Aprender de lo perdido

I.L.H.
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El Museo de Burgos estrena el recorrido temático 'Historia robada' explicando el expolio, las piezas extraviadas, las que se han podido recuperar y la reutilización del arte. La visita trata de señalar nuestra responsabilidad sobre el patrimonio.

Estos sepulcros paleocristianos de la zona de la Bureba fueron adaptados como abrevaderos. El roce de los animales ha hecho que los relieves de uno de los lados hayan desaparecido. - Foto: Luis López Araico

El hermoso patio renacentista que recibe al visitante en el Museo de Burgos estuvo a punto de ser vendido a Estados Unidos. El dueño de la Casa Miranda, Hermenegildo Barbero, recibió una oferta del magnate de la prensa estadounidense William Randolph Hearst (el Ciudadano Kane de la película de Orson Welles), que pretendía llevárselo piedra a piedra. Acaba de empezar el siglo XX cuando los burgaleses se enteraron de la transacción y pusieron una denuncia para evitar la venta. Los jueces dieron la razón al dueño de la propiedad, que podía hacer con su inmueble lo que quisiera, pero finalmente se consiguió evitar al protegerlo con la declaración de Monumento Nacional.

La historia del patrimonio está llena de robos, expolios y comercio ilegal y en el Museo de Burgos hay unas cuantas evidencias como en casi todos los centros de arte. Para señalarlas, aprender de lo perdido y comprender la necesidad de proteger algo que es de todos, el Museo ha puesto en marcha el recorrido temático La historia robada, donde se pone el dedo en la llaga sobre lo que todavía podemos perder.

Porque es verdad que el expolio ha existido siempre: el ganador de una contienda hacía -y hace- del patrimonio parte de su botín. Yno hace falta remontarse a la antigüedad. Con el romanticismo del siglo XVIII que buscaba las raíces gloriosas del patrimonio nacional y, ya de paso, la de otras culturas, y sobre todo con el colonialismo del XIX muchas de las grandes obras no están en el lugar que les corresponde: ocurre con la piedra Rosetta, los mármoles del Partenón, los bronces de Benín, el busto de Nefertiti en Berlín o el obelisco de Francia, por nombrar algunos. Aunque ni siquiera hay que irse tan lejos.Los frescos del monasterio de San Pedro de Arlanza no está ninguno en el monasterio burgalés.

Pero volvamos al Museo de Burgos. La educadora Aroa Gutiérrez no ha de moverse del patio renacentista para seguir hablando de la Historia robada. En el claustro hay dos reproducciones de los sillares originales de Quintanilla de las Viñas que fueron robados y recuperados por Arthur Brand, el 'Indiana Jones' del arte, en los jardines de una casa de Inglaterra. Las copias están junto a los sepulcros visigodos expuestos para su secado que se han traído de la ermita de Montes Claros en la Merindad de Río Ubierna, en este caso para que puedan ser estudiados y recuperados.

Con un detector de metales en la mano expone desde las salas cubiertas del museo el daño que hacen los furtivos en los yacimientos, poniendo como ejemplo los 300 hoyos que se hicieron hace poco en el de Olmillos de Sasamón: «Se justifican diciendo que lo hacen para encontrar esos tesoros y darlos a conocer, pero el daño arqueológico es irreparable: si no ubicamos la obra en su contexto -en los estratos-, estamos perdiendo muchísima información», explica recordando también que hay multas y penas de cárcel por esa práctica.

Reciclaje y reutilización. En la frontera de Irún, en el siglo XIX, se consiguió incautar tres estelas funerarias de Lara de los Infantes. Son piezas que hablan del pasado de la provincia y que, en este caso, más allá de las formas geométricas habituales, llaman la atención por la imagen que aparece de una figura humana sentada en una silla sosteniendo una copa junto a una mesa con una vasija. Lo más probable es que haga referencia a uno de los ritos funerarios practicados en la antigua Roma: los banquetes funerarios. Tras depositar el cuerpo del difunto se realizaban banquetes y se ofrecía vino a los asistentes. 

Pero aquí la ruta no se detiene precisamente para brindar. La parada se hace porque se evitó su robo, pero también porque algunas obras de este tipo se han «reciclado» como sillares en casas, muros o construcciones, al igual que ha pasado con capiteles o columnas.

Reutilizados han sido también los dos sepulcros paleocristianos de la zona de la Bureba que conserva el Museo. De su función para sepultar cadáveres se pasó con los años a la de abrevadero, incorporando unos agujeros para la salida de agua: «En uno de sus lados los relieves se han perdido por el roce de los animales al acercarse a beber», explica Aroa Gutiérrez para señalar el peligro de dar a la piedra otra función diferente a la que se pensó cuando fue tallada. 

De la villa romana de Baños de Valdearados poco hay que decir porque todo el mundo lo recuerda; ya no podemos admirar las escenas centrales de su mosaico tras su robo en 2011. Recuperarlas será una tarea complicada al no poderse mercadear con ellas por la popularidad del caso y estar en un listado de piezas robadas. Que alguien lo tenga en la intimidad de su casa, sin embargo, impide que la humanidad lo disfrute, lo estudie o lo compare con nuevos hallazgos. En el Museo se recuerda con un fragmento que es una reproducción. 

Y luego está el llamativo caso de la Virgen de las Batallas, ausente hasta 2024 porque está expuesta en el Museo del Prado. A la pieza hecha en Limoges (Francia) para San Pedro de Arlanza se le perdió la pista hasta que apareció en una casa de subastas en Nueva York. Era 1998 y la compró una empresa para dársela al Estado como dación en pago de impuestos:en la puja se pagaron 330 millones de pesetas(dos millones de euros). «En este caso la pieza volvió a una colección público, pero igualmente pudo acabar en una colección privada. Cuando la puja se realiza en territorio español, el Estado tiene preferencia para comprarla. La Virgen de las Batallas como se vendía en el extranjero no hubiera tenido esa opción».

Por último el recorrido se detiene en el retablo de San Pedro de Tejada, al que le faltan unas tablas del calvario que fueron vendidas antes de la Ley de Patrimonio de 1985 y que actualmente están en el Museo Frederic Marès de Barcelona. Y en cuatro tumbas de madera procedentes de Villasandino que fueron interceptadas en la frontera.

Si echamos números o simplemente contabilizamos algunas de las piezas aquí señaladas, es evidente lo que se puede perder -al margen de lo irrecuperable- si no concebimos el patrimonio como algo que hay que proteger entre todos.