Ángel fue Rómulo: el niño burgalés al que cuidó una loba

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Hace 75 años se perdió un crío cerca de Masa. Tenía 3 años. Ese mismo día una loba había devorado a una oveja cerca del pueblo. Cuando fue hallado con vida al día siguiente, contó que había pasado la noche en compañía de un animal «muy grande»

El pequeño Ángel, que tenía tres años, recibió todos los mimos cuando regresó sano y salvo a su casa. - Foto: Fede

Ángel tenía tres años cuando su progenitora le rogó a media tarde que saliera a buscar al padre a las tierras que éste labraba en el entorno del pueblo, Masa. No regresó: la criatura desapareció sin dejar rastro. Cuando se dio la voz de alarma cundió el pánico entre los vecinos, y no era para menos: ese mismo día había sido avistada, merodeando por las inmediaciones, una loba, a la que se había atribuido la autoría de la muerte de una oveja. En el hogar de Arturo Juarros y Teresa Martínez todo era angustia, dolor, incertidumbre. Se organizó una batida para intentar localizar al crío, recorriéndose el páramo y algunos de los bosques más cercanos. No ayudó que cayera una violenta tormenta durante las labores de búsqueda, porque el agua contribuyó a borrar los posibles rastros que podría haber dejado el pequeño en su deambular. Cuando cayó la noche la desolación reinaba en Masa, cuyos habitantes se aprestaron a una acongojada vigilia temiéndose lo peor. Era inevitable tan oscuro presagio, y fueron muchos los que pensaron que Ángel Juarros Martínez no sobreviviría; que el amanecer llegaría como un heraldo de la muerte. 

Sucedió a mediados del mes de mayo de hace 75 años. Aunque el tiempo ha borrado parte de la memoria de aquel suceso, entre otras cosas porque la familia Juarros Martínez acabó emigrando en pos de un mejor futuro, el caso fue tan impactante que llegó a ser recogido por la prensa de la época. No en vano, el rostro del pequeño Ángel fue la fotografía de portada de este periódico. La misma imagen que ilustra este reportaje. En ella, se ve a una criatura de cabellos rubios y rizados que observa a la cámara con ojos profundos y semblante serio, como si en su expresión reconcentrada hubiese un misterio atávico y en esa mirada insondable aún latiera con fuerza el miedo. Porque el niño fue encontrado al día siguiente. Vivito y coleando, para alegría de todos. Se consideró poco menos que un milagro. Si su aparición fue algo extraordinario, su relato sobre la experiencia se antojó formidable: contó el pequeño Ángel que había pasado toda la noche en compañía de un animal «muy grande, muy grande» que se parecía a un perro, pero que no era un perro. 

No hubo dudas entre quienes escucharon el sencillo relato del crío: aquel animal con el que había compartido la noche sólo podía ser la loba que rondaba por el páramo. Llegó a ser entrevistado por periodistas, que dieron por veraz el relato, ya que Ángel distaba mucho de ser un niño fantasioso; más al contrario, era de carácter más bien reservado y silencioso. De pocas palabras. «Mi hermano siempre fue una persona más bien callada», refrenda su hermana Alicia, residente en Logroño, donde Ángel falleció hace una década. No le devoró un lobo en la niñez, pero lo hizo una enfermedad caníbal al poco de jubilarse, después de haber trabajado y vivido en la localidad guipuzcoana de Mondragón.

«Mis padres sufrieron mucho. Imagina algo así, sabiendo además que una loba andaba por allí cerca, además de todos los peligros que hay en el monte», evoca Alicia. No sólo era el miedo a que las alimañas pudieran acabar con él: el hambre, el relente homicida de la madrugada, una caída en alguna sima...Fue a la mañana siguiente cuando un vecino del pueblo, Emiliano Herrero, que se había desplazado hasta un bosque a unos tres kilómetros de Masa, encontró a Ángel. Fue, mejor dicho, el perro de éste el que dio la voz de alarma al escuchar el llanto de la criatura entre los árboles, obligando a su amo a volver sobre sus pasos hasta que atisbó la silueta menuda y desvalida del niño.

Cuando apareció en el pueblo de la mano de Emiliano, al que le costó salir de su asombro durante el camino de vuelta, la explosión de alegría fue inenarrable. Teresa y Arturo lloraron de emoción, felices de tener de vuelta a Ángel sano y salvo. Todos los vecinos festejaron el regreso del crío como no se recordaba un entusiasmo igual. Ya en casa, le procuraron todos los mimos del mundo. En pijama y en la cama, junto a su madre, fue retratado el niño por Fede, convertido desde ese día en un renacido y en el rostro más popular de Burgos, al menos durante una jornada. La seriedad que captó el fotógrafo, esa miranda honda, ese gesto grave, es historia ya. «Lo de la loba se contó siempre en la familia. Y mi madre conservó la página del periódico en la que salió la noticia. Ángel no era de hablar mucho, pero cuando se comentaba en casa decía recordarlo bien, que estuvo toda la noche en el bosque con un lobo. Estaba muy seguro. Que seguramente se dormiría en algún momento de puro agotamiento, pero que mientras estuvo despierto aquel animal no se movió de su lado. De lo contrario, igual hubiese muerto de hipotermia». 

La casa familiar de Masa de los Juarros Martínez se vendió en su día, hace ya muchos años. Según cuenta Alicia, hoy está semiderruida. El único elemento de su pueblo que conserva ella es la página del Diario en cuya portada sale su hermano, un angelote de rubios rizos y mirada inescrutable, un Rómulo al que una loba protegió y dio calor durante la noche más larga de su vida.