Morriña junto al Cid

G. ARCE / Burgos
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La provincia acoge a tres generaciones de gallegos asentados, en su gran mayoría, desde mediados en los años 60 y 70. Hablan con Diario de Burgos de su tierra natal y de sus recuerdos

A la izquierda, la familia Ferreiro; en el medio, Lúa y Merche, las gallegas de Susinos del Páramo; y a la derecha, Fernando Varela Reverendo entre sus hijos Lino y Pilar. - Foto: Alberto Rodrigo

La última actualización del padrón cifra en 2.073 el número de gallegos residentes en Burgos, dato que no es del todo exacto, pues el gran desembarco de este pueblo de raíces emigrantes se remonta a los años 60 y 70, durante la vorágine del Polo, y acumula ya tres generaciones familiares entre nosotros, dos de las cuales no son gallegas de carné de identidad, aunque la morriña les sigue afectando por igual.

La realidad es que muy pocos estaban llamados el domingo a las urnas para participar en las elecciones autonómicas [hay que estar empadronados en Galicia o residir en el extranjero], aunque todos estuvieron, en mayor o menor medida, pendientes de lo que ocurrió en su terra, donde ya reside solo una pequeña parte de las familias. Otra tanta estará pensando en Galicia desde Bilbao o Madrid, Alemania, Suiza o desde algún rincón de América, entre otros destinos de emigración.

Hay gallegos por todo el mundo ('hasta en la Luna', reza el dicho popular), pero la verdad es que en 2024 hay más burgaleses en Galicia que gallegos en Burgos. Son 2.271 nacidos aquí y censados allí, según el INE, la mayor parte residentes en A Coruña (882) y Lugo (249), mientras que su presencia en Orense y Pontevedra es minoritaria: 32 y 36 burgaleses, respectivamente. Por contra, tras los coruñeses (655), son los orensanos (543) y los pontevedreses (531) los DNI más habituales en Burgos. 

Ángel Ferreiro, presidente de la Casa de Galicia (c.), junto a sus padres Javier y Áurea y su hermana Teresa.Ángel Ferreiro, presidente de la Casa de Galicia (c.), junto a sus padres Javier y Áurea y su hermana Teresa. - Foto: Alberto Rodrigo

Galicia no es lo que fue, coinciden los gallegos burgaleses consultados. «Desde la distancia, vemos a nuestra tierra muy bien. Ha mejorado muchísimo, se ha modernizado y las autovías y el AVE nos han acercado más. Ya solo volvemos para pasar los meses de verano en la casa de la aldea. No existe la emigración de entonces, los hijos y nietos están retornando porque hay unas oportunidades que no existían antes. Galicia ya no es solo hostelería, turismo y pesca. Ahora hay mucha más industria».

La familia Ferreiro | 55 años en Burgos

«Nos conocimos en Baracaldo y vinimos a la ciudad en busca de aire puro y seco»

Noveno de doce hermanos, Javier Ferreiro emigró de Guitiriz (Lugo) a los 7 años, en plena posguerra, para trabajar de sirviente en una vivienda. A los 14 dio el salto a Baracaldo, «donde entré a trabajar como pinche en los Altos Hornos, haciendo de todo, desde atender a las visitas de los ministros o dar agua a los trabajadores».

Lúa y su madre Merche, junto a uno de los cruceros del Camino de Santiago, en el barrio de Gamonal. Lúa y su madre Merche, junto a uno de los cruceros del Camino de Santiago, en el barrio de Gamonal. - Foto: Alberto Rodrigo

En Baracaldo, cuna de la emigración gallega, castellana y andaluza (junto a Sestao o Portugalete), conoció a Áurea, que a los 9 meses abandonó Paradela Sarria (Lugo), acompañando a sus padres al País Vasco. «Mi padre era zapatero e hizo un calzado especial a medida para un tío de Javier y así nos conocimos...».

