La última generación de porteros sigue al pie de la garita

D. ALMENDRES
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Los custodios de las fincas defienden la importancia de su labor diaria y su aportación a los vecinos. Asumen que esta profesión tiende a desaparecer por la inercia de la vida moderna y las medidas de ahorro aplicadas por las comunidades

Juan Alonso de Linaje, Jorge Chávez y Juan Carlos Fernández, la última generación de porteros sigue al pie de la garita. - Foto: Valdivielso

Juan Carlos Fernández se mantiene vigilante en la puerta de la finca en la que trabaja. No quita ojo a la calzada, pendiente de un coche aparcado en doble fila. Un puñado de segundos después sale apresurada una vecina, quien agradece la atención prestada a su vehículo durante ese tiempo. 

Se trata de un pequeño gesto del día a día de los porteros y conserjes que velan por facilitar la vida a vecinos y visitantes de sus 'dominios'. Una profesión que se encamina hacia la extinción debido al cambio de mentalidad de los tiempos modernos y al interés de muchas comunidades por ahorrarse este tipo de inversiones.

Todo se reduce a una cuestión económica y los profesionales no dejan de insistir en la importancia del «trato personal». «Antes yo era comercial. Entonces tenía unos objetivos que cumplir y, aunque llega un punto en el que algunos clientes eran casi amigos, en este trabajo también es clave la convivencia», explica Fernández.

La última generación de porteros sigue al pie de la garitaLa última generación de porteros sigue al pie de la garita

El responsable desde hace cuatro años del mantenimiento, limpieza, control y atención de esta finca situada en la calle Madrid trabaja como conserje «pendiente de todo». «Estamos para ayudar a los vecinos, sobre todo a las personas mayores», explica. «Hay que tener humanidad y ese trato personal se está perdiendo», lamenta.

El suyo es un trabajo «familiar» en el que «se trata y se conoce a las personas». «Te interesas por lo que les pasa. Las nuevas generaciones no perciben la importancia de nuestra labor, aunque luego ese trato personal se nota. En mi caso, los vecinos más jóvenes me tratan como si fuera de la familia», valora Fernández.

El caso de Juan Alonso de Linaje es parecido. Son ya 14 años en su garita de un pequeño edificio en el centro de la ciudad, un empleo temporal que se convirtió en una gran solución laboral de futuro. «La anterior crisis me pilló en el paro y surgió esta opción. Me lo pensé cuando me lo ofrecieron y lo vi como algo provisional a la espera de que saliera otra cosa, pero luego me encontré cómodo. Lo que se gana sale a cuenta y aquí sigo», resume.

Este profesional considera «una pena» la tendencia a la desaparición de este oficio. «Con un portero las fincas están mucho más cuidadas», explica. Y, al igual que su compañero Juan Carlos, destaca el valor añadido de su presencia en las zonas comunes. 

«Las empresas de limpieza vienen, hacen su trabajo durante una o dos horas y se olvidan de esto. El portero, mientras tanto, está todo el día pendiente del mantenimiento», destaca, para reconocer que «en ocasiones» no queda más remedio que acudir «al electricista, al fontanero o al que toque en ese momento».

El portal de Juan, formado por cinco vecinos y otras tantas oficinas, es pequeño. A pesar del trasiego de la actividad diaria, su rutina es agradable y la labor desempeñada le proporciona «la mejor calidad de vida» experimentada a lo largo de su trayectoria laboral.

«Un portero es como cualquier trabajador. Es rentable para las comunidades y es una forma de generar empleo. Mi experiencia es muy buena», subraya Alonso de Linaje, quien también valora el trato con las personas sin llegar a considerarse un 'psicólogo'. «Eso es cosa más de los camareros», bromea, para reconocer la importancia del trato con los vecinos y la relación con otras personas como instaladores, repartidores o carteros.

El futuro no es nada halagüeño para este oficio, aunque este profesional recuerda que «hubo un tiempo» en el que percibió «cierto interés». «La gente preguntaba cómo conseguí este trabajo. En mi caso conocía al anterior portero del edificio y ahora son los administradores de fincas los que se encargan de contratar», resuelve.

Mención aparte merece la experiencia particular de Jorge Chávez, quien acumula 20 años de experiencia en una finca formada por 48 vecinos. Durante este tiempo ha visto varios cambios de generación en el portal y ahora percibe un nuevo ciclo en el que «entra gente joven con niños».

Este ecuatoriano cuida del edificio como si fuera suyo y de las personas como si fueran su familia. Al fin y al cabo, es uno de los contados porteros que hoy en día mantienen el estilo tradicional de vivir en su lugar de trabajo. «Es algo que se está perdiendo», recalca. «Poco a poco las comunidades que antes tenían portero optan por contratar el servicio de limpieza y poco más», explica.

«Pasan la fregona y vuelan, mientras que el portero está pendiente de todo», subraya después de compartir una breve conversación con una vecina. «Comentamos cosas y a veces me hacen preguntas», explica.
Chávez se siente a gusto con su situación y hace tiempo encontró el equilibrio deseado para desarrollar su vida en la finca que debe cuidar cada día. «No me cuesta», zanja. «Conozco a gente que rechaza esta posibilidad, pero me he acomodado y vivo bien. Sé que ya no es habitual estar las 24 horas 'disponible', pero eso da tranquilidad a los vecinos», explica.

De hecho, Chávez solo entra en acción fuera de hora cuando hay que atender alguna avería o una urgencia. «No es lo habitual», insiste, para recordar unos inicios no tan esperanzadores. «Cuando yo llegué nadie quería este tipo trabajo. Con el convenio se mejoraron mucho las condiciones y ahora no se está mal. Yo soy feliz aquí y lo único malo es que a veces no desconectas», analiza.

Sea como fuere, este portero clásico se encuentra «bien» y destaca «no tener problemas con nadie». A sus 60 años, confía en alcanzar la jubilación en su garita y seguir junto a sus vecinos. «Se trata de ayudar, sobre todo, a los vecinos más mayores. Algunos me piden cosas como que les cambie la bombilla y, a veces, yo mismo compro algo que necesitan», concluye. El oficio de portero tiende a diluirse en un futuro no muy lejano, pero la inercia de los tiempos modernos aún cede un destacado protagonismo a sus últimos representantes.