Tomates como terapia para una nueva vida

I.P.
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Un grupo de afectados por daño cerebral acude cada viernes a la huerta terapéutica educativa de Santibáñez, donde socializan, trabajan la tierra, recuperan autoestima y se sienten útiles

José Carlos, que sufrió un accidente de tráfico, recoge alubias. - Foto: Luis López Araico

A las 10 de la mañana Donato abre la puerta del número 43 de la calle Condesa Mencía. Aparece Joaquín de la Calle. Hay que ayudarle a llegar a la furgoneta de Cruz Roja que espera enfrente. Allí está Serafín, entre ambos le ayudan a subir y tomar asiento. Saluda a Mari Carmen, a quien unos minutos antes han recogido en la calle Compostela, y arrancamos de nuevo. Las siguientes paradas nos llevan a Capitanía, donde nos espera José Carlos, a la Avenida de Palencia donde recogemos a Rosa y, finalmente, a la calle Mariana Pineda donde reside Miguel y donde también se monta Noemí, la terapeuta. 

Es el grupo que cada viernes se desplaza a Santibáñez Zarzaguda donde está la huerta terapéutica educativa Huerteco desde 2014, en terrenos cedidos por VoluntaRed, que se ubican en un antiguo colegio de religiosas. Juan Luis Carranza es el terapeuta hortícola del proyecto y recibe a los cinco miembros de la Asociación de Daño Cerebral de Burgos (Adacebur) a pie de la furgoneta; ya dentro les tienen preparadas las bancadas, colocadas a su altura para que trabajen sentados y no tengan que agacharse. En ellas han venido semanas pasadas sembrando diversas hortalizas que ya empiezan a dar sus frutos, como también lo que se sembró en los invernaderos donde el grupo entró para recogen pimientos del padrón, alubia, tomates y calabacines, con ayuda de los socios de Huerteco. No falta cada viernes el descanso para comer algo y ayer hasta se acercaron al bar a tomar algo; otros días, cuentan, han ido a ver los molinos, la panadería -el panadero se ha comprometido a enseñarlos a hacer pan con masa madre- o a ver la iglesia.

Con el de ayer es ya el cuarto viernes de viaje después del duro confinamiento, que si ha sido duro para todos, más aún para estos enfermos a los que se frenó en seco sus terapias, sus ejercicios, su posibilidad de continuar con su proceso de recuperación y socialización vital para afrontar esa segunda vida tras el ictus, el accidente de tráfico, el aneurisma, el tumor... 

Cada uno de nuestros cinco protagonistas está en la Asociación por sufrir daños cerebral en distintas circunstancias, las dos mujeres por ictus, otros por un accidente de tráfico o una enfermedad hereditaria y el último, por un aneurisma. Todos aseguran estar mejor desde que se incorporaron a Adacebur y hacen terapias y trabajos de habilidad o mentales. 

A los cinco, en todo caso, un día les cambió la vida, tuvieron que dejar el trabajo, aprender a vivir con sus limitaciones, adaptar sus viviendas... Ahora son un grupo que comparte enfermedad, pero también ilusiones y solidaridad. Y eso se nota en el viaje hasta Santibáñez, hay complicidad entre ellos, que también se nota con los socios de Huerteco y los de Cruz Roja.

En esa media hora de camino a Santibáñez, Rosa me cuenta con humor su historia. Tiene 78 años y lleva tres ictus, además de marcapasos tras un infarto. «Todo completo», dice ella entre risas, recordando que el primer ictus le dio en el 2010 tras una noche entera sin dormir y fumándose dos cajetillas de tabaco. Tenía a su marido en la UCI. El segundo coincidió con otro problema de enfermedad de una de sus 4 hijos. Sus secuelas: falta de habilidad de la zona derecha del cuerpo, sobre todo en el brazo y la pierna. En plena confinamiento le dio un síncope, pero todo ello no le ha hecho perder la alegría ni las ganas de estar con la gente. Desde que se apuntó a la Asociación de Daño Cerebral, hace terapia, ejercicios, trabajo cognitivo, bicicleta, manualidades... y los viernes a Huerteco; asegura que ha recobrado algo de habilidad en la mano y sobre todo es feliz de estar con gente, compartir el almuerzo y ver que es útil para hacer cosas, un semillero, plantar, atar ajos o recoger pimientos, tomates o calabacines que es lo que ayer hicieron.

Por su parte, Mari Carmen, de 71 años, sufrió un ictus en el año 2013, lo que la obligó a dejar el bar en el que había trabajado siempre, en la calle Compostela, y que desde entonces lleva su hijo. Tiene secuelas en las piernas, con escasa estabilidad. También le dio una trombosis y está operada del corazón. «Igual que Rosa, hasta la dos enviudamos». Reconoce que con el confinamiento se ha quedado más torpe, lo que espera recuperar ahora con la vuelta al Centro Graciliano Urbaneja, donde hace escalera, bici, polea y «trabajos para mejorar el coco», porque dice que haya que aprender a convivir con esto y a saber que es muy posible que te vuelva a dar otro, como de hecho a ella le sucedió. Le gusta venir cada viernes a Santibáñez, aunque ayer no tenía un buen día.

El problema de Joaquín de la Calle, de 57 años, es diferente. Sufre ataxia por falta de riego al cerebro, y se trata de un problema hereditario, ya que lo sufren también otros tres hermanos. En su caso le afecta a la movilidad pero también al habla, lo que le obligó a dejar su trabajo de conductor en Alsa. Es el más joven de este grupo hortícola. 

A su lado en el invernadero coge pimientos José Carlos Saiz, cuyo daño cerebral -traumatismo severo- y de movilidad -tuvo diversas fracturas-, se debe a un accidente que tuvo por culpa de un camión que hizo la tijera y le pilló en medio hace ya 18 años. Estudio Derecho, pero trabajaba de comercial del sector cárnico. Tiene 59 años y ahora vive una segunda vida gracias a la terapia y la ayuda de su hermano y su cuñada. Vive solo, le gusta la independencia y «hacer felices a los demás», dice.

Finalmente, Miguel Calleja, que regentaba un comercio en el centro de Burgos. También un día, hace 20 años, le cambió la vida a consecuencia de un aneurisma por hipertensión. Ha cumplido ahora 65 años y le encanta venir a Huerteco porque está en la naturaleza, «esto es lo que es la vida, sembrar y recoger», dice este amante de la Física.