De la tragedia al olvido

FERNÁN LABAJO
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Se cumplen hoy 63 años del accidente que se llevó la vida de 23 niños en la curva del diablo, a la entrada de Burgos desde Madrid. La lápida que les recuerda está destruida

De la tragedia al olvido - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Era una curva complicada y con peralte a la entrada de Burgos, en el antiguo trazado de la N-I. Muchos vehículos la sufrieron durante años, pero nunca hubo una tragedia igual a la del 17 de agosto de 1956. Cuarenta y dos niños de entre 9 y 14 años volvían de un campamento en Quintanar de la Sierra cuando en este punto el camión del ejército que les transportaba volcó hacia la parte derecha y se deslizó unos metros hasta que explotó. Los chavales que viajaban en él se quedaron atrapados entre las llamas y el amasijo de hierros. Murieron 17 en el acto y otros 6 en los sucesivos días en el hospital. La ciudad, la provincia e incluso toda España quedó conmocionada por el suceso y, durante varios años, quienes pasaban por allí lo recordaban con tristeza. Hoy prácticamente está olvidado y prueba de ellos es que el monolito que se levantó en este punto de la carretera está derribado y oculto por la broza y las ramas caídas de los árboles.

«Diecisiete muertos y veintitrés heridos en catástrofe automovilista, en la llamada vuelta del diablo». Así tituló Diario de Burgos el 18 de agosto de 1956 sobre una tragedia que hoy cumple 63 años. Hubo varias versiones acerca de cómo pudo producirse el accidente, pero la oficial indicaba que el reventón de una de las ruedas del camión a la altura de este compicado tramo, en el Monte de la Abadesa, le hizo volcar por el lado del depósito, lo que fue determinante a la hora de estallar. La historia la corrobora uno de los supervivientes aquel día, José Sagredo, quien no obstante reconoce que el conductor era un joven que estaba haciendo la mili y que se había sacado el carné días antes. En otro de los tráilers viajaba Vicente Orden Vígara, difunto presidente de la Diputación, que ayudó en las tareas de rescate y atención.

Sagredo sufrió quemaduras del 18% y se emociona cuando recuerda aquellos duros 40 días que pasó en el hospital, desde donde incluso mandó una carta al Papa Pío XII ofreciendo su dolor a los niños más desfavorecidos. «No se me olvidará nunca cómo venían las madres y los padres y miraban una a una las camillas buscando a sus hijos», rememora. Por allí pasó el ministro secretario general del Movimiento, José Luis De Arrese, una autoridad que también acudió al funeral colectivo en el cementerio de San José, lo que da muestra del calibre de la tragedia a nivel nacional. «Aquello conmocionó a España mucho tiempo porque íbamos 42 en el camión y murieron 23», recalca.  

Un mes después de la catástrofe las autoridades decidieron colocar un monolito en memoria de las víctimas a unos 30 metros de la curva del diablo. Los que pasaban por allí al entrar a Burgos oraban por las almas de los niños fallecidos hasta que el trazado de la carretera cambió y aquello pasó a ser un camino que aún guarda la apariencia de aquellas vías antiguas de peralte con sombríos chopos en las cunetas. La historia se fue olvidando hasta tal punto que lo único que queda es una lápida volcada y oculta entre la vegetación. La cruz que la acompañaba desapareció hace unos años.  

José Luis Gómez era pequeño cuando escuchó por primera vez esta historia y se le quedó grabada para siempre. «Mi abuela siempre me la contaba cuando veníamos a Burgos y trazábamos la curva», explica. Años más tarde, le dijeron dónde estaba la lápida en memoria de los chicos, a pocos metros del restaurante El Alfoz, y no dudó en visitarla. Sin embargo, se la encontró en un estado deplorable. «Es una pena cómo ha quedado después de lo que supuso para la ciudad y la provincia».

Durante muchos años, el dueño de una de las naves cercanas, al que sus amigos llamaban Ayala, se encargó de limpiar el monolito y de despejar la antigua cuneta hasta que falleció hace poco a los 92 años. «Decía que le daba pena que estuviera en ese estado. Desde que me contó la historia siempre me doy un paseo por aquí y siento lástima», afirma Jesús Rodrigo, conocido del difunto. Por su parte, José Sagredo también lamenta que el lugar esté descuidado y reconoce haber pensado en ir allí y arreglarlo él mismo.
La lápida se ha convertido en el último vestigio de una tragedia que algunos se niegan a olvidar a pesar de que hayan pasado 63 años. «Fue algo que conmocionó a toda España. Qué menos que la levanten de nuevo y la limpien», sentencia José Luis Gómez.