Entre la tradición y el futuro

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Ángel Lozano, de 12 años; Tatiana Jiménez, de 23, y Saúl Hernández, de 37, tienen en común el orgullo de ser gitanos y el convencimiento de que sin educación su comunidad no va a ninguna parte. Los tres tienen un libro al lado

De izquierda a derecha, Saúl Hernández, Ángel Lozano y Tatiana Jiménez, el pasado martes ante la sede de Fundación Secretariado Gitano. - Foto: Patricia

Para Saúl Hernández, de 37 años, casado y con dos criaturas, la principal diferencia entre las generaciones de gitanos más jóvenes y las de sus mayores es la educación. «Antes eran muy pocos los que seguían estudiando, pero ahora lo hacen muchos y lo hacen también las niñas, que eso es importante. Todavía nos queda camino, pero creo que se ha avanzado bastante», afirma este joven, que ni por asomo se plantea que su hija deje el colegio prematuramente. Él es el mejor ejemplo de lo que dice. Ya de adulto se sacó el graduado en ESO, lo que le ha permitido acceder a un curso de albañilería y mejorar su situación laboral. Además, le fascina la historia y la naturaleza, disciplinas sobre las que lee mucho, una afición a la que no da tregua: Ahora tiene sobre la mesilla La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón: «No me gustan las redes sociales, no tengo ni una, prefiero pasar el tiempo aprendiendo cosas». Tampoco es religioso -«creo a mi manera»- y opina que es «justo» que las mujeres tengan libertad. Saúl en sí mismo destroza varios de los prejuicios que aún rodean a su pueblo.

La coordinadora en Burgos de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), Ana Sedano, afirma que de entre las muchas ideas preconcebidas que existen sobre esta comunidad, una de las más falsas es la que le atribuye a sus miembros una absoluta homogeneidad: «Hay una creencia completamente errónea de que todos son iguales y no es cierto: Hay gitanos que van al culto y otros que no; unos que se casan por el rito propio y otros que no lo hacen sin que por eso se genere ningún problema; unos trabajan en el mercadillo y otros no; hay desescolarizaciones prematuras, pero también, cada vez más, casos de éxito en los estudios; unos guardan luto a la antigua usanza y otros, no. Como el resto de la sociedad hay mucha variedad. No es verdad que si un gitano no sigue las normas se le aparta, y hay un montón de ejemplos que lo desmienten: admiten a todos tal y como son».

Le escuchan atentamente Tatiana Jiménez, de 23 años, y Ángel Lozano, de 12 y alumno del colegio María Mediadora, que ha salido un momento de la actividad de apoyo escolar que le ha llevado a la sede de la Fundación, para presumir de las buenas notas que está sacando en 6º de Primaria -lo que más le gusta es Lengua, Mates y Ciencias Naturales- y para decir que le gustaría mucho seguir estudiando.

«Por eso vengo aquí (a la Fundación) los martes y los jueves a reforzar y estoy encantado. Cuando sea mayor quiero ser jinete, pero también y ojalá Dios lo quiera, ir a la universidad para aprender una cosa que tiene que ver con los caballos». Se refiere a la terapia que con estos animales se puede hacer para aliviar algunos problemas de las personas con discapacidad.

Le encanta montar a Ángel, que enseguida va a buscar su móvil para enseñar un precioso vídeo en el que se le ve al galope bajo las instrucciones de un tío suyo. También, igual que Saúl tiene amigos payos -«muchos, muchos», dice- con los que disfruta en igualdad pero, a veces, se ha encontrado con brotes de racismo: «En el barrio en el que vivía antes teníamos un vecino que cuando bajábamos a la calle por la noche en verano nos decía 'p*tos gitanos, idos a dormir' (baja un poco el tono de voz para repetir el exabrupto) pero yo no le contestaba nunca. Cuando cambié de barrio ya no ha vuelto a pasar algo así».

Otra de las aficiones de este adolescente va a lo más hondo de su cultura: le encanta escuchar la guitarra, sobre todo cuando es Paco de Lucía el que la toca. Saúl sonríe de oreja a oreja cuando le oye decir eso y Tatiana también se suma a esa fascinación por el flamenco, una música que consideran propia: «Es nuestro, sobre todo el cante y sobre todo, el de Camarón, que es la élite», comentan. 

La solidaridad. Los tres están muy orgullosos de ser gitanos. «Lo llevo dentro, creo que es un privilegio», asegura el más pequeño, muy seriecito, que se acuerda de su abuelo -fallecido por coronavirus- cuando le decía que lo más importante es respetar a los mayores. «Eso y la solidaridad que tenemos entre nosotros, que compartimos todo lo que tenemos es lo mejor de nuestro pueblo», señala Tatiana, que fue una alumna aventajada del programa Promociona, con el que la Fundación Secretariado Gitano pretende zanjar el prematuro abandono escolar.

Después de terminar la ESO, Tatiana comenzó un grado medio de Comercio que tuvo que abandonar por acoso escolar basado en el racismo, pero enseguida se colocó como dependienta en una gran perfumería de la ciudad, donde está muy contenta, no solo porque el trabajo le encanta sino porque en la misma empresa le están ayudando a convalidar esos estudios que dejó a medias con una formación interna. «Yo trabajo y estudio y no tengo intención de casarme a medio plazo. Salgo con mis amigas, muchas de ellas que no son gitanas y me respetan mucho, y me voy de viaje sin que mi familia me ponga ningún problema». Esta vez es una mujer la que tira por tierra los prejuicios. «Antes no tenían libertad ni para estudiar ni para trabajar porque las prioridades eran ayudar en casa y cuidar de los hermanos y mi madre a mi edad ya me tenía a mí. Yo no tengo ningún plan en este sentido, aquí hemos avanzado mucho». Sobre el bullyng que sufrió dice que no guarda rencor: «Sé que todos los payos no son así, no se puede meter a todos en el mismo saco, que es lo que siempre han hecho con nosotros».

Adiós al mercadillo. «Los jóvenes gitanos ya no quieren ir al mercadillo, no es su objetivo -añade Sedano- prefieren la estabilidad de otro tipo de empleo y saben bien que para eso es necesario estudiar. Y un ejemplo es que hace quince años, Ángel hoy estaría ayudando a su padre en el puesto pero su familia prefiere que venga aquí a reforzar las asignaturas. Los cambios culturales ya están aquí: el padre trabaja en el mercadillo, la madre por cuenta ajena y él se dedica a estudiar. Antes las mujeres solo tenían el rol de cuidadoras», recuerda.