Dos colores especiales

Diego Izco (SPC)
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Verde y blanco, Betis y Sevilla, disputan el último derbi del curso con los ojos puestos en Europa

En la ida, jugada en el Villamarín, ambos equipos firmaron un 1-1 que casi nadie esperaba. - Foto: Raúl Caro (EFE)

La frase hecha («los derbis son partidos con vida propia») tiene un significado especial a orillas del Guadalquivir, donde la ciudad que «tiene un color especial» en realidad tiene dos, y donde nadie es favorito nunca se juegue donde se juegue en las condiciones que se juegue. Sevillistas han salido cabizbajos de Nervión porque eran superiores y su vecino, en descenso, les pasó por encima; béticos arrastraron los pies por Triana porque estaban en puestos de Champions y un rival ruinoso se llevó los tres puntos. Todo es posible en el derbi más peculiar de nuestro fútbol. 

Mañana, en el Sánchez-Pizjuán, donde todavía resuenan los ecos de la euforia por una nueva final de Europa League, el Sevilla-Betis devolverá un poco de picante a la zona alta de la tabla, donde ya quedan pocos estímulos en cuatro jornadas. Porque el bloque hispalense ha protagonizado la gran remontada del último cuarto de competición y lucha, como el verdiblanco, por un billete continental: al margen del que pudiese corresponderle como campeón de la Europa League, el séptimo puesto liguero asegura plaza en la próxima Conference. Actualmente, los visitantes son sextos con 55 puntos y los locales, décimos con 47… a solo uno de ese séptimo escalón. 

En la antevíspera de que el Mundial de Qatar cortase el ritmo de todas las Ligas del planeta, el Betis-Sevilla se selló con un 1-1 (Navas en propia puerta, Gudelj en el tramo final) que nadie esperaba: el Betis caminaba por puestos de Champions y su oponente estaba, ya con Sampaoli, quien sustituyó a Lopetegui, en puestos de descenso. Todo puede pasar. 

Desde 1915

Aunque los duelos primigenios datan de 1909 -y el resultado en los tres primeros fue de empate a cero- la gran rivalidad empieza a fecharse hace 108 años, un 18 de febrero de 1915, cuando las aficiones de ambos equipos invadieron el campo (en los Prados de San Sebastián) para pegarse, con lo que el colegiado suspendió el encuentro antes de tiempo. Entonces, los béticos llamaban a sus vecinos «rojos» o «merengues» (hoy son «palanganas»), y del otro lado eran los «pepinos» (hoy «verderones»). 

Fue el origen de un enfrentamiento que camina siempre entre lo entrañable y lo desagradable, lo cercano y lo violento -según barrios y caracteres-, el hermanamiento y el odio acérrimo. Más de un siglo de enfrentamientos (ambos coinciden en Primera por primera vez en la 34/35) que en la época moderna ha vivido algunos de sus episodios más disparatados. 

Los descensos

En la temporada 96/97, el Sporting visitaba al Betis con una condición especial: una victoria asturiana enviaba al descenso al Sevilla. La afición local se volcó de forma brutal con los visitantes y festejó el gol de Cherishev (m. 56) más que uno propio. Los jugadores del club de Gijón dieron la vuelta de honor por el Benito Villamarín. 

Solo tres años después, la venganza se sirvió en frío: el Sánchez-Pizjuán recibía al Oviedo, y la escuadra verdiblanca (luchando por la permanencia) necesitaba ganar al Numancia y que los asturianos perdieran en Nervión. A los 15 minutos, el bloque del Principado ya ganaba por 0-3. Curiosamente, esa temporada 99/00 se vivió el doble descenso de ambos... acompañando al Atlético de Madrid a Segunda. 

A partir de ese punto, el siglo XXI ha recrudecido la relación: los violentos enfrentamientos verbales entre Cuevas y Lopera, el muletazo de la 02/03 a un guarda de seguridad el día en que un aficionado sevillista se abalanzó sobre el portero bético Prats; el 'lío de las camisetas' de 2005, cuando Teixeira Vitienes no dejó que el Betis jugase de verdiblanco (por primera vez en 75 años) porque se confundía con el blanco de los locales y el partido comenzó con 45 minutos de retraso porque los visitantes tuvieron que ir a su estadio a por otra equipación; o la Copa de 2007 en la que el Betis no permitió que ningún aficionado hispalense entrase a su estadio (tampoco su presidente) en un duelo en el que Juande Ramos, técnico del Sevilla, recibió un botellazo y salió en camilla. Episodios penosos que añaden demasiada pimienta a un derbi de olor europeo y que debería bajar de revoluciones en manos de tipos como Pellegrini o Mendilíbar. Como si eso fuera posible...