Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Bodega

29/08/2022

Las cosas como son, esta provincia es hoy día un resort de verano, un montón de pueblos con una temporalidad superior a la de la costa mediterránea. No hay más que preguntar al que lleve el bar de cada localidad y le podrá dibujar en el aire una gráfica con un pico a lo Himalaya que sube y baja en estos días y una meseta como la propia planicie castellana el resto del año. Y como resort que es tiene instalaciones apropiadas para ese uso recreativo. Las mejores, sin duda, son las bodegas, unas construcciones ideadas para conservar el vino pero que ahora son lugares para celebrar, encontrarse y, por supuesto, comer y beber.

Esta semana estuve en una, en una fiesta, que duró lo que una jornada laboral. Era una de esas bodegas familiares excavadas en un monte cercano a un pueblo, horadada entre arcilla y cantos; una pequeña cueva con una temperatura excelente, la adecuada para el mantenimiento del clarete, perdón, rosado. A continuación del agujero había un merendero y después, el campo, que es el verdadero punto de este tipo de bodegas. Esta en concreto, al encontrarse a cierta altura, permitía divisar las curvas del río marcadas por los chopos y los montes de encinas y sabinas que teñían de verde oscuro la tierra hacia el este. Fue día de sol y calor y, después de comer y beber, la cosa (el baile a cargo de un dúo musical) se trasladó al exterior. A mí me parecía estar en una película italiana, una de esas en las que un montón de gente, una familia grande por ejemplo, está de fiesta en un lugar de Sicilia o, si son más finos, en la Toscana. Pero con toques de aquí, claro: era una fiesta de padres e hijos adolescentes-jóvenes que bailaron juntos como difícilmente se haría en la ciudad y curiosamente la canción que lo llevó todo arriba para ambas generaciones fue Cuando zarpa el amor, de Camela. Navega a ciegas, es quien lleva el timón / Y cuando sube la marea al corazón / Sabe que el viento sopla a su favor. No se haga el loco que se la sabe, así son las cosas en el verano en el que a uno se le han caído todos los prejuicios musicales a los pies. El sol se fue metiendo lentísimo mientras la música no paraba: azules, naranjas y rosas se sucedían en el horizonte hasta que anocheció. En otros sitios aplauden cuando ven algo así, aquí no hace falta. Basta con disfrutarlo.

Si no fue, se lo perdió.

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