«El estrés pasa factura»

GADEA G. UBIERNA / Burgos
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Ana Marín convive desde hace seis años con un daño cerebral adquirido que le ha obligado a aprender de nuevo cómo vivir. Pero afirma que sigue avanzando gracias al apoyo de Adacebur

Ana Marín tuvo que partir de cero a los 46 años, cuando un ictus le provocó un daño cerebral. La principal secuela hoy es la comunicación. - Foto: Alberto Rodrigo

El pasado martes, Ana Marín se puso tacones -y no bajos- por primera vez desde que convive con el daño cerebral adquirido. En concreto, desde el 27 de mayo de 2017, cuando un ictus hemorrágico le obligó a iniciar un proceso de aprendizaje sobre su vida que todavía no ha concluido, como evidencia el calzado elegido para este reportaje: cuando salió del hospital apenas podía caminar, tuvo que enseñar a su cerebro a hacerlo. Hoy, se atreve con los tacones. No oculta que el camino es largo y en ocasiones muy empinado, pero con motivo del día del daño cerebral adquirido, que se celebra este jueves, Marín explica con su testimonio que, con una combinación de ayuda profesional y apoyo emocional, hay margen de mejora. 

El organismo de Ana Marín le alertó con antelación y, de hecho, acudió al hospital «unas dos semanas antes del ictus, porque no me sentía bien». Tras varias idas y venidas a Urgencias, la dejaron en observación y, entonces, al amanecer, se produjo el episodio que transformó su existencia. «Cuando desperté en la UCI no movía nada, salvo la mano izquierda», explica, detallando que a las dos semanas la llevaron a planta y comenzó su nueva vida: volver a caminar, a comer, a hablar... «Ha sido un aprendizaje desde cero. Gracias a Dios estoy aquí y mi secuela es la comunicación», dice, matizando que esa parte, la recuperación del habla y el cómo expresarse, sigue siendo hoy lo más difícil. En parte también por el mismo motivo al que atribuye su lesión: el estrés. «Me hicieron muchas pruebas a ver por qué se produjo el ictus y no se vio nada físico. Solo el estrés. Pasa factura», sentencia.

Cuando se le pregunta a qué se dedicaba y el porqué de esa tensión cotidiana, suspira. «Era técnico de contabilidad y finanzas en la Diputación. Tenía a dos personas a mi cargo. A la vez, estudiaba la oposición, con tres hijos y el trabajo como ama de casa. ¿Estaba estresada? Sí», dice, rotunda. Y añade que a esto se sumaban otros malos hábitos, como «no dormir bien» y llevar una vida desordenada en cuanto a las comidas: «Me levantaba muy pronto, salía de casa sin tomar ni un café y luego, aunque comía bien, lo hacía muy tarde».

Para ella, lo más difícil ha sido «plantearme que era incapaz de comunicarme y atender a una conversación». Ahora se expresa con bastante fluidez, gracias al apoyo profesional. «Estuve unos meses con un logopeda, pero como sentía que me faltaba ayuda, que no me atendía nadie, busqué en internet y descubrí la asociación de daño cerebral. Y aquí, ya, mejoré», dice la hoy vicepresidenta de la entidad que aglutina en Burgos a personas como ella, Adacebur. Un colectivo que el año pasado atendió a 60 familias nuevas, que ya suma 125 asociadas y que este año tuvo que doblar el servicio de Neuropsicología, por la demanda.

El 80% de los casos de daño cerebral se producen por ictus y el 20% restante por tumores, accidentes... Pero Marín destaca que «a todos les diría que vengan a la asociación porque encontrarán materiales y profesionales encargados de propio a su lesión. Viene muy bien para la parte física, para la cognitiva y también para la emocional, que yo diría que es el 90% de la recuperación», afirma, mientras la educadora social, Mónica Alba, denuncia que «esas secuelas invisibles son las que menos se tienen en cuenta a la hora de tramitar una incapacidad, por ejemplo, pero son invalidantes». 

Marín aún se emociona cuando reconoce que todavía le cuesta sumar o que, a pesar de sus progresos, no es capaz de atender a una tertulia -«pierdo el hilo y me evado»- o hacer dos cosas a la vez. «Ya no tengo atención dividida», cuenta. Esto es algo que en la calle tiene que explicar, pero no en Adacebur. «Somos como una familia», zanja.

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