Iris, de 16 años, bajaba entusiasmada del Extazy mientras otro de los jóvenes con los que había compartido viaje se tumbaba en el suelo y se tapaba la cara: atrás dejaban varios minutos de sube y baja hasta una altura de 40 metros -según voceaba el feriante, al grito de proclamas como '¡Esa peña quiere leña!'- y sucesivos giros de 360 grados y en el aire de la plataforma en la que iban sentados. «Te tienes que agarrar muy fuerte, pero a mí me encantan estas atracciones», comentaba Iris, sonriente y con evidente buen aspecto; cosa que no podía decirse de todos los pasajeros con los que casi tocó el cielo burgalés. Pero esa es la esencia de una tarde en las barracas: una revolución de emociones.
La tarde de ayer era de lleno, tanto en la zona infantil como en la reservada a las atracciones 'duras' y no aptas para todos los públicos, como el Extazy -al parecer, en Burgos por primera vez-, el Ratón vacilón, el Speed (velocidad, en inglés), el Flic flac -igualmente de las de vértigo- o el Take off (despegue, también en inglés).
A media tarde había cola para subir en algunas de ellas, a pesar de que los precios oscilan entre los 4 y lo 5 euros por billete. Un importe que la mayoría de los paseantes consultados por este periódico consideraban alto y, de hecho, fue la principal causa de queja. Así lo cree Marco, de 18 años, quien afirmaba que «el precio es bastante caro; yo entiendo que los feriantes tienen que ganarse la vida, pero si fuera más barato, vendría más gente y la recaudación también sería mayor».
Las cuadrillas de chavales y las familias admitían ayer que recorren primero el ferial para hacerse una composición de lugar y decidir bien dónde se van a subir. Así lo explicaba Cristina, por ejemplo, madre de tres hijos en la cola del Súper Mario, donde cada tique cuesta 4,50 euros. Pero triunfa.
Siempre hay, no obstante, otras opciones más económicas e igualmente exitosas, como las carreras de camellos (dos, dos euros), el estanque de los patos (cuatro por 3,50 euros) o los clásicos trenes infantiles. El Dinotren, de hecho, fue la atracción que más gustó a Oliver, coruñés de Narón de 10 años que visitaba el ferial de Burgos por primera vez y que no solo agradeció la variedad para niños como él, poco amante del riesgo y las alturas, sino que admitió que «es un poco mejor que el de Narón, más grande».
También las tómbolas o los puestos de dardos tienen a sus infalibles, aunque la propietaria de uno de estos últimos, Marisol García, lamentaba que la feria oscila entre «floja» y «regular». Primer problema, que «el viento corre más en el polígono y la sensación de frío de estos días es mayor» y, segundo, un sentir generalizado entre los feriantes: hay menos gente por las dificultades para aparcar. «La gente viene, no tiene donde dejar el coche y se va. Está yendo muy mal», zanjaron en el Scalextric.