«Quiero creer que la prensa es altavoz de mentiras sin querer»

I.L.H.
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ENTREVISTA | Marta Fernández (Madrid, 1973) es licenciada por la Complutense, inició su carrera periodística en Telemadrid y pasó por Diario 16, TVE, CNN, Cuatro, Telecinco y El País. Ha publicado 'Te regalaré el mundo' y 'No te enamores de cobardes'

La periodista y escritora Marta Fernández Vázquez presenta hoy en el MEH 'La mentira'. - Foto: Luis Gaspar

Juan Luis Arsuaga y Marta Fernández se cambian este jueves los papeles. Igual que la periodista presentó al codirector del Equipo de Investigación de Atapuerca y Juan José Millás en Madrid con sus anteriores libros, hoy será el científico quien presente a las 20:15 horas en el Museo de la Evolución Humana La mentira. Historias de impostores y engañados (HarperCollins), el libro con el que Marta Fernández lleva a cabo un interesante relato de las fascinantes vidas de embaucadores que fueron capaces de vender la Torre Eiffel, los vinos de Thomas Jefferson o pasearse con la niñera de George Washington de 161 años. La escritora y fan reconocida de Thomas Pynchon reúne estas historias capaces cada una de dar forma a una novela para descubrirnos que la mentira forma parte de nosotros, que hay tramas tan seductoras que las preferimos a la verdad y que para que subsistan debe haber crédulos.

¿Por qué decidió indagar en las biografías de grandes embaucadores?
Porque siempre me ha interesado la impostura y los impostores y porque cuando me puse con ello se decía que vivíamos en la época de la post-verdad y las noticias falsas, y en mi opinión eso no es cierto: las mentiras están ahí desde el inicio de la humanidad. El Caballo de Troya, por ejemplo, fue una fake news.

Si la mentira es tan antigua como la humanidad, ¿cómo las imagina cuando no había lenguaje?
Eso es lo más interesante de todo. Investigando para el libro he visto que hay simios que practican la mentira para esconder comida o tender trampas. La clave de los humanos es que somos capaces de mentirnos a nosotros mismos. Y hacerlo supone que nuestras mentiras a los demás sean todavía mucho más creíbles. De todas formas, la gran aliada de la mentira es la palabra, aquello que decía Umberto Eco de que lo que no puede ser utilizado para decir una mentira no puede ser utilizado para decir una verdad.

Todos mentimos, pero los hay que se creen sus propias invenciones y que además las exponen muy bien.
La figura del mentiroso compulsivo  nos parece algo patológico y extraordinario, pero si revisamos en nuestras biografías siempre encontramos a alguien en nuestro entorno. Y lo hace tan bien porque es un gran relator de historias que invita a que le creamos. Incluso habiendo siendo testigos de lo contrario. Es ese dicho italiano: Se non è vero, è ben trovato (Si no es verdad, está bien creado).

¿Cuando una mentira se convierte en leyenda ya podemos darla por buena?
La asumimos, como mínimo. Porque si está bien construida y resulta seductora, nos la queremos creer. Si hay una mentira famosa en el libro, es la de La Guerra de los Mundos. Y después de investigarlo cuento cómo fue toda la retransmisión. Y todo lo que creemos saber sobre ese hecho no es tan cierto como nos lo contaron. No se produjeron escenas de pánico en EEUU, la gente no salió despavorida a las calles. El programa de Orson Welles lo escuchaba muy poca gente porque la mayoría de la audiencia atendía a un programa de variedades que había en una cadena rival. Y sin embargo el relato que ha pasado a la posteridad es ese de que los estadounidenses huyeron de sus casas pensando que venían los marcianos. Eso es una mentira que la prensa propagó por temor a que la radio les quitara el sitio.

Lo interesante de la mentira es por qué nos inclinamos a creer ciertas cosas»

En papel de la prensa y los periodistas lo destaca en varias de sus historias. A veces se puede propagar una mentira por no contrastar la información, pero otras veces somos altavoz de algo que sabemos que no es como dicen...
Quiero creer que la mayor parte de las veces la prensa es altavoz de mentiras sin quererlo, por un error o porque se la cuelan. Otras, es verdad, somos transmisores del mensaje que otros quieren. Luego están las condiciones en las que ejercemos nuestro trabajo y cómo ha cambiado. En el futuro se analizará cómo el periodismo pasó de ser analítico a declarativo, en el que muchas veces los periodistas solo pueden -por tiempo o por lo que se les exige- reproducir exactamente unas declaraciones. Y otro peligro es que somos muy cortos de memoria y se nos olvida lo que se dijo o se prometió un año antes.

A lo largo de la historia ha tenido que haber tropecientos embusteros legendarios. ¿En base a qué seleccionó los que salen en el libro?
Eso fue lo más complicado porque según investigaba, iba aplazando el momento de ponerme a escribir porque unos mentirosos me llevaban a otros. Lo que quería era encontrar un equilibrio donde aparecieran impostores históricos, no de nuestros días, y que los hubiese más o menos conocidos. Recojo, por ejemplo, el famoso fraude de la Luna -una serie de artículos en los que se detallaba el descubrimiento de la vida selenita-, la historia de La Guerra de los Mundos o la de las hadas que se creyó Conan Doyle. Y las combino con otras de personajes más desconocidos o sorprendentes. 

¿Cuál le resulta más fascinante?
Todas son muy novelescas. Me gusta mucho La Guerra de los Mundos; la del tipo que vende la Torre Eiffel y además tima a Al Capone; el jeta que falsifica los vinos de Thomas Jefferson; las historias de espías, y luego siento debilidad por los impostores literarios, como un personaje que para conseguir el amor de su padre, que era coleccionista de piezas de Shakespeare, decide falsificar sus papeles y hasta una obra de teatro. Me provocan empatía y piedad.

Lo de La Guerra de los Mundos no ocurrió como nos contaron. Tuvo muy pocos oyentes y no salieron despavoridos a la calle»

El engaño seduce, porque según quien sea la víctima el regocijo es mayor. Pero los hay que no tienen perdón. ¿Cuál le cae peor?
No soporto a un tal Gregor MacGregor que timó a unas pobres gentes vendiéndoles que era el rey de Poyais, un territorio lleno de oro donde se podía cosechar 4 veces al año.

¿Por qué parecen resultar más atractivas las teorías de las conspiraciones?
Los humanos siempre queremos una explicación. Y aunque la que suele funcionar es la sencilla, a veces las más alambicadas colman nuestros sueños sobre lo complicado del mundo. Acuérdate cuánto tiempo se puso en duda si un avión había chocado contra el Pentágono, y era evidente. O los terraplanistas. Tiene que ver también con el ego, con pensar que poseemos un secreto o que somos más listos que el resto.

Me considero escéptica y a la vez una ingenua. ¿Eso es posible?
Creo que sí. A mí me sucede lo mismo. Soy tremendamente escéptica y a veces una ingenua. Lo interesante de las mentiras y los impostores es por qué nos inclinamos a creer ciertas cosas. Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, un personaje completamente racional, se creyó las fotos con unas hadas que habían hecho unas niñas. Y creía también en el espiritismo, pese a que les explicaran los trucos. 

No hay muchas mujeres...
...Quizá porque a las grandes mentirosas de la historia no las han pillado.

¿Qué se necesita para ser un mentiroso que resulte fascinante?
Hay un decálogo del tipo que vendió la Torre Eiffel y viene a decir que hay que saber escuchar y comprender a tu interlocutor para conocer sus debilidades y gustos. En el fondo tienes que ser un gran seductor.

En el futuro se analizará cómo el periodismo pasó de ser analítico a ser declarativo»