Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Cartas, ciencia

02/11/2022

Cuenta Camus que, tras recordar a su madre, lo primero que hizo cuando supo que le habían concedido el Nobel en 1957 fue escribir una carta de agradecimiento a su maestro de la escuela argelina diciéndole que, sin su enseñanza y ejemplo, nada de eso hubiera ocurrido. Es en los libros de correspondencia, sobre todo en las cartas, donde veo claramente cómo es donde está relatada la vida en directo y cómo es en ellas donde se ve mejor que la fina lluvia de tinta aclara los rincones en los que permanecen escondidas las emociones que nos sostienen. El holandés Wermer expresó como nadie en su pintura esa relación íntima de lectoras con las cartas y creó el espacio de mayor complicidad posible entre los ojos que leen y las palabras que son leídas. En el caso de especiales remitentes, a veces la aportación de valor sentimental y literario o de conocimiento y reflexión en cualquiera de los campos de la actividad humana, convierte su correspondencia en un tesoro documental portador de una luz imposible de encontrar en el enorme buzón que ahora conforman las redes sociales.

A propósito de la celebración de la Semana de la Ciencia en Castilla y León, programada por la Unidad de Cultura Científica de la UBU, he visto correspondencia más difundida de científicos como Leonardo, Galileo, Newton, Darwin, Einstein o Freud; cartas que hablan de hallazgos y propuestas; con notas, dibujos o esquemas que nos proporcionan conocimiento sobre el recorrido de la ciencia y sobre qué perseguimos la humanidad en este bosque en el que la separación entre ciencias y letras puede resultar vana cuando entendemos que todo está conectado. Aunque Lorca escribiera en el hormigón de Nueva York que sabía que existían los anteojos para la sabiduría pero que él no había venido a mirar el cielo, nadie puede, sin embargo, vivir de espaldas al cielo. Un colegial remitió carta urgente en 1957 a la Real Fuerza Aérea Australiana tras el anuncio de que los soviéticos habían aventajado a los EEUU con el lanzamiento del Sputnik 1. La carta, que contenía un diseño de cohete espacial con instrucciones para que los ingenieros «añadan otros detalles», iba dirigida A UN CIENTÍFICO IMPORTANTE y permaneció olvidada hasta que en 2009 el documento apareció en la web de los archivos nacionales de Australia. Se envió ese mismo año respuesta de agradecimiento al remitente, entonces niño, ahora ya mayor, con la seguridad de que posiblemente nunca habría dejado de mirar el cielo, de vivir por la ciencia.