La juventud sabe de tradición

ALMUDENA SANZ
-

La fama de divertido y el intercambio cultural animan a Andrea Irazábal, Sara Ruiz, Lucía Zatón y Paula San Pedro a colaborar en el Festival de Folclore, pero reconocen que fuera de sus círculos de baile esta cultura seduce poco a sus amigos

Andrea Irazábal, Sara Ruiz, Lucía Zatón y Paula San Pedro (de i. a d.), ayer en el Monasterio de San Juan. - Foto: Luis Román

El relevo generacional en el mundo del folclore se encarama como uno de sus misterios. Nadie se pone de acuerdo. Unos lo miran con incertidumbre ante escuelas repletas de niños, pero no de jóvenes; otros lamentan que se siga viendo como una cultura 'de viejos'; y algunos defienden que el interés de grupos como La M.O.D.A. por la música tradicional augura cosas buenas. Esa transmisión entre mayores y jóvenes se palpa en el Festival Internacional de Folclore. En el pelotón de voluntarios que hacen que funcione la maquinaria entre cajas conviven todas las edades. ¿Cómo lo ven los noveles? Sara Ruiz (19 años), Lucía Zatón (18 años) y Paula San Pedro (18 años), que han debutado este año, y Andrea Irazábal (25 años), que cuenta ya seis en su haber, convienen en que la fama de ser divertido y la oportunidad de conocer culturas remotas las empujó a hacerse colaboradoras y que es determinante tener vínculo con un grupo de danzas para querer hacerlo. Aseguran que a sus amigos ajenos al ámbito folclórico esta cultura no les seduce. 

La voz de la experiencia, primero. Irazábal se presenta como un caso raro. Es una enamorada del Festival de Folclore, pero hace tiempo que abandonó el baile. «El folclore interesa en los chavales que bailan», zanja y aventura que, desde luego, no es un atractivo masivo entre la juventud cuando deja atrás la infancia. Ella misma se pone como ejemplo. Entró en Tierras del Cid por sus padres, que ambos danzaban desde pequeños, pero ella se plantó. «Soy la única de la familia a la que no le gusta vivirlo desde dentro, pero sí desde fuera». 

Por eso para ella este encuentro es una cita imperdible en su verano. «Me gusta conocer gente de otros países y las fiestas», destaca y alerta de que el peligro en el que estuvo esta 44 edición y el recorte presupuestario, con los cambios que ha provocado, se ha notado bastante. ¿El futuro? Está segura de que el folclore, en general, y el festival, en particular, seguirán hacia adelante. «Después de la pandemia, la gente tiene muchas ganas», enfatiza. 

La escuchan atentamente Sara, Lucía y Paula, las dos primeras compañeras de Tierras del Cid y la última de Estampas Burgalesas. Reconocen que fueron esos ecos de sirena de lo bien que todo el mundo se lo pasa los que las entregaron a los brazos del festival. 

«Yo veía a mi hermana mayor que hacía un montón de cosas, que se divertía mucho, y deseaba cumplir los 18 años para entrar dentro», comenta Sara, que baila desde los 4 años, igual que Lucía, que tuvo el ejemplo en su prima, y siente Tierras del Cid como su segunda casa, donde ha hecho un grupo de amigos que no quiere perder. Paula entró en Estampas a los 12 años tras hacer sus pinitos en el colegio y sí augura ese relevo, «quizás no masivo, pero lo habrá». 

Sara también cree que hay jóvenes interesados, pese al mazazo de la pandemia, pero advierte que su grupo de amigos 'normal' se encuentra a años luz de esta cultura. Asiente Lucía y puntualiza que en el suyo solo baila ella. «No hay mucho interés en el folclore, pero los que están sí siguen a nuestra edad ya se quedan para siempre», remacha. 

Todas coinciden en que es un orgullo y una buena manera de acercarse a las nuevas generaciones que bandas como La M.O.D.A. se hayan fijado en los cancioneros. «Hace mucha ilusión escuchar a un niño pequeño cantar una canción del año catapún», agregan antes de volver a sus quehaceres folclóricos.