"No podemos utilizar lo rural como parche para los problemas"

ALMUDENA SANZ
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ENTREVISTA | Olmos de la Picaza, el pueblo burgalés donde pasó todos sus veranos de niña, se despliega como el gran protagonista de 'Las herederas', la nueva novela de la escritora Aixa de la Cruz. Cuenta por qué y cómo el jueves en el Salón Círculo

Aixa de la Cruz, escritora. - Foto: Alba García

No es una parada más en la gira de presentación de Las herederas. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) viene a Burgos con la ilusión de hacerlo al lugar donde nació y creció su nueva novela. Olmos de la Picaza, su personal paraíso durante su infancia y la pandemia, enmarca la historia de Olivia, Nora, Lis y Erica, las primas que se juntan en el pueblo para hacerse cargo de la casa familiar, la herencia de su abuela, que se abrió las venas en la bañera sin que se sepa por qué. La escritora se encuentra por primera vez con sus lectores en esas tierras. Lo hace de la mano de Círculo Creativo en el Salón de plaza de España el jueves (20 h.). 

¿Qué papel interpreta Olmos de la Picaza en Las herederas?
El confinamiento duro nos pilló a mi marido y a mí viviendo en Bilbao, en una casa de 45 metros cuadrados, con una niña de diez meses. Tuvimos una sensación de claustrofobia bastante grande. Terminó el confinamiento, nos dejaron salir y, como todos los veranos desde que soy una niña, nos fuimos a Olmos de la Picaza. Y no volvimos. Nos quedamos allí con lo puesto, nos dimos cuenta de que, de pronto, aunque fuera una aldea sin servicios, con los problemas que, por desgracia, tiene el mundo rural, después de la experiencia horrible que habíamos tenido en la ciudad, era lo que necesitábamos. Y Las herederas tiene que ver con el cambio de imaginario y con el regalo inmenso que fue que este pueblecito se convirtiera en nuestro refugio. 

Toda la acción se desarrolla en ese medio rural con el retrato de lo bueno y lo malo, una suerte de arcadia y también un lugar asfixiante... 
Hay cuatro personajes y cada una proyecta una visión sobre el medio rural y sobre la casa heredada. Dos consideran que no tiene ningún valor y quieren deshacerse de ella, porque el medio rural es algo en decadencia, donde nadie quiere quedarse, y otras dos lo conciben de manera distinta. Una de ellas, Erica, está muy encantada con esta idea de la vuelta a los orígenes, pero peca de no darse cuenta de que si idealizamos el medio rural como una salida perfecta a todas las violencias que sufrimos en la ciudad, quedan dos problemas, olvidamos que el medio rural está muy abandonado y atravesado por sus propias violencias y no podemos atajar las violencias en la ciudad volviendo todos masivamente al campo en modo colonial. Hay que reivindicar lo que necesita el pueblo y lo que necesita la ciudad. Pero no podemos utilizar lo rural como un parche para los problemas del mundo urbano. 

Olivia evoca los veranos felices en el pueblo, pese a algún recuerdo doloroso. ¿Aflora la autora en esa niña? 
Sí, totalmente, soy hija única, pero, de alguna forma, estos dos años en la casa familiar me hicieron volver a mi infancia y sentir que la casa estaba llena de voces, que eran los recuerdos de la infancia. Con esto trabaja la novela. Las cuatro protagonistas vuelven a ese espacio infantil del que está impregnada la casa. 

¿Es esa casa un personaje más? 
Yo misma tengo la duda. Muchos hablan de un quinto personaje, el de la abuela fallecida. No sé si esa voz que atraviesa la novela es la abuela o la propia casa. Las casas guardan improntas energéticas de quienes las habitaron y eso a veces se reproduce en voces, sueños muy concretos. 

No quiero caer en la romantización, pero escribir en el pueblo fue una experiencia casi mágica y muy importante para lo literario; me convirtió en una escritora distinta»

La novela arranca con el suicidio de la abuela y aparecen varias reflexiones en boca de las nietas. ¿Es necesario encender los focos sobre esa conducta que aún se oculta? 
La novela propone una trampa. Al principio parece que el suicidio es el punto de partida, pero en el fondo no quiere ir por ahí. Una de las cosas interesantes sobre el suicidio, representada en Olivia, es que genera unos duelos horribles y con tendencia a patologizarse, porque es muy fácil que en lugar de enfrentarte al duelo, que es lo lógico ante una muerte, cuando ese alguien se suicida, se obsesione con desentrañar por qué se hizo. Y yo quería proponer que esa no es la salida, que hay que asumir que detrás del suicidio hay una gran incógnita y también un gran peso social. El suicidio hay que entenderlo como un reto colectivo, en el sentido de qué podemos cambiar en las estructuras sistémicas, en las protecciones en salud mental, para que se suicide menos gente, y una vez hagamos esto, seguirá siendo una incógnita. 

