"Yo aprendí a hablar oyendo palabrotas en los bares"

H. JIMÉNEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José Luis López Pascual es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Posando ante sus admirados condestables de Castilla, en la capilla más grandiosa de la catedral: "Es la perfección hecha arte, con un clarísimo toque femenino". - Foto: Jesús J. Matías

Pocos niños en el mundo habrán tenido mejor decorado para su patio de juegos de la infancia. Practicaba fútbol a las puertas literalmente de la catedral. Junto a los hijos del carbonero, el zapatero o el de la tienda de alimentación simulaban ser indios y vaqueros en la calle Fernán González. Jugaban a "campos quemaos" entre los coches que todavía aparcaban en la plaza del Rey San Fernando. Tuvo el privilegio de criarse frente a la seo burgalesa y contemplándola ha pasado toda su vida, antes trabajando de sol a sol y ahora disfrutándola desde su retiro recién estrenado. No es de extrañar que se confiese un "enamorado" del primer templo de Burgos.

José Luis López Pascual, hijo de Pepín y María Luisa, heredero del negocio del Mesón del Cid, primero solo un restaurante y luego un hotel, lleva unos meses relajado desde que se decidió a ceder el testigo a la cadena Hotusa pero todavía no ha perdido el instinto de hostelero ni la capacidad crítica con las cosas de su ciudad.

Nacido en el hospital de Barrantes el 2 de julio de 1961, su primera vivienda estuvo en la plaza de la Flora, una que ahora está apuntalada, pero pasaba muy pocas horas en casa. Desde bebé se crió entre pucheros y su primer recuerdo le sitúa en compañía de su abuela y su tío Jesús, en el Juarreño de la calle Santa Clara, el que entonces era el negocio familiar. "Yo me crié con ella y aprendí a hablar allí, escuchando las palabrotas que entonces se decían en los bares, un castellano puro", bromea.

De aquellos conocimientos impropios para un niño de su edad se escandalizaban las monjas Reparadoras, junto al Patillas, donde le enviaron a hacer una especie de preescolar, porque sus padres muy pronto empezarían a trabajar en el mundillo vinculado al turismo. "A mi madre la engaño mi padre", asegura muy serio. El tan recordado Pepín, que murió en 2015, se ocupaba desde joven de la parte de estanco, postales y sellos del negocio familiar y su amigo Felipe de Abajo le sugirió, en el año 1960, que podía montar algo así como una tienda de recuerdos frente a la Catedral.

Sin embargo, pronto se vio que el proyecto era más ambicioso y en octubre de 1961 abrió sus puertas el Mesón del Cid, restaurante y bar, en el edificio histórico donde tuvo su imprenta Fadrique de Basilea y del que salió el primer ejemplar de La Celestina. "Mi padre tenía claro que las chicas tenían que vestir traje regional y que los vinos que se sirvieran tenían que ir acompañados de una tapa de morcilla".

El trabajo creció rápidamente, su madre se implicó desde el principio en la cocina y de su crianza tuvo que ocuparse la abuela. Era el hijo mayor, y después llegarían sus hermanos Jesús, Pedro, Ana y Eva. A algunos les recuerda en el canasto, resguardados debajo de alguna mesa para que el jaleo del bar no les afectase, e incluso a uno de los niños, que habían sacado a la calle para que le diera el sol, quiso comprárselo una turista extranjera.

Por suerte no hubo venta alguna y su infancia transcurrió feliz en La Salle, donde completó todos los estudios hasta el COU. Luego empezó Derecho en Burgos, pero un grave accidente de moto y la carga de trabajo que generaba el hotel le hicieron abandonar pronto los estudios universitarios.

"No podía estudiar. Me quedaba dormido. Acabábamos de abrir las habitaciones y era inviable, porque me quedaba hasta las tantas cuadrando la caja, los sábados por la noche acabábamos a las 3 de la mañana y aun así me quería levantar a las 8 para coger un autobús que nos llevase a Pineda con un grupo de montañeros". Él estaba acostumbrado a ayudar en el mesón desde que tenía 14 años, había sido casi como un juego el andar subiendo y bajando escaleras con las tapas de morcilla y los peroles de sopa, "pero llegó un momento en el que te tenías que involucrar muy seriamente. Cuando abrimos el hotel mis padres lo hicieron con un crédito que estaba subvencionado y que aun sí era del 13,5%. Así que había que currar mucho".

