Una tradición familiar con visos de perpetuarse

I.E. / Burgos
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Carlos García recuerda "con ilusión y nostalgia" el momento en que empezó a dar relevos a su padre y comenzó a meterse bajo las faldas de la Gigantilla

La hija mayor de Carlos García, Silvia, ha empezado a bailar a la Gigantilla este año, y Diego, el menor, ya lo está deseando. - Foto: Valdivielso

Más que una afición, lo de Carlos García con los gigantillos y gigantones es toda una pasión, que tiene su origen en una tradición familiar muy arraigada, cuyo impulsor fue su abuelo Julián. En los años 50 del siglo pasado un bombero burgalés, Clodo -para más señas-, se jubiló en la agrupación y le cedió el testigo al padre del padre de nuestro protagonista. Desde ese momento su progenitor, sus tíos, primos y él mismo han bailado tanto el gigantillo como la gigantilla, una saga con vocación de seguir cumpliendo con el ritual año tras año, pues a los hijos de Carlos ya les pica el gusanillo y la mayor, Silvia, ha empezado a dar algún relevo en estas fiestas de San Pedro y San Pablo.

El padre de Carlos -de mismo nombre- portó el gigantillo en una primera etapa, pero tuvo que dejarlo por un tiempo por "cuestiones laborales". Su llegada por segunda vez a la agrupación vino precedida por una tragedia -la muerte de su hermano-, que en esos momentos era el porteador de la gigantilla. Su familia le pidió que heredera el cometido que desempeñaba su hermano. Y así lo hizo. Fue en ese segundo periodo cuando Carlos vivió de cerca el ritual familiar. Al acompañar a su padre cada vez que le tocaba meterse bajo las faldas de la gigantilla, empezó a hacerle "verdadera ilusión" formar parte de esta tradición tan burgalesa. "Le daba unas palizas increíbles a mi padre para que me dejara llevarla a mí", explica. Con 17 años vio colmadas sus aspiraciones, pues fue cuando su progenitor le dejó "pegar el primer baile". "Lo recuerdo con mucha ilusión y con mucha nostalgia", afirma.

Al año siguiente ya se puso las medias, de manera que oficializó su entrada en la agrupación. En el año 94 se convirtió en porteador oficial de la gigantilla, ya que a su padre "le llevaba tiempo dando guerra la cadera" y hubo de retirarse. Y es que son 64 kilos de peso los que hay que echarse a los hombros cada vez que se celebra un pasacalles. Hay que recordar que el gigantillo y la gigantilla salen 14 días al año: San Lesmes, las Candelas y el Día de las Peñas, ellos solos. Y junto a gigantones participan en el Corpus, Curpillos, el día de la proclamación de las reinas y ocho días de fiestas patronales.

Carlos García, a la derecha, en uno de los primeros años que bailó la gigantilla. Carlos García, a la derecha, en uno de los primeros años que bailó la gigantilla. - Foto: Valdivielso

La pasión de Carlos obedece a dos factores. Por una parte, el respeto a la tradición burgalesa y, por otra, al sentimiento de pertenencia a una misma estirpe familiar que despierta en él llevar la gigantilla. "Nunca he estado en un grupo de danzas ni de folclore, me he tomado siempre esto como una tradición familiar; sé que es de Burgos y de los burgaleses pero, al mismo tiempo, lo siento como algo mío", explica.

Confiesa que portar la 'muñeca', como la llama cariñosamente, le "encanta". De hecho, hace todo lo posible para cogerse días libres en el trabajo cada vez que toca bailarla. "Me cojo vacaciones, asuntos propios, lo que sea, con tal de no perdérmelo", afirma, para agregar que incluso en épocas en que no ha "andado tan bien de salud" también ha salido con la agrupación. No es de extrañar, por tanto, que desee que sus hijos empiecen a tomar el testigo de su padre. Diego, el pequeño -acaba de terminar sexto de Primaria-, siempre ha dicho que tiene ilusión por bailar la gigantilla. La mayor, Silvia -que empieza Bach el curso que viene- no ha mostrado tanto entusiasmo en el pasado pero ahora "sí" le "gusta la idea". "Es verdad que pesa -incluso más que ella misma- pero lo importante es llevar el equilibrio", afirma. Su padre aseguraba que en estos Sampedros serían "su bautismo, la moverá un poco e irá cogiendo las mañas". A Diego aún le falta, porque aunque despega a la gigantilla del suelo, aún tiene que crecer algunos centímetros para poder moverla con soltura y seguridad. "A mí me gusta mucho ver a mi padre y me gustaría cogerla", confiesa.

La agrupación se convirtió en asociación en el año 1999, cuando el Ayuntamiento pidió a sus miembros que cambiaran de estatus para poder acceder a las convocatorias de subvenciones municipales. Sus integrantes mantienen una relación muy cercana, a pesar de que "quizá se ha perdido un poco el ambiente más familiar de antes". "Pero seguimos siendo una familia y hay mucha unidad; en Sampedros solemos organizar alguna cena y los aficionados a las motos, que somos unos cuantos, hacemos salidas con más o menos frecuencia", relata Carlos.

En definitiva, se trata de una fraternidad cuyo espíritu Carlos quiere que cale en sus hijos. La sonrisa de oreja a oreja que se le dibuja en el rostro cuando ve a los dos meterse bajo sus faldas para levantar la 'muñeca' revela orgullo de padre y también de burgalés de pura cepa.