No denunciar el maltrato por miedo a la expulsión

EFE
-

Una de cada tres asesinadas en el país es extranjera, por lo que su testimonio y protección resulta vital

En 2022, se detectaron al menos 90 mujeres víctimas de la violencia machista - Foto: EFE

El miedo a ser expulsadas frena las denuncias de las mujeres migrantes víctimas de maltrato que llegan a España, una realidad que se vive en los centros de acogida de refugiados donde se ha puesto en marcha un proyecto para implementar el protocolo de actuación sobre violencia de género. Se trata del Proyecto Semilla desarrollado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y el Ministerio de Inclusión y Migraciones.

«Ha sido un trabajo conjunto, se ha escuchado a las solicitantes de asilo para mejorar la prevención, asistencia, protección y reforzar su acceso a mecanismos seguros de denuncia. Se trata de caminar todos en la misma dirección: tolerancia cero con la violencia machista», explica Eva Menéndez, especialista en temas de género de Acnur España.

Una de cada tres víctimas mortales de esta lacra en el país es extranjera. Desde 2003, 1.204 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas y, de ellas, 399 no eran españolas. En este contexto, Semilla nace de la necesidad de desarrollar un marco de aplicación del protocolo para las entidades que gestionan las plazas de acogida de migrantes. Y es que, en el primer semestre de 2022, se detectaron al menos 90 víctimas de violencia de género. Su testimonio es fundamental para el proyecto. 

Madison es una de ellas. Llegó a Almería en 2021 huyendo de Venezuela y harta de que no la respetaran por ser LGTBI. Trabajaba como personal civil en el Ejército, donde sufrió un acoso del que no fue consciente hasta llegar a España.

Lo hizo en el centro de acogida que gestiona Cruz Roja en Roquetas de Mar (Almería) en el que le asignaron una plaza de protección internacional. Era una de las únicas cinco mujeres que había allí, donde el principal perfil era el de hombre joven subsahariano.

«Muchos malinterpretaban que fuera simpática y amable, creían que estaba interesada, hasta que un día intentó agarrarme en un ascensor, darme un beso y hasta tener sexo. Reaccioné, aunque pudo haber pasado cualquier otra cosa», recuerda la joven. 

Madison compartía alojamiento con otras víctimas que no denunciaban su situación porque «tenían muchísimo miedo» de ser expulsadas: «asumí el papel de denunciar porque soy una mujer soltera y tengo poco que perder en comparación con alguien que tiene unos hijos y no quiere que le echen a la calle», añade.