Una vida de película

Ó.C. / Miranda
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Patricia Martínez bucea en la historia de su padre en su nuevo libro 'El Té de la libertad', con el que amplía el relato sobre la liberación de 365 presos polacos, prisioneros en el campo de concentración situado en Miranda

Eduardo Martínez Alonso. - Foto: DB

Eduardo Martínez Alonso tuvo una vida de película. Al menos desde 1939 hasta 1942, cuando formó parte del servicio secreto británico, con el que estableció una red secreta para que escaparan a través de una casa familiar de Galicia presos del campo de Concentración de Miranda. Así lo cuenta su hija, Patricia Martínez, quien presentará el próximo 25 de abril en la Casa de Cultura su último libro, titulado El Té de la Libertad. La autora reconoce que este trabajo supone «una ampliación», respecto a anteriores proyectos, en los que siempre ha puesto sobre la mesa la historia de un médico que trabajaba en la embajada británica en Madrid y en Cruz Roja, lo que le sirvió de tapadera perfecta. O casi.

Esa figura oculta en el olvido de la historia colaboró en la liberación de 365 presos que luchaban por sobrevivir en los barracones del campo mirandés. Martínez se pregunta «cómo conseguirían llegar desde Miranda hasta Vigo por las carreteras de la época», pero lo lograban. En esa explicación, mucho tiene que ver que para las fugas primero utilizaba un informe falso sobre una enfermedad contagiosa. Además, contaba con una de las dos ambulancias de las que disponía Cruz Roja en España o los coches de la embajada británica, ya que «en cada paso provincial había un control de la Guardia Civil».

Su padre visitaba el campo «los fines de semana», y en esas ventanas sacaba a los prisioneros, en su mayoría «polacos judíos», matiza la autora. La conexión de esa nacionalidad con el papel de Eduardo Martínez tiene que ver «con el gobierno de ese país que se estableció en Londres», indica la hija, que recuerda que los historiadores cifran en 30.000 las personas que escaparon del horror a través de Galicia.

Martínez incluye dentro de esa red las 365 de su padre, aunque pudieron ser más, «porque seguro que en el piso de Madrid también ayudaría a alguno», añade. De todo aquello, Martínez lamenta que «nunca» habló de ello con su padre. Posteriormente, compendió que «en el 43 firmó un documento para no decir nada». Lo cumplió, pero su hija halló un hilo del que tirar: su diario. «Haciendo la mudanza después de que mi padre muriera encontré un librito del año 42», recuerda Martínez, que guardó ese tesoro casi como un recuerdo, «y fue un amigo historiador el que me dijo lo que tenía ahí», rememora.

Décadas después retomó la pista. «Fue en el 2000 y lo primero que hice fue llamar a la embajada británica y dar mucho la lata», bromea Martínez, que tuvo que aguardar algo más para dar el paso definitivo. Ese nuevo empujón llegó con una llamada telefónica. «Fue el agregado militar de la embajada, en el año 2005, para decirme que buscara en el archivo», detalla Martínez, ya que habían desclasificado los documentos que demostraban la participación de su padre y el resultado fue «una carpeta que fue un impacto», admite.

Los papeles mostraron a la hija cómo a través de la casa de su abuela, «con salida directa al mar», escapaban hacia Inglaterra los polacos. También conoció cómo tuvo que huir su padre, casi a la carrera y con una historia de amor de por medio, como en toda buena película. Antes de dejar el país, «primero tuvo que declararse a su madre, casarse y escapar», afirma la escritora. La última piedra era tener los pasaportes y Martínez afirma que «mis padres tenían los ejemplares 52 y 53 y los consiguieron con facilidad, porque mi madre conocía a la persona que los hacía».

En septiembre de 1941 recibe el primer aviso sobre las sospechas del seguimiento de la Gestapo y en enero de 1942 se marchó a Londres, donde le esperaban los bombardeos nazis. Allí nació Patricia. El silencio de su padre lo justifica, además de por su firma, «por el respeto a las víctimas, porque lo importante era salvar vidas». Más allá de comprender esa postura, admite «que siento no haberlo tratado de adulta, porque si llego a tener diez años más antes de que muriera, habría hablado mucho más con mi padre». 

Todo esto lo explicará en una conferencia organizada por la Fundación Cantera Burgos, junto con el Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela, Emilio Grandío.