Todas las vidas de un palacio

R. PÉREZ BARREDO / Peñaranda
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Se convertirá en hotel de lujo y balneario, pero el Palacio de Avellaneda, joya renacentista de Peñaranda de Duero, vivió esplendor, olvido y estuvo a punto de ser vendido, desmontado y enviado a EEUU

El Palacio de Avellaneda sigue recibiendo turistas en visitas guiadas. - Foto: Patricia

El maravilloso Palacio de Avellaneda de Peñaranda de Duero gozará de una vida más, porque ha tenido varias desde que fuera edificado en el primer tercio del siglo XVI. Tantas, que pudo haber transcurrido una de ellas muy lejos del bello caserío en el que fue levantado; muy lejos: nada menos a otro lado del océano Atlántico. Esta joya renacentista que fue propiedad de los condes de Miranda se convertirá en un lujoso hotel balneario durante los próximos años, tal y como anunció su propietaria, la Junta de Castilla y León, hace un par de semanas. No parece, al cabo, un mal destino, ya que este espectacular edificio, declarado Monumento Nacional hace ahora cien años (lo que hoy se conoce como Bien de Interés Cultural), apenas si era explotado más allá de las visitas turísticas, al margen de que pudo haber sido pasto de la ruina o mansión de un magnate caprichoso.

No sólo es uno de los pocos, y más hermosos, ejemplos de arquitectura civil renacentista que hay en la provincia: su grandiosidad se ve incrementada por sus espectaculares yeserías y artesonados, que son verdaderas virguerías. Todos los artesonados fueron realizados con madera de pino de Soria, y una de sus particularidades es que, en su origen, entre casetón y casetón no había elemento alguno que contribuyera a ensamblarlos: ni puntas, ni clavos. Todo encajado. Si el claustro es tan elegante como luminoso, algunas de las estancias dan medida del lujo con el que fue ordenado construir por Francisco de Zúñiga y Avellaneda, tercer conde de Miranda. La decoración tanto plateresca como mudéjar en estas salas es una verdadera maravilla, especialmente en la que con toda probabilidad fue alcoba de los condes. 

No existe certeza acerca del arquitecto que erigió el Palacio. Se habla de Simón y Francisco de Colonia; de Nicolás de Vergara; de Felipe Vigarny... El edificio pasó de ser de los Miranda a los Montijo, y más tarde a la Casa de Alba. Tras siglos de, el palacio devino en ruina, como denunció en su momento Fernando Chueca Goitia, arquitecto y ensayista: «Este palacio, que se conservaba, no desnudo y frío como esos caserones que perdieron todo aderezo interno, sino rico de las sabrosas preseas de sus techos, de sus artesonados, yeserías y carpinterías, lo hemos ido dejando perder en nuestros días con una inconsciencia verdaderamente inconcebible». Aunque finalmente no se echó a perder tras una importante rehabilitación más o menos reciente, la principal amenaza que llegó a sobrevolar sobre el palacio no fue el olvido ni la desidia.

El peligro que se cernió, como una sombra ominosa, sobre este espléndido edificio tenía nombre y apellidos: William Randoph Hearst, magnate estadounidense enamorado del arte hispano, todopoderoso empresario que fue tan magníficamente retratado en el cine por Orson Welles en su inolvidable película Ciudadano Kane. Hearst, que carecía de escrúpulos, tenía a sueldo a intermediarios que le hacían el trabajo sucio. Uno de los más importantes fue Arthur Byne, quien durante tres lustros gestionó la salida de España de obras de arte.Un catálogo ingente. En el libro La destrucción del patrimonio artístico español (Cátedra), José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz realizan una profunda investigación sobre la devastación del arte patrio en la primera mitad del siglo XX. Burgos, claro, tiene enorme protagonismo, y recoge con detalle los avatares que rodearon la posible adquisición, por parte de Hearst, del Palacio de Avellaneda. 

