El plan renove del Casco Viejo

R.L. / Miranda
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La apertura de nuevos negocios de hostelería siembra el optimismo en un barrio que ha sufrido una fuerte decaída • Los bares de noche se han reconvertido para crear una nueva zona de pinchos y tapeo

Cuando la noche no funciona, hay dos alternativas: cerrar o reinventarse. Hace varios años que la Parte Vieja no es lo que era, hasta el punto que de la treintena de bares que servían copas hace 10 ó 12 años, ahora solo quedan poco más de media docena, y algunas noches, con la caja no tienen casi ni para pagar a los camareros. «La Parte Vieja está muerta. Antes esto se llenaba, pero ahora por aquí no sale nadie. Los chavales van a hacer botellón al río, y si luego algunos vienen para acá, entran por la música, pero no piden nada. Esto no tiene nada que ver con lo que era antes», explica María Gallarreta, de La Esquinita, uno de los locales de la plaza del Mercado que ya en su día bajó la persiana y que hace unos meses la volvió a subir, pero con un cambio de chip. Tenían claro que solo de la noche no se podía subsistir, así que han optado por abrir también durante el día, reconvirtiéndose en un bar de tapas y pinchos.

Ese mismo concepto es el que ha instaurado el bar de al lado, La Plazuela. Su propietario, Alberto Juez, trabajaba hasta unos meses con su padre en la cercana Taberna Grande, y tenía muy claro el bar que quería montar en el local del antiguo Doryan. «Le he quitado hasta la licencia de pub. Esto está muerto por la noche, y creo que lo que quiere ahora la gente son raciones a buen precio, pinchos y picoteo cualquier día de la semana. Y veo que está funcionando», subraya. Lo importante, como él mismo dice, es que hay más bares que «se están animando» a hacer lo mismo, y aunque sean competencia, beneficia a todos. «Lo importante es no estar aislado. Aquí ya somos unos cuantos, y la gente sabe que puede venir al Casco Viejo y hacer una ronda de pinchos por media docena de bares».

El último en abrir ha sido el Cabecillas, en la calle San Juan. El mítico bar de bocadillos al que iban a cenar los jóvenes en mitad de una noche de fiesta ha vuelto, pero reconvertido en una taberna de pinchos decorada con fotos antiguas del barrio y «que busca volver a sus orígenes», al antiguo local que en 1947 abrió Juan Cruz, un hostelero muy popular en su época. «Yo quiero que la Parte Vieja se convierta en la calle Laurel de Miranda, y entre todos tenemos que luchar para sea así», subraya Manuel Núñez. En los 42 días que lleva abierto su nuevo negocio, la respuesta ha sido muy positiva, pero todavía queda trabajo por hacer. «Tenemos que conseguir que  la gente sepa que puede venir a la Parte Vieja de tapeo», señala, y  al igual que el resto de hosteleros, reconoce que tanto los bailes de verano de los miércoles y los sábados como los conciertos de los viernes en el Castillo les están ayudando. «Esos días se nota que hay más gente, esperemos que en septiembre cuando vuelva a abrir el Apolo, también se note el tirón».

¿Y el comercio?

Más difícil si cabe lo está teniendo el comercio para sobrevivir en un barrio que  sigue perdiendo habitantes. Los vecinos recuerdan aún hoy cuando en el Casco Viejo había farmacia, seis pescaderías, siete tiendas de ultramarinos, cuatro carnicerías, dos barberías, zapatería, reparación de calzado, negocios textiles... Sí es cierto que han pasado 30 ó 40 años, pero de todo eso, ya no queda nada, o prácticamente nada: dos panaderías, una droguería, una carnicería y una tienda de  alimentación, en la que, según explican, «hemos notado este último año un bajón importante. Aquí vive poca gente y los que pueden se van a comprar a los supermercados. Vivimos gracias a algunos bares y a la gente mayor que hace aquí toda la compra.

También hay ‘valientes’ que se lanzan a abrir un nuevo negocio, como es el caso de un joven del barrio que desde hace un año regenta la Panadería San, frente a la plaza de España. Por ahora, afirma, no le va mal. En la otra panadería, Dulces Disney, situada a solo unos metros, Vanesa Muro se ha propuesto seguir «luchando» por el negocio que en su día llevaron sus padres. «Esto tiene que relanzarse. Si no, me tendré que plantear cerrar con mucho dolor de corazón».