Dime quién soy

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
-

El ingeniero y cooperante José Antonio Hoyos presenta el miércoles en Fundación Círculo su libro 'Viajando en vertical' en el que reflexiona sobre la naturaleza humana

José Antonio Hoyos, en una imagen de archivo. - Foto: Alberto Rodrigo

A los 40 recién cumplidos José Antonio Hoyos hizo lo que miles de personas llevan años pensando: lo dejó todo y cambió su vida de la manera más radical posible. Este exitoso ingeniero de telecomunicaciones sustituyó los despachos y las  decisiones de calado en sectores estratégicos por una escuela rural en lo más profundo de Tanzania donde se pasó dos años enseñando a leer, a escribir y a sumar a muchas niñas y niños. Satisfecho por la experiencia, dio el salto a la India donde la Fundación Vicente Ferrer le acogió durante siete años como uno más de sus profesores, y más tarde a Mali, de donde ha llegado hace apenas unos meses. Era imposible, pues, no explicar qué significan estos saltos tan tremendos en una biografía. Él lo ha hecho en un libro que se llama Viajando en vertical que este miércoles, 14, presenta junto al periodista Alberto Cueto en el salón de actos de Fundación Círculo en la Plaza de España a partir de las 20 horas, en un acto con entrada libre. 

«Yo tenía una vida bastante satisfactoria y no renegaba de nada de lo que me pasaba, me iban bien los negocios, ganaba dinero, tenía puestos de responsabilidad pero también, la sensación de que algunas facetas personales no habían quedado satisfechas. Había viajado mucho pero, por decirlo de alguna manera, en todas las ciudades en las que había estado había un Zara, me parecía todo demasiado parecido y tenía la sensación de que me estaba perdiendo cosas verdaderamente diferentes y exóticas que me podían aportar mucho. Así que decidí hacer un alto en el camino que resultó ser una huida hacia adelante», explica. 

Así que dejó el trabajo, vendió su piso y se quedó «ligero y sin deudas», la mejor manera de iniciar una nueva etapa, que reconoce dejó perplejos a quienes le rodeaban: «Mi madre me llegó a preguntar si me pasaba alguna cosa, si me estaba drogando o algo y nada más lejos de la realidad, así que busqué un voluntariado vinculado con la educación, que siempre me había interesado mucho, y me marché a Tanzania con la ONG Born to learn. Y, efectivamente, vi que había muchas cosas que me había estado perdiendo, otra forma de vivir, otros idiomas, otras culturas...».

De este modo empezó lo que él ha llamado su 'viaje vertical', bautizado así porque lo que hizo no fue «llegar, tocar y marcharme como a veces hacen muchas personas sino que llegué, estuve, aprendí el idioma, quise quedarme para siempre, en definitiva tener una relación intensa y vertical con el lugar, permear en su cultura, hundirme en sus costumbres...».

El libro no es, advierte, ni un anecdotario ni una «yuxtaposición de experiencias». Sus estancias en Tanzania, India y Mali son «el terreno donde ha crecido la parra que ha dado lugar a la uva de la cual ha salido el vino que es el libro, es decir, son los lugares que me han inspirado». El viaje vertical al que se refiere el título es mucho más profundo, nada menos que el que se hace para conocerse a uno mismo: «Intento responder a la pregunta más vieja de la historia de la humanidad, que es quién soy». 

Para conocer la respuesta hay que leerse su obra, obviamente, pero José Antonio Hoyos da unos apuntes previos: «Los datos biográficos y laborales nos definen, sobre todo, hacia afuera, pero cuando nos preguntamos qué es lo que realmente hace que seamos quienes somos, la respuesta empieza a ser más dificultosa y he llegado a la conclusión de que con palabras no se puede expresar, que es una experiencia más que una descripción o que una consecución intelectual. Por eso en una buena parte del libro apunto a que lo que quiero decir no se puede decir con palabras porque al orbitar alrededor de algo que no es verbalizable aparecen muchas metáforas y un apunte a una naturaleza personal que es que somos esencialmente potencialidad y posibilidad de manifestarse, pero nada que se pueda describir con palabras». 

Y es que, a su juicio, uno no puede definirse a sí mismo «de la misma manera que un diente no se puede morder a sí mismo o que la punta del dedo no puede tocar la punta del dedo o que un cuchillo no puede cortarse a sí mismo por más afilado que esté», pero en este trayecto también se ha dado cuenta de que casi todo lo que nos define es transitorio: «Mi nombre terminará, mi existencia en un cuerpo también... pero sí creo, como dice Eckhart Tolle en El poder del ahora, que si todo el universo fuera azul no habría azul; el azul es azul porque lo puedes comparar con otras tonalidades, de la misma manera pienso que si percibo la transitoriedad algo tiene que haber eterno en mí, algo que me permita ver que lo que hay alrededor de mí es transitorio».

¿Por qué es necesario que nos preguntemos quiénes somos, según este autor? «Todo lo que hacemos y pensamos es un ejercicio de búsqueda. Cuando descubres quién eres realmente te das cuenta de que eso que eres lo compartes con mucha gente, igual que hace el baniano, un árbol de la India que crece y sus ramas bajan hacia el suelo donde crean raíz, de manera que el baniano  puede tener muchos troncos pero siempre es el mismo árbol. De esta manera, me lleva a pensar que hay muchos hombres y mujeres pero que humanidad solo hay una».