Memorias de la dulzaina

B.G.R. / Burgos
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Gonzalo Díez y Pablo Manrique (Peña Rincón de Castilla) nunca se perderían el canto del Himno a Burgos y el pregón, aunque su participación en las fiestas va mucho más allá. Echan de menos el ambiente diario que hace años había en la calle

Gonzalo Díez y Pablo Manrique, del Grupo de Fajas y Corpiños de la Peña Rincón de Castilla. - Foto: Valdivielso

Su complicidad está fuera de toda duda, al igual que su amistad. Se quitan la palabra, se corrigen y comparten historias vividas con gran sentido del humor. Son muchos los años que les unen en la peña Rincón de Castilla, concretamente en el Grupo de Fajas y Corpiños. Maestro y alumno en el arte de tocar la dulzaina, un instrumento que reivindican y que consideran «olvidado». En torno a él giran experiencias que guardan en la memoria y a las que quedan muchas más que sumar con las fiestas de San Pedro y San Pablo como escenario principal.

Puede decirse que Pablo lleva con Gonzalo los 31 años que ha cumplido. Con menos de uno salió por primera vez vestido para la ocasión siguiendo la tradición familiar y a medida que fue creciendo se estrenó con el tambor sin mucho éxito. Así que miró hacia la dulzaina fijándose en su compañero. «Qué bueno es», se decía mientras le escuchaba. Aprendió de él y de los profesores de la Escuela Municipal de Dulzaina y ahora forman un tándem perfecto en los distintos actos del programa en los que participan.

El pregón, las subidas y bajadas de los toros, la Cabalgata, el Día del Burgalés Ausente y este año la Ofrenda Floral son algunos de ellos. Eso sin contar la animación de calle, uno de los momentos que más disfrutan con permiso del canto del Himno a Burgos, algo que nunca se perderían, como tampoco de disfrutar del ambiente de la peña, a la que califican de «gran familia».

Gonzalo (d.) en una imagen de 2015 con su amigo y compañero Álvaro Triana, fallecido recientemente. Gonzalo (d.) en una imagen de 2015 con su amigo y compañero Álvaro Triana, fallecido recientemente. - Foto: DB

Gonzalo huía de las fiestas de la capital en su época de estudiante en la UBU para regresar a su Trespaderne natal. «Para mí era como si saliese cualquier otro día y por eso me marchaba», sostiene. Todo cambió cuando le invitaron a tocar la dulzaina junto a un grupo de Lerma. A partir de ahí, ya no se ha perdido ni un solo Sampedro. Recuerda con nostalgia esos primeros años y unas celebraciones que, en su opinión, han sufrido un vuelco en lo que al ambiente diario en la calle se refiere. «Había momentos en los que no podíamos abrir el local de la sede en la calle Fernán González de la gente que había fuera», rememora, al tiempo que apostilla que en la actualidad ese movimiento se concentra en tres días. 

Juntos comparten entre risas la anécdota vivida en la Plaza Mayor cuando el músico veterano decidió que iba a sentar a todos aquellos que habían comenzado a bailar una primera jota y presumían de continuar sin tener fin, ganándoles sin problema después de estar dos horas seguidas tocando.

«Era como si todo se parara, como si fuera más a lo grande», explica el benjamín, que guarda entre sus primeros recuerdos el de esperar con su madre a la salida de los toros para participar en la bajada de las peñas. «Aquello era una locura», asegura con el asentimiento de su compañero Gonzalo. Pablo reconoce que le costó engancharse a la agrupación, sobre todo en ese momento de adolescencia en el que «no había nadie de mi edad».

Con el tiempo y después de una época en la que pensaban que Fajas y Corpiños iba a desaparecer por falta de relevo, la situación ha cambiado. Vuelven a ser en torno a 60 componentes, en buena medida por la captación de socios jóvenes que ha realizado Pablo en los últimos años. Otro cambio que va parejo al que perciben en las fiestas, a pesar de que reconocen que se han introducido nuevos actos como el ya popular lanzamiento de la bota. 

Son conscientes de que los Sampedros se viven de forma diferente dependiendo de si se forma parte o no de una peña. «Creo que deberían ser más atractivos para el resto de ciudadanos», comenta Pablo. Entre recuerdos, propuestas y anécdotas, reclaman potenciar la dulzaina como «una seña de identidad, como algo único a lo que nunca se ha prestado atención». Les cuesta describir lo que significa para ellos, rememoran a su compañero y alma del grupo Álvaro Triana (recientemente fallecido) y deciden que lo mejor es comenzar a ensayar para que todo estuviera preparado en el arranque de las fiestas.