La pandemia me hizo ver que la vida no es solo trabajar"

Aunque no acabó Derecho, esa pequeña incursión en la vida universitaria le sirvió para conocer a una muchacha llamada Silvia que se sentaba en el pupitre de atrás y que sigue siendo su mujer. Con ella adoptó dos niños ucranianos en 2001 en Mariupol, ciudad ahora tristemente conocida tras la invasión rusa que ha destrozado la localidad. Sus chavales ya tienen 23 años y están independizados.

Aquel accidente de moto le dejó un clavo en el fémur, que luego le sirvió para librarse de la mili, y la confirmación definitiva de que su vida profesional estaría vinculada para siempre a la hostelería. "A mí el trabajo me ha enseñado, sobre todo, a tratar a todo el mundo por igual. Nunca he hecho distinciones entre 'guiris' o españoles, y siempre he negado que alguien que esté de paso sea menos ni más. Nuestra profesión no es de una fidelidad absoluta no somos peluqueros, así que hay que servir bien a todo el mundo".

Para ejemplificarlo, José Luis se retrotrae hasta una noche de invierno, en el año 2010, cuando llamó a la puerta del mesón "un tío con unas pintas que daban ganas de darle 20 euros". Aquel señor le contó que era mejicano y que estaba haciendo el Camino de Santiago por una apuesta de negocios. Conocía el Mesón del Cid de la Ciudad de México y había querido asomarse al de Burgos, y pidió cenar. López le atendió y varios años después ese mismo hombre se presentó trajeado, acompañado de su familia, y le confesó que era directivo de una multinacional, que había sido secretario general de un Ministerio y que regresaba al mesón por el excelente trato recibido en su momento. "Nunca sabes a quién tienes enfrente".

Con tantísimos años de experiencia a sus espaldas, José Luis ha vivido la transformación de su sector hasta llegar al momento actual donde las redes sociales y los portales de búsqueda por internet dominan buena parte del panorama. "La esencia del turismo es la misma, pero las formas de comunicación han cambiado, para bien y para mal. Ahora con las reseñas en las páginas web cualquier puede opinar y esto conlleva pros y contras. Yo siempre he procurado hacer más caso de las valoraciones negativas y he intentado usarlas para poder mejorar, pero también he tenido que responder a quienes me acusaban de un maltrato simplemente porque no le había dejado usar el baño sin consumir nada o ante padres de unos niños que más bien eran auténticos cabestros".

Admite que los gigantes tecnológicos como Booking o Tripadvisor pueden convertirse "en cierto sentido en una dictadura" pero añade que antes ese mismo papel lo adoptaban otros. "Antiguamente los hoteles dependíamos de los mayoristas, pues si no te ofrecían no llegaba nadie, y ahora de los portales".

El gremio y los políticos. Ha sido, en varias temporadas, presidente de la Federación de Hostelería. Y por tanto le ha tocado lidiar con unos cuantos alcaldes y con sus propios compañeros de gremio. De estos últimos asegura que es difícil tener a todos contentos "porque el colectivo es muy variopinto. Nada tiene que ver un negocio de un pueblo con el de la capital, los hoteles con los restaurantes o los bares de noche con los de día, así que muchas veces a nadie le gusta lo que dices o haces".

Y respecto a los gestores públicos relata que su experiencia con ellos, con sus luces y sombras, "es muy aleccionadora porque conoces los entresijos de la política, sus tejemanejes, sus comportamientos desleales y cómo unos y otros tratan de apuntarse medallas cuando ponen en marcha un proyecto, algo que a los profesionales nos da igual".

Cita expresamente a Ángel Olivares, un regidor del que guarda "especial cariño" como impulsor del Complejo de la Evolución "y que siempre fue claro con nosotros, incluso en sus negativas". Y también a José María Peña, "cuyos primeros años en el Ayuntamiento, cuando llegó tras haber sido gerente del Polo, fueron un ejemplo de gestión".

