Las piernas no son las de antes, pero la cabeza y el corazón, en el sentido más amplio de la palabra, funcionan a pleno rendimiento. No hace falta que Modesto Galerón se defina a sí mismo como «una persona que se emociona fácilmente». Los ojos le brillan mientras hace balance de sus 93 años de existencia y de los 80 que lleva trabajando el mimbre. No hay tristeza en esa mirada. Es un regalo de generosidad, de quien en cada palabra quiere transmitir la enseñanza de que la mejor riqueza que puede tener una persona es la de ayudar a los demás. Así era su padre, asegura, y así ha sido él.
Por su puesto de la Feria del Mimbre, Barro y Cuero que se ha celebrado estos días en San Agustín y que el domingo tocó a su fin, son muchos los vecinos y conocidos que se acercan a saludarle y a preguntar cómo se encuentra. Otros se interesan por sus piezas, por cómo las elabora e incluso un grupo de mujeres le preguntan si les puede dar alguna clase.
Al momento les da la dirección de su casa, les facilita su número de teléfono y las mujeres se interesan pronto por el precio. Orgulloso responde al instante que «jamás he cobrado un céntimo» a quien les ha enseñado el oficio, que a lo largo de su vida han sido muchos.
Recuerda perfectamente que tenía 12 años cuando empezó a tejer. «Vi a un viejo, como soy yo ahora, y le dije que quería aprender». Poco menos que le mandó a paseo y, sin tomarle muy en serio, «me dijo: cállate». Pero resulta que se encontró con unas briznas de centeno (la cebada y el trigo no sirven para este arte) y se puso a practicar en casa. Cuando le enseñó lo que había conseguido hacer no salía de su asombro. «Se asustó», comenta orgulloso.
A partir de ahí nació una pasión que le ha acompañado toda la vida. El secreto, defiende, es «tener ilusión. Ese es el verdadero espíritu». Lejos de haber disminuido, asegura que esa ilusión se ha incrementado con el paso de los años. No hay día en el que no se ponga a tejer.
En todos estos recuerda que han sido muchas las personas a las que ha enseñado este oficio y algunos de sus discípulos les ha ido bastante bien. «Lo primero es inyectar confianza y enseñar con educación y respeto. Y luego saber perdonar si algo ha salido mal».
¿Por qué no cobra por sus clases?, le preguntamos. «Porque soy así, responde. Con eso me he alimentado toda la vida», comenta para defender que la mayor riqueza que se lleva ha sido la de ayudar al prójimo.
Para Modesto, el mimbre ha sido su gran hobby, pero no la manera que ha tenido para ganarse la vida. «He sido transportista, labrador...». Eso sí, sus horas libres las ha dedicado a tejer el mimbre. Siempre ha sido muy perfeccionista y por ello, presume, en sus piezas no se verán bridas sueltas.
Asegura que son muchos los que se interesan por aprender este oficio, si bien ni su primogénito ni sus dos hijas «saben dar ni una puntada», comenta con el mismo asombro que cariño.
El próximo año, si la salud lo permite, volverá a San Agustín. Porque aunque siempre parece que va a ser la última feria, al final el amor y la pasión pueden con todo.
Un año más, la Feria del Mimbre, Barro y Cuero, que en esta ocasión cumplía su trigésima cuarta edición, ha congregado a miles de burgaleses, también atraídos por los pinchos de las peñas.