El asma que periódicamente afectaba a Áurea fue el desencadenante de la llegada del matrimonio a Burgos, una ciudad de la que solo conocían la estación por la que pasaba el tren en sus viajes a Galicia. 
«Mis primeros contactos con los burgaleses -recuerda Áurea- fueron duros. Sois, de entrada, cerrados, secos y ásperos como la lija más dura. Nos llamabais 'las vascas', porque íbamos a tomar el aperitivo con los maridos, cuando en Burgos no se estilaban las mujeres en los bares. El primer año fue difícil, hoy somos muy felices aquí».

Javier llegó a la ciudad el 14 de agosto de 1968, con el Polo en plena expansión y «sin una vivienda disponible». Su primer trabajó se lo dieron en Arranz Acinas, como albañil oficial de primera. 'Si a las 8 de la mañana no estás en la obra, no te molestes en volver', le advirtieron. Madrugó. Cómo no... Tras su paso por la construcción, en enero 1970 entró a trabajar en la Firestone. En 2006 se jubiló.

Fernando, a sus 93 estupendos años, junto a sus hijos Lino y Pilar.Fernando, a sus 93 estupendos años, junto a sus hijos Lino y Pilar. - Foto: Alberto Rodrigo

El pequeño de sus tres hijos, Ángel, también trabaja en Bridgestone y preside desde 2003 la Casa de Galicia, de la que la familia Ferreiro presume de ser una de las fundadoras. 

«Recuerdo un domingo de Pascua del año 93, celebrábamos el día del aguardiente en Galicia y me quedé atendiendo la taberna de mi tío mientras él iba a por cambio. Apareció Manuel Fraga a tomarse un orujo y le cobré, no le reconocí, era un chaval. Sacó un billete de 1.000 pesetas y me lo dio con el compromiso de que me aprendiese el conxuro de la Queimada... A los 18 años tuvimos un acto en Presidencia de la Xunta y nos recordó a los que allí estábamos la anécdota del burgalés que le cobró el orujo a 1.000 pesetas... Le dije: 'Pues fui yo'. Tantos años y Fraga se acordaba perfectamente de aquello...».

Su hermana, Teresa, enfermera, intentó en varias ocasiones regresar a la casina de Lugo para trabajar en Galicia, pero las competencias sanitarias autonómicas han impedido la vuelta. «Cuando estoy en Burgos soy gallega, cuando estoy en Lugo soy burgalesa», bromea. Muchos gallegos viven en esa maravillosa confusión.

Las gallegas de Susinos del Páramo

«La morriña siempre está ahí. Galicia ha cambiado mucho, se ha modernizado»

Merche Barrela es maestra y está casada con un burgalés de Susinos del Páramo. Lúa es su hija, nació hace 15 años en Burgos, pero se siente tan gallega como su nombre, 'Luna' en castellano. 

Las raíces familiares de estas dos mujeres nacen en dos pequeñas aldeas de Lugo, concretamente en la Ribeira de Piquín, por parte de la bisabuela de Lúa, y en Castro, por el bisabuelo. Cada cual emigró por su cuenta a Bilbao en los años 60, huyendo de la pobreza ancestral que arrastró la Galicia interior y que casi la termina de vaciar. 

Se conocieron en Masustegi, el barrio gallego de la capital vasca, que muchos recuerdan como el refugio y el hogar de los paisanos y otros, los menos, como el gueto de los emigrantes, de 'los que venían a servir' (a los burgaleses también les sonará este desprecio...). Para lo bueno y para lo malo, allí nació Merche.

Las bronquitis recurrentes de la hoy maestra acercaron a la familia a Briviesca y al clima seco, frío y limpio de Castilla, tan valorado por los vascos por sus virtudes curativas para unos pulmones enfermos de la humedad y los humos de la Ría. Así transcurrieron muchas vacaciones de verano, que terminaron por transformar toda una vida.

«Hoy soy maestra de música en Villadiego y me encanta el mundo rural. Conocí a mi marido, que es de Susinos del Páramo, y allí vivimos muy felices con un vecindario de apenas una docena de personas».
Aunque la vida de Merche y Lúa está en Burgos, madre e hija se sienten gallegas. «Tenemos la familia dividida entre Galicia y Bilbao, pero somos todos gallegos, la morriña siempre está ahí», reconocen.

