La emoción de las primeras veces

L.N.
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Gigantes y cabezudos hacen las delicias de los más pequeños, que tan pronto gritan como se esconden ante el temido chino o Manolete. Las barracas, con gran ambiente, ponen la guinda

La alcaldesa y el alcalde bailan delante de la iglesia de Santa María, acompañados por la banda de dulzainas y tambores. - Foto: L.N.

Al sonar los primeros redobles, los gigantes cobran vida. Se convierten en unos bailarines muy queridos por arandinos y visitantes, especialmente por los más pequeños. A su lado, inseparables, los cabezudos van haciendo alguna que otra travesura. Y eso a los niños les encanta. Gritan, corren, se revolucionan e, incluso, se esconden. En su desfile por las calles del centro con motivo de las fiestas patronales, los más osados son capaces de retar al temido chino (que propina unos porrazos muy sonoros), a Manolete y su escoba, Popeye, el cazador y hasta al mismísimo demonio.

La ilusión es la nota predominante entre la multitud que acostumbra a acompañar a estas apreciadas figuras. Ayer, al son de las dulzainas y tambores de la banda municipal, salieron a las calles de Aranda 17 piezas: el alcalde y la alcaldesa, de unos 25 kilos de peso, el caballo (que hasta ahora no había aparecido en escena), el enano, un diablo, un toro... La amenaza de lluvia impidió que hicieran lo propio el rey y la reina porque, según detalló Santiago Bustillo, presidente de la Asociación de Gigantes y Cabezudos de Aranda, se podrían estropear. Afortunadamente, las nubes se despejaron y pronto salió el sol para alegría de los incontables niños que no perdonaron un pasacalles que transcurrió por Santa María, Barrio Nuevo, la calle Isilla y la Plaza del Trigo hasta desembocar en la Plaza Mayor. Todo ello al ritmo del cancionero popular. Y es que la Banda Municipal de Dulzainas y Tambores, con su director Agustín Pindado al frente, desfila con los gigantes y cabezudos desde 2013. Cuenta que les gustan todos, pero sienten un cariño especial por Manolete, el Fortún y el presidente.

A ellos se sumaron las figuras artesanales elaboradas por unos cuantos niños. Todos juntos disfrutaron de lo lindo. Cierto es que muchos chavales se resguardaron en las piernas de sus padres en distintas ocasiones, pero no hubo nervios que no se calmaran con unos cuantos caramelos.

Los mayores, por su parte, aprovecharon para bailar la jota frente a la iglesia de Santa María. Eso sí, no se libraron de los porrazos del vikingo ni del enano. Ninguno perdonó en un alarde de energía asombroso tras cinco días de fiestas en honor a la Virgen de las Viñas que a más de uno le empiezan a pesar. No así a las peñas, que ayer disfrutaban, como es tradición, de un buen almuerzo en la calle.

Gran ambiente. Por la tarde, la diversión se trasladó hasta el Recinto Ferial, espacio que ha vuelto a acoger un sinfín de barracas destinadas a todos los públicos. Colchonetas para los más pequeños, algún que otro tiovivo, puestos de algodón de azúcar y atracciones que quitan el hipo de adolescentes y adultos. No falta el clásico tren de la escoba, ni los coches de choque, el zig-zag o la olla. Así que el entretenimiento está más que asegurado, como bien se reflejó ayer a juzgar por la gran cantidad de gente que acudió hasta la feria a pasar y, sobre todo, a disfrutar de la cuarta jornada festiva en Aranda.

Como todo en la vida, las atracciones también han ido evolucionando con el tiempo. Sin embargo, ciertas barracas continúan con alguna que otra modificación estética. Es el caso del Scalextric, dirigido al público de entre tres y cuatro años y que consiste en una pista por la que circulan coches de distintos modelos. Como en los 80, sigue encandilando a los más pequeños. Otra que se mantiene es la Churrería Santiago, fiel a las fiestas arandinas desde hace décadas. No fallan ni el bingo, ni los puestos que sortean jamones. Todo inundado de colorido, de algún que otro grito procedente del Saltamontes y el Spiderman, globos y muchos peluches, que para eso los niños son los reyes de la fiesta.