Este domingo, como cada 23 de abril, se ha celebrado en Villalar de los Comuneros (Valladolid) el Día de Castilla y León. Una festividad que cada vez se percibe con más desapego por parte de muchos castellanos y leoneses y que, además, este año ha registrado mayor controversia por el rechazo de Vox a esta onomástica, a la que tilda de «aquelarre de la izquierda», en palabras del vicepresidente García-Gallardo. 
De hecho, que le celebración del Día de la Comunidad no se trasladara al lunes a cambio de recuperar la festividad de Santiago Apóstol ya supuso sus más y sus menos. Por este motivo, la comitiva del Partido Popular, para contentar a unos y a otros, pasó de puntillas en el acto de conmemoración y dejó constancia de la encrucijada en la que se encuentra para no incomodar a su socio de gobierno, al que obviamente necesita, y, paralelamente, mantener el tipo ante la opinión pública.
A su vez, la localidad vallisoletana que acoge históricamente la fiesta regional, se considera ninguneada, carente de ayudas y recursos públicos suficientes para mantener esta celebración como Dios manda.
Todo ello no hace sino confirmar que el Día de Castilla y León se mantiene con respiración asistida y que, décadas después, no acaba de calar entre sus ciudadanos. De hecho, en el caso de una inmensa mayoría, prima más el sentido de pertenencia provincial que el de Comunidad.
Y si a esta desafección de la población le sumamos la desconexión que en general existe entre una gran parte de la sociedad civil y la clase política, que pareciera levitar en una burbuja aislada de la realidad, nos encontramos que aquí cada uno va a lo suyo y la cohesión social y el necesario pegamento autonómico han debido secarse tanto o más que los pantanos de media España.