Parece que un suicidio en la familia constata lo que siempre se sospecha, que la locura corre en los genes, que estamos bíblicamente perdidas (página 19). ¿Pero aún afloran tabús y prejuicios en torno al suicidio?
La psiquiatría sigue jugando más con hipótesis que con claves, pero siempre está la sospecha de la herencia genética. Las protagonistas también parten de ese peso enorme y, además, con esa cosa que se dice de que la genética se salta una generación y las mujeres heredamos de la abuela más que de la madre. Por lo que ellas parten de un lugar muy incómodo donde lo que ha hecho la abuela es una amenaza que pende sobre ellas porque se sienten abocadas a repetirlo, pero a lo largo del texto van evolucionando y empiezan a entender que habrá otros condicionantes y que no hay una idea de causa-efecto en la herencia, que las herencias son regalos, pero no condenas. 

Aquí también aparece marcado ese lazo de la abuela-nieta y queda más diluido el vínculo con la hija... 
En algún momento, un personaje reflexiona sobre que la abuela legó todo lo material a las hijas legítimas y a ellas, la tierra. Yo he sido madre hace poco y serlo en pleno conflicto climático hace que se me quedara grabado que a mi hija lo único que le debo es un trozo de tierra cultivable por miedo a lo que pueda venir. 

¿La maternidad, otro de esos temas transversales, se representa de una manera cruda, sin idealizaciones? 
La historia de la locura está profundamente ligada a como se ha tratado lo que sucedía a las mujeres que eran madres y se daban cuenta de que las exigencias que el sistema ejercía sobre ellas eran invivibles. Lis tiene una crisis horrible, ha sido psiquiatrizada y se le pone la etiqueta de loca después de haber parido. La crianza es tan dura que lo raro es no romperte un poco. Viene suscitada por el entorno en el que criamos, por las expectativas patriarcales, los abandonos institucionales, la pobreza, la no implicación de los padres... 

Hay que asumir que detrás del suicidio hay una gran incógnita y un gran peso social»

¿También se contrapone el consumo de las drogas ilegales, a las que es adicta Nora, y las legales, que consumen la abuela o la propia Lis? 
La gran división que yo quería plantear se daba entre drogas que tomamos para producir más y mejor, para no salir de la espiral del trabajo, y las drogas chamánicas, las que están asociadas a los ritos de la tribu desde que el mundo es mundo y donde caben las alucinógenas. La novela plantea que no hay tanta diferencia entre Lis, que toma pastillas psiquiátricas para no dejar de trabajar, y Nora, que toma anfetaminas para llegar a los plazos de su trabajo. 

Y todo se hila con el sentimiento de culpa, como si fuera otra herencia... 
Al final son mujeres, y la culpa la tenemos particularmente arraigada. 

Dice que ha sido la primera vez que escribía en esa casa familiar y en el pueblo. ¿Notó una fuerza distinta? 
Por supuesto, suelo hablar de esto con un entusiasmo que me hace sentir avergonzada. No quiero caer en una romantización, pero para mí fue una experiencia casi mágica, y muy importante para lo literario, porque, de pronto, renovar escenarios de una manera tan radical me convirtió en una escritora distinta, aprendí a mirar cosas diferentes y a nombrar lo que antes no tenía nombre, cosas tan concretas como que donde el primer día solo ves maleza en las cunetas, unas semanas después esa maleza es riqueza absoluta. Honestamente, adquirí bastante conciencia ecológica y espiritual porque aprendí a dar las gracias por todo lo que está fuera de la economía de mercado. 

¿Ha vuelto después a Olmos de la Picaza? ¿Cómo ha sido ese regreso tras una experiencia tan radical? 
Sí, pero de forma esporádica. Espero ir en verano. Me habría encantado quedarme, para mí fue una derrota personal no hacerlo. Pero era muy complicado con una niña muy pequeña. Podía llevar una vida más sostenible, pero me obligaba a tener un coche contaminante porque no tengo dinero para otro y te hace falta para acceder a cualquier servicio. Implicaba una serie de contradicciones que al final hicieron que nos fuéramos. Ahora estamos en un pueblo más grande en Cantabria. Yo lo echo en falta y ojalá se siga trabajando en el medio rural para que muchas podamos definitivamente volver en los próximos años. 

Las mujeres tenemos particularmente arraigada la culpa»