Fallece a los 74 años el poeta y novelista Jesús Barriuso

R. Pérez Barredo / Burgos
-

Fue cofundador de la revista 'Artesa' y autor de obras como el maravilloso poemario 'Sentado al borde de mí mismo' o la novela negra 'Billar a tres bandas'

Jesús Barriuso, en una imagen de mayo de 2021. - Foto: Patricia

A veces no sabía contenerse: podía ser tan sensible como César Vallejo y tan tonante como León Felipe, dos de sus poetas de cabecera, dos genios cuya poesía él destiló hacia adentro desde niño, contribuyendo a ser el escritor que fue Jesús Barriuso: grande y verdadero, henchido de humanidad, sensible, rebelde, dolorido y tan contradictorio que a veces llegaba a descubrir sin estupor que él fue siempre su íntimo enemigo. Escribió ayer su último poema Jesús en su retiro de Marmellar, entre campos de colza y cereal ávido de agua, entre libros y discos, entre cafés, whiskys y una soledad sonora que no dejó nunca de retumbar en su alma. Firmó una oda a ese silencio que tanto le complació en los últimos tiempos.

Nunca dejó de ser Jesús el hijo de Felipe y Aurora, memoria viva del Miraflores, aquel templo gastronómico y cultural en el que también creció su hermano del alma, Tino, con quien tanto quiso Jesús aunque sintiera a menudo que aquella envergadura le dejara expuesto y a la sombra porque Tino era y será siempre mucho Tino. Admitía que su hermano era un poeta mayúsculo, acaso el gran poeta, pero Jesús también lo fue, que todo el mundo lo sepa: uno de los que escriben versos en los que cualquiera se quedaría a vivir para siempre. Y prosista de postín: su 'Billar a tres bandas' es una novela negra espléndida que refleja un tiempo, una época, a la manera de las que firmara Vázquez Montalbán. Pero él siempre se sintió poeta, y fue alma y mucho más de 'Artesa', aquella revista que impulsó el inolvidable Antonio L. Bouza y que nació de la tertulia que unos cuantos letraheridos mantenían en el citado Miraflores. Con Tino, con Bernardo Cuesta, con Rodríguez Llanillo, con Carlos Balbás y con el gran Manolo a la cabeza se proyectó Jesús al mundo literario, envenenado de belleza para siempre. «Siempre he aspirado a que alguna vez la poesía haya escrito un poema a través de mí. Aunque no hay nada mejor que el silencio. Eso lo he tenido claro siempre. Me considero un metafísico. El verso es previo a la música. Tiene razón la Biblia: en el principio fue el Verbo. Esa es la puta verdad. Por descontado luego es la música. Yo siempre he intentado llegar al hombre que tengo enfrente», declaró en su última entrevista, que concedió hace apenas dos años a este periódico.

Consiguió de sobra aquel anhelo: obras como 'Pecios', 'Libro de horas' o 'Sentado al borde de mí mismo' dan fe de ello. La literatura fue su vida, aunque él se ganó bien la suya como sheriff del Insalud. Fue generoso y memorioso, de vida desordenada y trotamundos, de muchos amores, tan posibles como imposibles. Le gustó tanto vivir que a menudo se desbordó a sí mismo, viéndose arrastrado por el torbellino de una existencia que siempre sintió como un privilegio y que exprimió como sólo lo hacen lo seres inteligentes. Y que me quiten lo bailao. Tenía Jesús una voz preciosa: escucharle recitar un poema era un regalo divino. Tenía ese don. Y oído. Y los ojos húmedos de un San Bernardo fiel. Y mucha ternura a cuestas. También demasiada soledad, a veces tan puñetera. Se ha ido Jesús a ese lugar al que se van los tipos especiales: ya estará abrazando a Tino, a Pipo, a Bernardo, a sus padres, y muy posiblemente lo esté haciendo a sí mismo, por fin. Representando mejor que nunca aquellos versos impagables, únicos, irrepetibles, que escribió en cierta ocasión tocado por los dioses: «Tan sólo soy el hueco/ donde está lo que me falta».