Oveja que bala, lana que pierde

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Es tiempo de esquileo. Cuadrillas de profesionales diestros en la tarea de este rito ancestral 'visitan' estas semanas los rebaños ovinos de la provincia

Oveja que bala, lana que pierde - Foto: Patricia

A Marceliano Santa María, pintor de Castilla, se le hubieran caído los palos del sombrajo y aún más: el caballete le hubiera relinchado del susto de haber tratado de retratar hoy del natural, como hiciera en su época, esa tradición sagrada y atávica del esquileo. «De todo punto imposible», hubiera dicho el gran artista burgalés de haber tenido enfrente a Tete, Gregorio y Martín 'pelando' ovejas a la velocidad del rayo. Balan como si intuyeran que fuesen a ir al matadero las 700 lanudas de José Luis, ganadero de Cilleruelo de Abajo. Día de peluquería en su negociado. Tres cordobeses como tres soles -chavalotes cachas y diestros en el manejo de ovejas- se han hecho fuertes en la nave del burgalés.Armados con toda la parafernalia que de un tiempo a esta parte es la madre del cordero -nunca mejor dicho- del esquileo, van dando cuenta con una presteza sorprendente de esa clientela montaraz que, por más que uno quiera, no se queda quieta ni a tiros. Al menos de entrada.

Pero los tres esquiladores saben que de ellos depende que la jornada sea, dentro de lo que cabe, plácida. «Un alto porcentaje del arte del esquileo es habilidad», sentencia Tete, que tiene las espaldas como un ropero abierto. Cuando trinca a una de las ovejas de José Luis, y después de ejercer con ella una suerte de llave de judo que la deja casi inmóvil -un gesto en el que las piernas juegan un papel fundamental porque ejercen un baile hipnótico como el que hacía Mohamed Ali con sus rivales sobre el ring antes de trincarlas por su sitio-, el resto es casi coser y cantar: la máquina esquiladora se desliza por el cuerpo vencido del animal como un surfero sobre una ola, y antes de que la bestia diga beeeeeeee ya está rasurada, fresquita, como recién parida.Y a otra cosa, mariposa. Que pase la siguiente.

No se trata de tradición, aunque esté de fondo: a las ovejas hay que esquilarlas. Y eso, en Castilla, sucede en este tiempo. Recuerda José Luis, que no se diría en rigor un ganadero veterano (aunque lleve toda la vida en ello), que él recuerda a su padre y a su abuelo esquilar a tijera. Aquello sí que era otro cantar, como subir el Himalaya cuando ahora la cima es el Mencilla. No quiere con esto quitar mérito a la cuadrilla que va a dejar a su ganado afeitado como si tuviera una boda mañana, pero admite que era mucho más duro. Que costaba más tiempo y más esfuerzo. Que para las setecientas cabezas que él tiene y que quedaron inmaculadas en un solo día, se hubiese necesitado quizás diez días de tajo duro, exigente.De sudor, esfuerzo y casi lágrimas. 

(Más información, en la edición impresa de Diario de Burgos de este lunes)