De los ardides de Byne resulta esclarecedor un informe en el que alude al inmueble: «Tenía en mente media docena de palacios antes de empezar a ver precio apropiado, pero algunos han tenido que ser desechados a causa de las previsibles dificultades para asegurarme el permiso de exportación. Cuando un edificio ha sido declarado Monumento nacional, no hay esperanzas en absoluto; si ha sido declarado Monumento provincial, hay esperanzas, pero las dificultades pueden ser incalculables. Entonces estamos limitados a los edificios poco conocidos o abandonados, alejados de las principales rutas (...) Paso a describirle brevemente los palacios que considero más interesantes (...)El siguiente en la lista es el extraordinario palacio de Peñaranda de Duero. Es posiblemente uno de los más finos y característicos palacios españoles del siglo XVI (...) He reconocido el palacio recientemente y la operación es perfectamente factible. Ahora estoy esperando contactar con un miembro de la familia para establecer condiciones definitivas. Este palacio lo denominaremos 'Peñaranda'.

Aunque aún (aquellas gestiones datan de 1925) el palacio estaba en buen estado, había sido despojado de elementos como rejas, balcones o puertas, y se había instalado en su interior una suerte de taller de carpintería, hasta el punto de que Byne admitiría que «semejante imagen de negligencia y descuido es difícil de encontrar incluso en España». Entre su correspondencia directa con el magnate yanqui respecto del edificio de Peñaranda se llega a hablar de cifras: « Los verdaderos propietarios del palacio desean permanecer a la sombra, así que estoy llevando a cabo la negociación con los inquilinos. El precio pedido es de 350.000 pesetas, alrededor de 55 dólares (...)». Informaba también, claro, de sus honorarios: «Yo le oferto a usted un precio final, incluyendo mi comisión, gastos de desplazamiento, medición del monumento, preparación de los dibujos, supervisión de la demolición y empaquetado, y el importante tema de la administración». En esa misiva, concluía Byne lo que podía costarle todo a Hearst: 65.000 dólares. Y añadía: «A ello hay que sumar 5.000 dólares necesarios para que todo el mundo esté tranquilo y de buen humor; me refiero a los oficiales locales y provinciales». Sin comentarios.

La protección. Sin embargo, el intermediario sabía que no iba a ser tarea fácil, toda vez que el Palacio de Avellaneda había sido declarado Monumento Nacional dos años antes, lo que complicaba, y casi imposibilitaba, su venta. Así, en cartas sucesivas fue quitándole importancia y belleza a esta joya arquitectónica, destacando a otras por encima: «Hace tres días reconocí el palacio detenidamente; al primer golpe de vista parece hallarse en buen estado, pero lo cierto es que se encuentra en situación bastante ruinosa. Gran parte de la ruinosa decoración del interior está realizada en delicado estuco, muy difícil de desmontar y restaurar; igualmente, los techos, en tiempos magníficos, ahora presentan mal arreglo. Del exterior tan sólo destaca la puerta principal, la cual, sin embargo, es una de las más elegantes portadas del Renacimiento español. Por más allá de ese detalle, no hay ni siquiera una sola ventana cuya exportación merezca la pena», apostillaba.

Así, William Randoplh Hearst perdió el interés por el edificio ribereño. Y no hubo venta. El palacio de los condes de Miranda continuó en el olvido, hasta que fue restaurado durante la dictadura, con una inversión de diez millones de pesetas, para que diera cobijo a la Sección Femenina, aquel brazo falangista que dirigió Pilar Primo de Rivera, que se reservó en palacio una de las habitaciones más lujosas. A la reinauguración del edificio, año 1959, asistió el propio dictador, Francisco Franco. Regresó décadas más tarde cierto olvido nuevamente, y otra rehabilitación. En adelante, otra vida: Castilla Termal lo convertirá en un hotel de cinco estrellas con 78 habitaciones, área termal y espacio para eventos y abrirá sus puertas el próximo año. Tal y como se anunció, se producirá una inversión de 12 millones de euros y una importante generación de empleo: hasta 80 puestos de trabajo. No siempre las cosas de palacio van despacio.