Más de un año en busca de diagnóstico

GADEA G. UBIERNA
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Eva Bombín tiene las piernas dormidas y doloridas desde que se vacunó de la covid, pero nadie pone nombre a lo que le pasa. Pide que se le reconozca enfermedad laboral

A Eva Bombín, de 25 años, el hormigueo y el dolor le empezaron en una pierna pero luego le atacaron a las dos. - Foto: Valdivielso

Eva Bombín confiesa que dejó de usar mascarilla en el supermercado «hace un mes». Desde el comienzo de la pandemia ha sido extremadamente precavida, dado que es profesora de Educación Primaria, está en contacto con mucha gente y admite que siempre ha tenido miedo al contagio por coronavirus. De ahí que cuando se organizó la vacunación del personal docente, en marzo de 2021, ella acudiera convencida a la cita. Y también fue ella quien insistió en completar la pauta, a pesar de que ni su organismo ni su vida habían vuelto a ser los de antes de aquel primer pinchazo frente a la covid. Y ahora, más de un año y medio después, siguen sin serlo. 

Pero quien espere encontrar un relato antivacunas en este reportaje puede dejar de leer ya, porque si algo destaca Bombín es que ella no forma parte de ese grupo. «Nos vacunamos porque de verdad queríamos hacerlo», insiste, matizando que, sin embargo, desde aquel momento siente dormidas las piernas, tiene dolores y una merma en su calidad de vida. Y es ahí hacia donde apunta la joven, de 25 años, quien primero aspira a conseguir un diagnóstico para, después, poder pedir la declaración de enfermedad laboral o, al menos, una adaptación al puesto de trabajo. No está sola en esta reclamación, ya que en España hay varias asociaciones de personas en su misma situación: ATEAVA, de trabajadores esenciales vacunados con el fármaco de AstraZeneca; APAVaC19, de vacunados en general; y Movilización Persistente, que reclama más investigación sobre la covid persistente y respuestas acerca de por qué unos organismos reaccionan más que otros al virus o, como en este caso, a las vacunas.

La petición de Bombín parte de que ella, como docente y, por tanto, integrante del colectivo de trabajadores esenciales, tuvo que ponerse el fármaco desarrollado por AstraZeneca y la Universidad de Oxford; vacuna que inició su andadura comercial con mal pie y que, una vez que la Agencia Europea del Medicamento determinó, en abril de 2021, que el riesgo de la aparición de trombos debía figurar en la ficha técnica, España dejó de usarla en menores de 55 años. «Como trabajadores esenciales nos pusimos esa, porque era la que nos tocaba y lo que teníamos que hacer», insiste la joven, que no tuvo trombos, pero sí una sucesión de síntomas que han terminado por ser incapacitantes.

Bombín, el año pasado profesora en Medina, recibió la primera dosis el 27 de marzo. Para entonces, el uso de este suero ya se había suspendido una vez, pero ella reitera que acudió convencida. «Sí dudé sobre si iba a tener efectos secundarios y, de hecho, tomé el paracetamol una hora o así antes de ponérmela para ir ganando terreno», cuenta, recordando que las horas siguientes al pinchazo transcurrieron conforme a lo esperado: dos días con fiebre y malestar general. «Pero a los diez días, cuando volvía del trabajo en el coche, se me durmió parte de la pierna izquierda y, por más que la zarandeaba, nada», relata, explicando que la sensación de hormigueo fue a más y, dada la polémica existente con la vacuna, se fue a urgencias. Descartaron trombos con un TAC y una ecografía Doppler, pero le recomendaron un ingreso para adelantar otras pruebas. Como entonces aún no le dolía en exceso, optó por irse a casa.  

Pasó «semana y media» con la pierna izquierda dormida y la sensación de «agujitas» si apoyaba. «A la vez, no podía dormir por el malestar y experimentaba cambios bruscos de temperatura: de muy rojo y quemante a muy frío y viceversa». Transcurridos esos diez días «me pareció que se me estaba pasando» y volvió a trabajar, pero no podía caminar tan rápido como antes ni permanecer en la misma posición. «Lo que siempre me ha activado los síntomas ha sido andar, estar mucho tiempo sentada o mucho tiempo de pie», dice, apuntando que tampoco se atrevía a conducir porque la sensación de miembro dormido le iba y le venía. 

Los síntomas de Bombín encajan con la parestesia, que es uno de los trastornos del sistema nervioso que la ficha técnica de la vacuna para la covid de AstraZeneca incluye como reacción adversa poco frecuente. Pero en este año y medio de periplo médico, no ha conseguido un diagnóstico, ni que se vincule lo que le ocurre con el fármaco. «Es que eso ya no se va a poder probar. A estas alturas lo que quiero es que me digan qué me pasa y un reconocimiento de enfermedad laboral, porque ahora no tenemos amparo para solicitar una adaptación al puesto», dice.

Retroceso. Una de las razones por las que la joven profesora no puede obtener un dictamen que vincule su malestar con la primera dosis frente a la enfermedad del coronavirus -de la segunda, con un fármaco distinto, no se enteró- es que, descartados los trombos, la derivaron a Neurología y allí, a pesar de no tener diagnóstico, le administraron algunos medicamentos para paliar sus síntomas. «En septiembre [de 2021] me prescribieron uno para piernas inquietas que me quitaron en enero [de 2022] porque no me hizo nada y, parece ser, parece, porque estas cosas no se saben, que me provocó un efecto rebote y este año ya ha sido la locura: he tenido sarpullidos en la zona lumbar y en las piernas que no son herpes zóster ni alergias; episodios de orina oscura y mucho más dolor y hormigueo en las dos piernas...», explica, comentando que semejante cuadro, la inestabilidad entre unos días y otros, así como las dos horas diarias de coche la obligaron a coger la baja. Estuvo cuatro meses.

«En agosto mejoré, estuve dos semanas sin que se me durmiera nada, pero al empezar a trabajar y a conducir tanto [ahora enseña en Miranda] he vuelto a empeorar. Y vida de 25 años no llevo. Trabajo como puedo y sé que un plan que consista en ir de tapas por ahí, como hacía antes, ahora es inviable», lamenta, remachando que en verano trató de hacer la ruta del desfiladero de La Yecla y no pudo: «Mi novio tuvo que llevarme en brazos al coche por el dolor, mientras gente de setenta y tantos años que iba detrás de mí la acababa».