Antes los hoteles dependíamos de la 'dictadura' de los mayoristas y ahora de los portales de internet"

Algunos aspectos del negocio turístico han cambiado mucho a lo largo de las cuatro décadas que José Luis ha estado en primera línea de la hostelería, pero otras no tanto. Por ejemplo, el carácter de Burgos como una ciudad de paso en la que es muy difícil que los turistas pasen más de dos noches. "Cuando anunciaron la creación del Museo de la Evolución Humana yo era de los que pensaba que su 'matrimonio' con la Catedral supondría un gran cambio, pero la realidad es que no ha tenido el efecto Guggenheim con el que un día soñamos. Así que hay que asumir que seguimos siendo un sitio de paso, de una o dos noches y aprovechar esa fortaleza". ¿Cómo? "Mejorando las comunicaciones, esa es la clave. No puede ser que en el año 2022 sigamos sin tener una autovía a Logroño o una comunicación directa con Santander y que con el tren se hayan olvidado de que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Y todo eso habiendo tenido políticos burgaleses de peso en el Gobierno", lamenta.

A este hostelero de raza le faltaban cuatro años para jubilarse cuando, a finales de 2021, tomó una decisión trascendental: ceder a Hotusa la gestión de su negocio. "Llevaban mucho tiempo detrás de nosotros, ya colaborábamos con ellos, y aunque esto ha sido mi vida, conozco hasta el último rincón y dónde está el último clavo mal clavado, la pandemia rompió algo". Dice que el parón obligado por el coronavirus, que mantuvo varios meses cerrado al sector, le hizo ver "que la vida no es solo trabajar. Que tengo una mujer increíble a mi lado a la que prácticamente no conocía de las horas que pasaba fuera de casa. Menos mal que ella es más inteligente que yo, y eso me da rabia porque soy competitivo".

Enganchado a la bici. Ahora disfruta del retiro con algo tan sencillo como "pasar una tarde en casa, leyendo un buen libro. Me gustan los escritores españoles y las novelas policiacas, que me entretengan". Ha dejado no solo el hotel, sino también su presencia en la directiva de la Federación, y tiene el mesón cerrado y en obras a la espera de ver cuál es su futuro.

"Tendré que cotizar hasta los 65, pero aún no sé qué voy a hacer con el restaurante", asegura. Por el momento su tiempo libre también la ocupa con su afición a la bicicleta, algo que data de no hace tantos años. "Empecé a montar en el año 2005, cuando tenía problemas de rodilla derivados de aquel accidente de moto. Veía las estrellas y Mariano Aguilar, el veterinario que es mi médico, me recomendó comprarme una bici de montaña. El primer día que salí con los de Caja Círculo volví a casa que me dolía el alma, pero me enganché con un grupo de amigos, cada vez me sentía mejor y fui apartando la moto".

El gusto por los pedales lo compagina, además, con la fotografía. Tiene retratada a la catedral desde todos los ángulos (participó en la exposición que el año pasado organizó la Fundación VIII Centenario) pero también saca el móvil a paseo cuando sale con su grupeta, a la que suele retratar sobre dos ruedas. "Me he comprado una eléctrica porque todos quieren salir en las fotos pero no me esperan ni cuando tengo que esprintar para tomar distancia y prepararme ni cuando luego tengo que pillarles después de hacer la foto. Y eso que a todos les gusta salir", advierte.

De nuevo, al hablar de fotografía, surge una vez más el nombre de Pepín López de Alzaga, su padre. "Cómo le hubiese gustado ver lo que hoy en día se puede hacer con un teléfono, los ajustes y los recortes de la imagen para que todo quede perfecto…", verbaliza con nostalgia.

La seo burgalesa, una de sus víctimas preferidas en su galería de imágenes, es sin duda otro de sus amores. "No te cansas nunca de verla y cuanto más la miras más detalles descubres". Ha podido hacerlo durante años desde su balcón privilegiado del Mesón del Cid y ahora sigue recorriendo sus alrededores. Si pudiera quedarse con algo de la catedral, sería la capillla de los Condestables. "El que le vea algún defecto que me lo diga. Es imposible encontrarlo. Tiene un clarísimo toque femenino, es la perfección hecha arte", asevera.

A José Luis se lo encontrarán ustedes cualquier día que paseen por el centro, siempre inquieto, siempre atento, saludando a todo el mundo porque media ciudad le conoce. Pregúntenle por algún detalle de la catedral si quieren hacer que le brillen los ojos. Él seguirá disfrutando y haciéndonos disfrutar a los demás a través del objetivo de su móvil y de las galerías con las que alimenta sus redes sociales.