El olvido de 'las niñas de la bomba' cumple 60 años

S.F.L. / Briviesca
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Josefina Abad y Remedios Calzada comparten con Diario de Burgos el suceso que marcó sus vidas y que ha quedado en el olvido: la explosión de un artefacto de la Guerra Civil en Santa María Ribarredonda cuando tan solo eran unas niñas

Josefina Abad nació en la localidad porque su padre era el guardia jurado pero no conserva ningún vínculo con ella.

El 13 de mayo de 1963, a las 18.30 horas, cinco niñas de entre 6 y 8 años procedían a acudir a los ensayos de los versos a la iglesia de Santa María Ribarredonda que recitarían el día de su primera comunión ante familiares y amigos. Allí las esperaba el párroco, don Eladio, pero no llegaron a la cita. A mitad de camino, en una de las campas, se toparon con un objeto metálico con forma cilíndrica de color rojo que llamó su atención. Parecía un bote de tomate y al moverlo salían pequeñas bolas de su interior. Antes de continuar el trayecto propusieron lanzar piedras al envase hasta alcanzarlo. Una a una, de la manera más inocente, procedieron. En la primera ronda ninguna encestó. En la segunda sí, y las consecuencias no pudieron resultar más fatales.

De repente, un estruendo retumbó en todo el pueblo y alertó a los vecinos, que rápidamente se dirigieron al lugar. Allí, tiradas en el suelo y con graves heridas y quemaduras encontraron a María del Pilar Díez, Remedios Calzada, Mercedes Cerezo y Josefina Abad. La quinta, María Asunción Alonso, corrió peor suerte. «La onda expansiva nos trasladó como si de muñecas nos tratáramos a metros de distancia, donde permanecimos desperdigadas hasta que vinieron a recogernos», relata Abad. El blanco de sus piedras resultó ser un antiguo artefacto abandonado de la Guerra Civil que marcó la historia de la localidad y de la vida de las víctimas y sus allegados.

Tras la explosión y una nube de polvo se apoderó del lugar un silencio sepulcral que solo rompieron los gritos y llantos de las personas que iban llegando. La explosión no afectó al oído de Josefina y,  a pesar de no poder mover ni una sola parte de su cuerpo, escuchaba los lamentos. Tampoco la quebró la voz y con el último hilo llamó a su madre. En aquellos años, la asistencia sanitaria en los pueblos era muy limitada, un hecho que provocó que «un residente que disponía de una furgoneta me trasladara al Hospital 18 de Julio de Burgos con urgencia. Tenía muchísimo frío porque perdía mucha sangre y los médicos que me atendieron no apostaban por que sobreviviese a esa noche. Desde luego no me tocaba porque estaba más muerta que viva», comenta. Un mes y medio después, superó sus lesiones y recibió el alta, pero las cicatrices de su cuerpo y la pérdida de la mano derecha trasladan a diario a la burebana a ese fatídico día de hace ya 60 años.

(El reportaje completo, en la edición impresa de este sábado de Diario de Burgos)