Estrellas del rock con mucho porte

ALMUDENA SANZ / Burgos
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Trasladan los timbales de aquí para allá y, pese a que los focos se fijan más en los músicos, ya han perdido la cuenta de las veces que los paran para retratarse con ellos. Se preguntan dónde irán los selfis que sí han dado

Santos Pérez y Sergio Arrández, porteadores. - Foto: Luis López Araico

Su atuendo se acerca más al de un miembro de la Corte de tiempos remotos que al de una estrella de rock. Visten una bermellona túnica del cuello a los pies en vez de chupa de cuero y una suerte de bonete emplumado en lugar de cresta de colores. Y, sin embargo, a diferencia de lo que cantaba Víctor Manuel, Santos Pérez y Sergio Arrández se preguntan a dónde irán todos los selfis que sí han dado, que son muchos. Nunca pensaron que fuera tan agradecido un trabajo tan gris y tan fuera de foco como ser los porteadores de los timbales. Pero ambos comprueban San Pedro tras San Pedro la locura que despiertan entre propios y extraños. 

La media hora que pueden llegar a tardar en cubrir los escasos metros que separan el Arco de Santa María o plaza del Rey San Fernando, escenarios elegidos para el canto del Himno a Burgos en las últimas ediciones, hasta el Ayuntamiento, donde almacenan los instrumentos, se erige como el mejor botón de muestra. 

«La ida la haces muy bien porque vas con la comitiva, pero a la vuelta se cierra el cerco y es imposible. A veces nos abre paso la Policía Local porque si no sería imposible avanzar», bromean los dos, sabedores de que esa túnica de terciopelo (son nuevas, aunque mantienen los escudos de la ciudad antiguos) y la lechuguilla al cuello quedan fetén en las fotos. «Los músicos cuando terminan se van. Nosotros vamos más lentos, cargando el instrumento, y como lucimos muy vistosos nos para la gente. Nos hacen fotos, nos ponen a los niños...», cuenta Sergio. 

Las más especiales, y de las que conocen perfectamente el destino, son las que guardan con sus criaturas. A Sergio le costó poco poner su mejor sonrisa la pasada Semana Santa en su primera foto vestido de porteador con su recién nacido, Efrén, que ahora ha cumplido cuatro meses. Más instantáneas colecciona Santos de su niña, Paula, de siete años. La más emotiva, la primera, cuando era solo una bebé de 20 días. Su madre la llevó a la Ofrenda Floral y allí dijeron pa-ta-ta los tres. «Ha caído en una familia de folcloretas... Era inevitable», se encoge de hombros. 

Una escandalosa pelea entre los antiguos timbaleros durante la inauguración de la escultura dedicada a Antonio José en Las Bernardas vistió a Santos de porteador en 2002. El alcalde urgió la reposición de todos los efectivos y su presencia en el Comité de Folclore le hacía estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Se acercaba San Lesmes y no había tiempo que perder. Empezó con otros compañeros (Aniano López, Manuel y Juanjo Soba, padre e hijo, Francisco Hortigüela...). Ya en 2008 se hizo fijo Sergio, que, curiosamente, pertenecía a su mismo grupo de folclore, el Diego Porcelos. Los dos integran el equipo titular y cuentan con Óscar Arrández y David María como suplentes. 

El único enigma que guarda su tarea es todo lo que esconden en el hueco que dejan los timbales en la mesa (los concejales suelen encomendarles sus pertenencias). Su trabajo no guarda más misterios. Su nombre lo dice. Su misión consiste en preparar los timbales y portearlos hasta donde van a sonar. Observa Santos que los primeros cuatro años hicieron brazo. Los llevaban colgados con cinchas y, aunque eran más pequeños y pesaban menos, ozú, sudaban la gota gorda. Luego construyeron una mesa con ruedas para facilitar su transporte. Maravilla. Porque en ocasiones, el timbal se toca en movimiento. 

Sus grandes momentos los viven en San Pedro. Sin duda. Su presencia se hace imperdible en la proclamación de la Corte Real, el canto del Himno de Burgos y la Ofrenda Floral. Pero su labor se alarga todo el año. No se pierden San Lesmes, Semana Santa, Corpus y Curpillos. Siete citas fijas a las que se suman las esporádicas, como entrega de distinciones y títulos honoríficos o funerales de figuras ilustres. 

Conscientes de que los focos se los llevan el timbalero, Jesús María García, y los clarineros, José Ignacio González y Beatriz González, también saben que su papel es fundamental. El engranaje requiere de las cinco piezas y para que no falle acaban de formar la Asociación Timbaleros de Burgos. 

«Los cinco somos muy buen equipo. Si no estamos nosotros, ellos no pueden tocar, y al revés», resaltan e incluso Santos se lanza y cree que sería capaz de tocar los timbales en caso de emergencia (aún no ha ocurrido) después de tanto escuchar el Himno a Castilla, La Marcha de la ciudad, La Bula, La 1 o La 5. Sergio ríe. No las tiene todas consigo. 

Esa anécdota aún no se ha dado. Sí han vivido muchas otras. Recuerdan aquella vez que empezó a llover como si no hubiera un mañana y una señora cogió una bolsa de basura y los perseguía para protegerlos; la curiosa estampa del autobús urbano con ellos y los Danzantes de Burgos rumbo a Las Huelgas el día del Curpillos; las reiteradas quejas que se repiten año tras año de las señoras de la primera fila en la proclamación de las reinas con el típico 'no los puede haber más altos' o 'vaya, todos los años se ponen aquí' y los confetis, creen, tirados a mala leche; los generosos almuerzos compartidos con los tetines y dulzaineros municipales que se aúpan como el mejor momento de cada jornada; o los memes que les sacan, como aquel en el que los llaman Beefeater...

Al margen de guasas, aseguran que se toman su trabajo como porteadores con mucha solemnidad. «Lo vivimos muy adentro». Como las grandes estrellas del rock.