La madre es, de hecho, cantareira y pandereteira en el grupo folclórico Foles e Ferreñas, de la Casa de Galicia en Burgos. Lúa ha aprendido a tocar la gaita como lo hacían sus ancestros. «En casa siempre hay algo de Galicia. Cuando vuelvo a mi tierra me siendo de allí, todos te acogen cuando saben que tus raíces son gallegas», dice orgullosa Lúa.

«Galicia está muy cerca ahora gracias a las comunicaciones, aunque, a veces, la veo lejos, porque está muy arraigada en el pasado... Hay mucha tradición cultural y familiar, muchas costumbres que veo muy diferentes. Se está modernizando mucho», reflexiona Merche, que avisa que en Galicia la hospitalidad aún se sigue mostrando con platos llenos de viandas, «¡que hay que comer!».

Fernando Varela Reverendo | 79 años en Burgos

«Vine a los 14 años con la ilusión de encontrar trabajo y construimos el Polo»

El plan de Fernando para el domingo de las elecciones fue cocinar tres pulpitos que trajo congelados la última vez que estuvo en Aguasantas, la pequeña aldea del Concello de Cotobade (Pontevedra), donde nació -detalla con precisión- el 14 de septiembre del año 1930. 

A sus 93 excelentes años, cargados de recuerdos tan frescos como si los estuviera viviendo, estamos ante uno de los obreros que levantaron la barriada de Illera y el camionero que transportó la piedra de la nueva plaza de toros o los materiales para la construcción de los nuevos colegios y para levantar las industrias del Polo. ¡Ahí es nada...!

Fernando ha vivido los últimos 79 años de Burgos sin dejar un solo día de falar galego, añorando su tierra de origen y queriendo por igual a su tierra de adopción, donde ha sido y es «muy feliz». 

Estamos ante uno de esos trabajadores de sol a sol, incombustible e inquieto, cuya vida permite entender nuestra ciudad contemporánea, industrial, dinámica y diversa. La emigración también es esto.

Fernando es hijo de cantero. «En un dormitorio de la casa nació la generación de mi madre, mis tres hermanos y yo. Disponíamos de una huerta, de un cerdito, de alguna oveja y una cabra. Fincas de maíz, centeno y patatas... Vivíamos de la tierra».

A los 13 años acompañó a su padre a Ponferrada, a trabajar en una cantera, donde aprendió las artes del oficio y «a coserme las zapatillas, que no dejaban de romperse».

Un año después, llegó a Burgos con su padre «porque un vecino nos dijo que allí había mucho trabajo». Y claro que lo había. En la primavera de 1945 estaban en construcción las casitas de la barriada de Illera «y la primera planta del hospital Yagüe». «Recuerdo cuando pasábamos por el bar Gallo, en Vadillos, y lo bien que olía a comida. También el frío tremendo que me congelaba el poco bigote que tenía».

Las primeras vacaciones las disfrutó 6 años después de llegar a Burgos. «Conseguí un poco de dinero para volver a Aguasantas, lo que implicaba comer y hacer noche por el camino, para llegar a casa de noche». De Aguasantas era la familia de su esposa, Digna Cerviño, gallega de Salvador de Bahía (Brasil). 

Con el Polo se compró un camión de segunda mano. «Pude comprarme uno nuevo en Automoba. Me dieron 110.000 pesetas por el viejo y tuve que pagar 21.500 todos los meses durante 10 años...».

Construyó durante cuatro años, sábados y domingos, la casa familiar en el camino Mirabueno, donde nacieron Pilar y Lino y donde acogieron a muchos gallegos recién llegados a Burgos. «Allí se quedaban hasta que encontraban alojamiento», recuerdan Pilar y Lino, burgaleses de nacimiento que han vivido y sentido Galicia desde su infancia, lo mismo que los nietos de Fernando.