Las huertas del antiguo convento de Tardajos se han convertido en un lugar de esparcimiento. El invierno las pinta de tonos ocres, pálidos, inertes. Esa paleta sobria se rompe al fondo, sobre unas viejas paredes, con una explosión de color, con morados, amarillos, azules, verdes. Christian Sasa, espray en mano, culmina en el pueblo de sus padres una pintura que empezó en otoño y dejó inacabada. Se trata, hasta ahora, de la última gran obra del autor del séptimo mejor mural del mundo del año 2022, el que realizó para la fachada de Los bizcochos de Carol, en el G-3. El creador burgalés sigue quitando importancia a ese reconocimiento, que otorga la plataforma de arte callejero Street Art Cities, aunque sí admite una mayor proyección. Ha recibido llamadas. Ahora solo falta que ese interés se concrete en trabajos. 

Christian Sasa (suma de Saldaña y Santos, sus apellidos) se recuerda siempre dibujando, «era mi manera de entretenerme, mi juego», pero no cree que haya cumplido un sueño. No porque, simplemente, ese sueño nunca existió. Nunca soñó con vivir de este arte, aunque fuera lo que más le gustaba y mejor se le daba. Ocurrió de una manera natural. Un primer encargo lleva a otro, y a otro, y a otro... 

«El grafiti me llamó la atención desde chaval. Al principio te compras un espray para hacer el cabra, pero luego ves la posibilidad de mezclar esta técnica con los dibujos que me gustaba hacer y, poco a poco, llega ese primer encargo», recuerda unos inicios que ya empiezan a quedar lejos. Entonces tendría unos 17 años. Ahora, 33.

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