Un socialista que sueña con ser Felipe

AGENCIAS
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Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE tras un proceso histórico de primarias en el que votaron los militantes, imponiéndose a Madina y Pérez Tapias. Se afilió al PSOEen 1993 contagiado por los ideales de sus padres.

 
de no ser apenas nadie en política hace dos años, Pedro Sánchez afrontará el próximo 20 de diciembre el reto de poder convertirse en presidente del Gobierno y reeditar la gesta que supuso la llegada al poder de Felipe González, su gran referente del socialismo.
Sánchez, que el 29 de febrero cumplirá 44 años, apenas tenía 11 cuando González arrasó en las urnas en 1982 y empezó a escribir la página más gloriosa del PSOE durante la democracia.
Tres décadas después, él tendrá la oportunidad de emularle tras salir del anonimato, cuando se propuso capitanear un grupo desnortado y alejado totalmente del electorado.
De salirle bien la jugada, Sánchez será, como a él le gusta decir, «el primer presidente que ha sufrido el paro y que ha echado currículos para lograr un trabajo», después de una trayectoria profesional marcada por la política, la economía y la docencia.
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales, en 2012 se doctoró por la Universidad Camilo José Cela de Madrid y comenzó a dar clases, un año después de dejar el escaño en el Congreso de los Diputados, en donde se estrenó en 2009 relevando al entonces vicepresidente económico, Pedro Solbes.
Fue cuando, desencantado, pensó que su carrera política había llegado a término después de haber sido también concejal del Ayuntamiento de Madrid entre 2004 y 2009, gracias a su amiga y exministra Trinidad Jiménez, quien ofició su boda civil.
Pero en enero de 2013, la política volvió a llamar a su puerta para regresar como diputado de un PSOE que navegaba a la deriva con Alfredo Pérez Rubalcaba, quien le encomendó, a finales de año, propagar por España los acuerdos adoptados en la conferencia política celebrada para intentar resucitar al partido.
Fue entonces cuando en Sánchez comenzó a despertar el sueño de ser algún día el líder del PSOE que le sacara del pozo en el que quedó al final del mandato de José Luis Rodríguez Zapatero.
Con Rubalcaba fuera de juego tras el batacazo de las europeas en mayo de 2014, Sánchez formalizó su candidatura a la secretaría general, una vez que la andaluza Susana Díaz le bendijo como delfín con tal de que no ganara Eduardo Madina.
 
Apuesta por el colectivo. El político madrileño se transformó entonces en el candidato en la carretera y peinó España para convertirse en el primer secretario general del PSOE elegido en primarias por el voto directo de la militancia. «Quiero cambiar el PSOE para cambiar España», fue su proclama nada más ser coronado por los mismos pesos pesados del partido que en los últimos meses no se lo han puesto fácil para hacer realidad su sueño de llegar al palacio de la Moncloa.
De ser presidente, también será el primero que hablé inglés y francés -aunque éste lo tiene más oxidado-, adquiridos cuando trabajó en Nueva York de chico de los recados de una empresa financiera y de asesor en el Parlamento Europeo (1998) y en la oficina de la ONU en Bosnia durante la guerra de Kosovo (1999).
Casado con la bilbaína Begoña Gómez, tiene dos hijas, Ainhoa y Carlota, de 10 y 8 años, respectivamente, de las que no se cansa de subrayar la importancia que tienen en su vida para «cargarle las pilas» y soportar el intenso día a día al frente de la sede de Ferraz.
Otras de sus pasiones es el baloncesto, que, como el propio Sánchez dice, le ha servido para convencerse de que «como en la política, el equipo está por encima del individuo».
«Aprendí a esforzarme hasta que el árbitro pita el final del encuentro», confiesa el candidato socialista para hacer ver que no tirará la toalla pese a que las encuestas no terminan de auparle al primer puesto.
Madrileño del barrio de Tetuán, en su agrupación se afilió en 1993 contagiado del interés por la política que le inculcaron su padre, militante socialista y gerente del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem) cuando Jordi Solé Tura era ministro de Cultura, y su madre, funcionaria de profesión y acérrima felipista.