«Aunque pase el tiempo, no paramos de buscar a Borja»

FERNÁN LABAJO / Burgos
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Se cumplen diez años de la desaparición de un fotoperiodista vitoriano en el departamento de La Guajira en Colombia. Su madre, Ana Herrero, natural de Sedano, mantiene intacta su lucha para que se siga investigando

Ana Herrero muestra una de las fotografías de los Wayús que tomó su hijo días antes de su desaparición en Colombia - Foto: Jesús J. Matías

La mirada de Ana Herrero no deja entrever siquiera una pizca de cansancio. Su voz y su relato, tampoco. Han pasado diez años desde que a su hijo, el fotoperiodista e ingeniero Borja Lázaro, se le perdiera la pista en el departamento de La Guajira, en Colombia. Llevaba unas semanas recorriendo el país, viviéndolo, fotografiándolo.  Cuando ya planificaba su vuelta, desapareció sin que, hasta ahora, sus familiares hayan tenido una sola noticia. Su madre, natural de Sedano, mantiene intacta la esperanza y la búsqueda, la cual le ha llevado incluso a estrechar la mano del Rey Felipe VI para incidir en la complicada investigación.

«Hemos logrado que la noticia salga en Colombia. Se nos ha escuchado a base de llamar a decenas de puertas, pero que la desaparición fuera en un país así complica mucho las cosas. Nos tenemos que creer lo que las autoridades de allí nos dicen», lamenta Ana rodeada de fotografías y de portadas de periódicos que se hacen eco de la búsqueda de Borja. «Esta es una de las últimas que se hizo», señala la imagen de su hijo sonriente con una camiseta de la selección 'cafetera'. La reconstrucción de su viaje le resulta muy sencilla, hasta el día 8 de enero de 2014, cuando se le perdió la pista.

Todo lo que pudo haber pasado a este aventurero alavés, que tenía entonces 34 años, son especulaciones que Herrero trata de desenmarañar desde hace una década. Estuvo unas semanas antes en La Guajira con los Wayús. Les hizo unas fotos espectaculares que posteriormente colgó en su blog y que pretendía exponer, seguramente también en Sedano. Volvió a esta zona de Colombia para dárselas a los indígenas como señal de agradecimiento. Y ahí llega el fundido a negro. «Nadie quiere hablar. Es una comunidad muy cerrada. Una vez hablamos con una religiosa que nos prometió que, si oía algo, nos lo contaría. Pero ella no iba a preguntar porque hay mucho miedo», reconoce esta madre coraje.

(El reportaje completo, en la edición impresa de este martes de Diario de Burgos o aquí)

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