Una inundación de escala bíblica en Burgos

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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En la primavera de hace 150 años, una feroz tormenta provocó el desbordamiento de los ríos Pico y Vena, que anegaron por completo el centro de la ciudad, llegando a alcanzar más de dos metros su nivel

Este grabado de la época muestra de forma elocuente cómo el agua invadió el centro de la ciudad. La plaza que se ve es la de Santo Domingo de Guzmán, entonces llamada de Prim. - Foto: Archivo Municipal de Burgos

Bajan estos días bravas las aguas del Arlanzón, del Pico y del Vena. Son ríos, por fortuna, encauzados desde hace ya muchos años. Pero no siempre fue así. Esta primavera se cumplirá el 150 aniversario de una inundación bíblica, una que anegó el centro de Burgos capital hasta niveles increíbles. Tan increíbles, que el agua alcanzó una altura de dos metros y setenta y cinco centímetros, como así lo atestiguan las marcas que, junto a la fecha -año 1874- se hallan estampadas en rojo en los pilares del pasaje que une la Plaza Mayor con el Paseo del Espolón. Sin embargo, no fue el Arlanzón el río que convirtió el centro de la Cabeza de Castilla en una inopinada Venecia. Fueron los ríos Pico y Vena los que, tras un tormentón de lluvia y granizo, anegaron el corazón de la ciudad.

Sucedió en la madrugada del 11 de junio. La cantidad de agua que cayó durante horas fue penetrando en el centro de la urbe desde los Vadillos. Ninguna de las alcantarillas existentes pudo soportar tanta presión. El gran Juan Albarellos, en su imprescindible libro Efemérides burgalesas, narra con precisión cuanto aconteció en aquellas horas trágicas: «A consecuencia de las torrenciales lluvias, el resultado fue que el agua, desbordándose, convertido lo mismo que buena parte de la vega en una inmensa laguna, entró con gran violencia en la población, derramándose con aterradora rapidez por las principales calles. Muchas de éstas, y singularmente la de Santander, convirtiéronse en verdaderos torrentes, por donde con ímpetu asolador se precipitaban las aguas hacia los lugares más bajos de la ciudad. Al propio tiempo, muchas alcantarillas, rebosantes ya y sometidas a gran presión, reventaron por diversos sitios, y de sus bocas salía también agua a borbotones».

Cuenta Albarellos que la ciudad amaneció como si su casería emergiera sobre una laguna. «Burgos ofrecía un sorprendente aspecto, con sus calles y plazas invadidas por el agua, que en algunos sitios alcanzaba más de dos metros de altura. Aunque las autoridades estaban prevenidas desde el día anterior por los avisos de los pueblos comarcanos, y se habían tomado algunas precauciones, todo fue insuficiente para evitar el siniestro, que por las causas antes indicadas tuvo mayores proporciones de lo que podía suponerse». Ante la rapidez, de todo punto inesperada, con que las aguas lo conquistaron todo, fue cundiendo la alarma. «El vecindario se lanzó a las calles, mientras las mujeres daban gritos de terror, demandando auxilio a toda prisa se improvisaron balsas para socorrer a los vecinos de las muchas casas que habían quedado aisladas por la inundación, y llevar comestibles a aquellas otras cuyos habitantes no podían salir para proveerse de los más necesitados».

El nivel de agua superó de largo los dos metros hace 150 años.El nivel de agua superó de largo los dos metros hace 150 años. - Foto: Patricia

Así, el trajín de la navegación en la capital fue de aúpa en aquellas horas: sobre las barcas se repartió pan, carne y otros víveres. Como si fuera un embudo, fue la Plaza Mayor -uno de los puntos más bajos de la ciudad- donde más subió el nivel del agua. En aquella época, cuenta Albarellos, había allí un gran número de puestos de venta de frutas y otros artículos. «Todos aquellos puestos fueron arrastrados por la corriente, viéndose flotar, entre otras cosas, los tendales, mesillas y cajas de los vendedores, los ruedos de mimbre que solían usar, las hortalizas y frutas, y mil objetos más que desde las afueras habían traído las aguas. La plaza era un estanque, en cuyo centro se erguía, con solemne indiferencia, la popular estatua de Carlos III».

La hoy denominada plaza de Santo Domingo de Guzmán, entonces llamada de Prim, también se encontraba completamente anegada, otra laguna en el corazón de la urbe. De ella sobresalía un obelisco que años más tarde sería retirado, y que es el elemento que domina en el grabado que, sobre aquella catástrofe, se conserva en el Archivo Municipal de Burgos. «Los comercios de ambas plazas y de varias calles, así como multitud de paneras, cuadras y almacenes, fueron asimismo invadidos, originándose daños de grandísima importancia. El comercio de Burgos sufrió con tal motivo un rudo golpe, del que tardó mucho tiempo en reponerse, y más de un modesto comerciante quedó arruinado a consecuencia de las pérdidas que le produjo la inundación».

Ante tamaño siniestro, el Consistorio capitalino «estudió detenidamente los medios de prevenir para lo sucesivo las avenidas, y varios años después se emprendieron las obras para construir la alcantarilla-colector, llamada vulgarmente el alcantarillón, que pasando por la calle Vitoria, el Espolón y La Isla, va a desaguar junto a la presa de Conde», escribió Albarellos, quien recuerda que, asimismo, se estableció un sifón en el cauce de la Cava «y se hizo desaparecer una presa que había frente al local que hoy ocupa la Tienda-Asilo, ejecutándose además algunas obras suplementarias, gracias a las cuales pueden combatirse mejor las temibles riadas del Pico y del Vena», concluye el fantástico cronista.

Algo más de medio siglo después, en 1930 -como así atestiguan las otras marcas de los pilares- otra brutal tormenta de lluvia y granizó volvió desbordar los ríos en Burgos capital, que amaneció convertida en Venecia, igual que había sucedido en 1874. Entonces, hasta el ejército tuvo que intervenir: fueron muchos los soldados que se afanaron en abrir zanjas por las que el agua pudiera ir escapándose. Los bomberos también se multiplicaron, y volvieron las barcas a surcar las calles.