Si Gonzalo de Berceo, el primer poeta en lengua castellana, escribió hace 800 años sobre el bon vino, es natural que en su tierra, La Rioja, el elixir que sale de la viña y que se venera en medio mundo alcance la categoría de cultura. El vino ejerce de hilo conductor al recorrer la región de los siete valles, aunque el paisaje de viñedo deje paso a bosques, peñas y montañas conforme se gana altitud hacia las sierras que marcan frontera al sur con Burgos y Soria.
Y las cepas, casi eternas en sus viejos troncos y joviales y cambiantes la vez, despuntan ya con nuevos brotes, señal de que la primavera llama a la puerta. La Rioja es acogedora en cualquier momento, pero la estación florida ofrece el punto justo de frescura y calidez para una visita con la cultura y el vino entremezclados para seducir al viajero en un paisaje caleidoscópico, con tradiciones ancestrales y arte de vanguardia, con gastronomía popular y de estrella Michelin, con castillos y monasterios, calles de tapeo y bodegas que proporcionan experiencias únicas.
El catálogo de opciones puede parecer abrumador, pero La Rioja guarda sus mil y una esencias en un espacio que hace posible ascender en una mañana desde los sotos del omnipresente Ebro hasta las cumbres de los Cameros, al filo de los 2.000 metros de altitud.
Los ecos de la tradición vinícola riojana resuenan en los calados de las bodegas. - Foto: MARIO GOMEZLa capital de La Rioja puede ser punto de partida o de regreso para reponer fuerzas. La ciudad atesora una buena muestra de arte monumental y otras joyas mundialmente conocidas, como la calle Laurel y sus aledañas San Juan y San Agustín, donde el tapeo es casi religión y la hostelería local marida pinchos de siempre ('champis', setas, patatas bravas, zapatillas...) en barras centenarias con notables muestras de la nueva cocina.
Visitas a bodegas
Sin salir del municipio, bodegas con resonancias decimonónicas y otras de atrevida arquitectura reciben al enoturista, al tiempo que crían sus vinos. En la región con nombre de vino, más de un centenar de sus 500 bodegas son visitables. Son 'templos' de cultura enológica que lo mismo enseñan los misterios de la vinificación en cursos de cata o las propiedades antioxidantes de la uva con la vinoterapia, que dejan recorrer en bici sus viñedos. Calados y salas de barricas contagian quietud y sosiego bajo tierra, pero arriba, en los winebar, en las terrazas o a pie de viña el tintineo de copas y botellas desata la alegría y el momento de relajarse en pareja o con amigos.
Con el estímulo para el paladar de jóvenes caldos afrutados hasta grandes reservas con etiquetas de renombre, la gastronomía complementa el goce para el cuerpo y el espíritu. La variedad es amplia al descorchar una botella, pero no se queda manca al sentarse a la mesa. En mesones y restaurantes, los fogones subliman recetas que llevan el apellido de la tierra, como las patatas a la riojana, o que saben a sarmiento, como las chuletillas a la parrilla. El complemento está en la alta cocina, que en este territorio bate récords: La Rioja, con ocho estrellas Michelin, es la región más coronada por la famosa guía culinaria en relación a su población; y puede presumir de tener el pueblo más pequeño del mundo, con apenas medio centenar de habitantes, con un restaurante que luce ese prestigioso distintivo.
La tradición culinaria riojana es rica también en el postre. La repostería tiene productos con sello e historia propios, como los fardelejos, una delicia de almendra y aceite que los árabes dejaron en herencia en la comarca de Arnedo, o los famosísimos mazapanes de soto, que nacieron en la coqueta localidad de Soto en Cameros y hoy se degustan por toda España.
Las patatas a la riojana son todo un emblema de la cocina tradicional de la región. - Foto: James SturckeSi la calle Laurel, en Logroño, es archiconocida por sus bares de pinchos, en otros confines de La Rioja también se rinde culto al tapeo. Aguas arriba del Ebro, en Haro, con la mayor concentración de bodegas centenarias del mundo, la gastronomía a pequeña escala tiene predicamento en los bares de La Herradura. Hacia el sur, la bimilenaria Calahorra, una de las despensas de la afamada verdura riojana, tiene también su ruta de pinchos.
Ya es casi primavera y La Rioja se asoma a la nueva estación como una enorme terraza.
Lengua, historia y templos del vino
Además de su oferta enoturística y gastronómica, La Rioja propone al visitante sumergirse en una atmósfera enigmática en los monasterios de Yuso y Suso, en San Millán de la Cogolla, Patrimonio de la Humanidad como testigos de los balbuceos del idioma español; conocer los secretos de los celtíberos en la ciudad de Contrebia Leucade, en Aguilar del Río Alhama; recrear el pasado romano en Calahorra; o admirar arte de vanguardia en el museo Würth, en Agoncillo. El producto señero de La Rioja tiene su 'templo' en Briones, en el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, reconocido como el mejor del mundo en su género.