Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Esto es de película

16/05/2023

Este martes, en un nuevo Consejo de Ministros preelectoral, el Gobierno aprueba una norma si se quiere de segundo rango, pero cuya repercusión publicitaria ha superado con mucho a los diez millones de euros que costará a las arcas del Estado: los martes, los mayores de 65 años podrán ir al cine por dos euros. Sánchez sabe cómo hacer ruido desde el 'Boletín Oficial del Estado' y desde el atril de La Moncloa, y lo aprovecha a fondo cuando las elecciones municipales y autonómicas ya están aquí, a menos de dos semanas, y los sondeos apuran sus últimas oportunidades de tratar de mostrar cuáles pueden ser los resultados territorio a territorio. ¿Cuánto sirven las medidas electoralistas para mover el voto? Y ¿es ese electoralismo, empleando la propia frase de Sánchez para referirse a las candidaturas de ex etarras en las listas de Bildu, "legal, pero no decente"?

La respuesta a ambas preguntas no es fácil. No basta con un 'sí' o un 'no'. Desde luego, sacar cada día un conejo benéfico de la chistera, llámense viajes en tren, avales de hipotecas, ayudas culturales para los jóvenes o entradas baratas para el cine de los mayores, sí sirve, desde luego, para copar los titulares, lo que significa relegar a la 'página par' los titulares de la competencia. Máxime si la competencia anda poco ágil en sus mensajes. A Sánchez hay que reconocerle que está haciendo una campaña no sé si mejor, pero desde luego sí más eficaz que sus oponentes, incluyendo en la lista desde a Núñez Feijóo hasta a Yolanda Díaz, suponiendo que ella sea oponente real del inquilino de la Moncloa.

En cuanto a la calificación moral del electoralismo, creo que hay algunas consideraciones contradictorias: lo que Sánchez hace va contra la igualdad de oportunidades en una campaña electoral, desde luego. Pero la elegancia política no es su fuerte. Yo, sin embargo, no lo llamaría 'indecencia'. Las campañas electorales sirven, entre otras cosas, para atar compromisos que mejoran la vida de los ciudadanos, sea en forma de más y más baratas viviendas, aumentos en el salario mínimo o pases para el cine, ayudando de paso a la industria del sector, que buena falta le hace. Si no hubiese campañas, o sea, si no hubiese elecciones como tales, estaríamos aún anclados en el derecho de pernada. La política es, debería ser, más cuestión de realizaciones que de ataques y reproches.

Pero ya digo: al arbitrio de los ciudadanos queda determinar cuánto de benéfico y cuánto de rechazable tienen las ofertas de 'pan y cine'. Cuánto de aceptables o de abusivas tienen ciertas campañas publicitarias electorales disfrazadas de institucionales. Cuánto valen la estética, las formas, en política, y cuánto vale la ética. O la fidelidad a la palabra dada. O si es preferible la realidad, la dura realidad, a la ficción cinematográfica. Porque aquí corremos el riesgo de que esto se convierta en una película. Decida usted si cómica, de terror, un thriller o de metaverso, como ese 'todo, en todas partes y todo el tiempo' que acaparó tantos premios Oscar este año. Un título, por cierto, muy apropiado a la ocasión: todo, en todas partes, todo el tiempo, vale para llenar las urnas de votos propios.