena Navidad.

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