El Clan del Golfo aprieta pero no ahoga

I.Escudero y E.Negrete (EFE)
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El grupo armado, que ha puesto en jaque a gran parte del país, se ha volcado con una labor social en el pueblo donde se creó, con la construcción de viviendas para las clases más pobres

También conocidas como Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), la milicia reparte justicia y orden en el barrio que ha creado. / - Foto: Mauricio Dueñas Castañeda

El barrio es conocido popularmente como Las casitas pero algunas vecinas lo llaman Bendición de Dios, aunque más bien la «bendición» la concedió el Clan del Golfo, el grupo que controla y manda en este rincón del noroeste de Colombia, desconectado del país y que linda con Panamá.

Son 40 viviendas pintadas de verde, blanco, rojo y amarillo, los colores de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), el otro nombre con el que se conoce a la mayor banda criminal del país y que en el Golfo del Urabá ha llenado un vacío que ningún Gobierno ha ocupado.

Casi todo es deficiente: desde la electricidad hasta la Educación, así como las vías de acceso o la Sanidad. Por eso, el Clan del Golfo pone profesores en las escuelas rurales donde faltan; construye carreteras para que puedan salir a los mercados locales los productos agrícolas -y la coca-, y también, ante el «hacinamiento» de quienes retornaron a su tierra y vivían sin hogar, construyeron casas.

Ley y orden

También imponen ley y orden. Imparten justicia, dirimen conflictos entre vecinos y en ocasiones aplican castigos: desde una llamada de atención hasta la orden de barrer un parque de la comunidad. Aunque cada vez intervienen menos.

El verde, amarillo y rojo de la banda paramilitar reina en las viviendas. El verde, amarillo y rojo de la banda paramilitar reina en las viviendas. - Foto: Mauricio Dueñas Castañeda«Soy una de las beneficiarias de estas casas que regaló...», asegura Yira Berbel sin atreverse a acabar la frase. Allí les llaman La organización, La empresa o a veces ellos o los que mandan. Siempre susurrando, a pesar de que la aceptación que las AGC tienen allí es muy elevada. «Del Gobierno una no va a esperar 40 casas así para una comunidad», así que, «si tienes necesidad no te pones a hacer preguntas», repite esta madre de dos hijos.

El día de la entrega de las viviendas, en 2021, fue una fiesta. Las vecinas recuerdan el «sorteíto» que organizaron, cómo iban sacando papeles de una bolsa con el número de la casa. El único requisito que les pusieron era que se habitaran. No hubo amenazas ni les han pedido nada a cambio. Solo querían regalar hogares a quienes no tenían dónde vivir: «La gente aquí está muy agradecida con La Organización porque esto antes era una cancha».

Las vecinas, muchas desplazadas por la violencia hace años, hablan de la «tranquilidad» de esta zona. Una paradoja sabiendo que viven en un «área roja» que controla este grupo, que se dedica sobre todo al narcotráfico y la minería ilegal.

Los milicianos siguen sin aceptar un diálogo con el Gobierno de Bogotá. Los milicianos siguen sin aceptar un diálogo con el Gobierno de Bogotá. - Foto: EFEDice Ana Lucila Mestra, presidenta de la Asocomunal de este municipio, Unguía, que al final el grupo está compuesto por los hijos, padres, esposos que viven el abandono estatal, que lo compone «cualquier persona que por falta de oportunidades para poder ganarse el sustento de su familia decide tomar un arma». «Da tristeza que tengan que ser esas estructuras ilegales las que lleguen a nuestros territorios a suplirnos la necesidad que por ley debería el Estado suplirnos. Son ellos los que nos ayudan en temas de vías, en temas de mejoramiento de vivienda», asegura.

Inversión y amenazas

Hay escenas comunes en el Chocó: Una barca llega a un improvisado muelle para que los pasajeros bajen entre dos casas de madera donde las iniciales de las AGC son más distinguibles que el cartel que da nombre al pueblo. Las mismas iniciales que se leen en fachadas, escuelas y pancartas y que se extienden por muchos otros del Caribe y del Pacífico.

Sin embargo, mientras que en Unguía los integrantes de las AGC pintan escuelas, en otras se pasean con fusil impartiendo miedo, plantando minas que hacen que los campesinos no puedan cultivar o incluso provocando que muchos jóvenes prefieran suicidarse antes de ser reclutados.

Muchos coinciden que en la tierra que les vio nacer el invertir en infraestructuras y dar lo que las comunidades necesitan les ha dado popularidad, pero en otros lugares, sobre todo donde no tienen control total, siguen empleando la fuerza, amenazas y asesinatos selectivos.

También mantienen una guerra abierta con el Ejército y otros grupos como el ELN, y los ruidos de los fusiles y las ametralladoras siguen quitando el sueño a la población.

«Estamos en medio de una guerra absurda. El que tiene sus armas sabe cómo se va a defender, pero a nosotros, las víctimas, a nosotros, los campesinos, lo único que nos defiende es la palabra», resume la lideresa afrocolombiana.