«Ahora tengo ilusión por vivir»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
-

Nati Cabello, que fue presidenta de la asociación La Rueda, fue diagnosticada en 2010 de una depresión mayor que ha superado tras una década de medicación y terapia

Nati Cabello, hace unos días. - Foto: Patricia

Diez años después de que le diagnosticaran una depresión mayor, en junio de 2020 a Nati Cabello le dieron el alta y, si las cosas siguen de bien como hasta ahora, en apenas cuatro meses terminará con la medicación que aún mantiene por prescripción facultativa. Una década ha estado esta agente de igualdad, que fuera presidenta de la Asociación para la Defensa de la Mujer La Rueda, conviviendo con una enfermedad que le produjo una tristeza y un vacío tan enormes que, a veces, le cuesta encontrar un adjetivo que los defina en toda su extensión, y un sentimiento de culpa asfixiante, precisamente por estar tan triste y «por pensar que era una carga para los demás y no explicarme por qué me estaba pasando eso si yo no tenía problemas».

La depresión mayor, también conocida como exógena, no está vinculada a ningún factor externo como ocurre con otros tipos de esta misma patología, no hace falta quedarse en el paro o enviudar o sufrir acoso para sentirse emocionalmente devastada. El jefe del servicio de Psiquiatría de Burgos, Juan Antonio García Mellado, lo explica muy bien en estas mismas páginas: «Se te apagan las luces del cerebro y no sabes cómo encenderlas».

Tristeza, vacío, sentimiento de culpabilidad... Cabello tenía todas las características de este cuadro: «Al principio no podía parar de llorar. Lloraba en el trabajo. Lloraba cuando me hablaba una amiga, lloraba cuando veía a las mujeres que venían a la asociación con enormes problemas y me sentía fatal porque a mí no me ocurría nada que me hiciera estar así». Llorar. Llorar todo el tiempo. No querer más que dormir, levantarse a la fuerza para hacer cuatro cosas en casa. No poder salir a la calle «y menos sola» y tener un pánico horrible a encontrarse con alguna persona conocida. No tener voluntad para ver a nadie. Levantarse de la mesa tras una comida familiar y mientras el resto estaba de tertulia dormitar toda la tarde bajo una manta. «Llegué a pensar, no en el suicidio porque realmente nunca me lo planteé, sino en que si me muriera pues que tampoco iba a pasar nada grave y que dejaría de ser una carga para mi familia».

Le costó mucho a esta histórica feminista, que el año pasado recibió un homenaje del Ayuntamiento a su trayectoria, despejar la 'nube negra' -poético nombre que Joaquín Sabina le puso a su depresión- pero la recuperación llegó gracias a la intervención de una psiquiatra de Sacyl, Olga, a la que Nati está muy agradecida -«fue tremendamente empática, una vez me abrazó en la consulta y me hizo sentir que me entendía, fue un alivio grandísimo»-, de la medicación, de la terapia psicológica y del apoyo familiar: «Pasados unos meses, la psiquiatra me aconsejó que hiciera 'algo', me apunté a clases de restauración y además de descubrir algo que me gustaba me sirvió para conocer gente, mujeres que me apoyaron y me lo hicieron más fácil».

Ahora, aunque dice que le cuesta un poco, ya sonríe: «Me encuentro bien, tengo ilusión por vivir y disfruto de las cosas pequeñas del día a día, aunque no niego que me da miedo pensar que me puede volver a pasar».