La burocracia mató el gallinero

I.P. / Burgos
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La Ley de Bienestar Animal y la dificultad para encontrar empleados acaban con el sueño de Martín Juez que, tras 4 años, echa el cierre a la granja de Royuela de Río Franco

Así de feliz posaba con sus gallinas camperas el joven Martín hace un par de años en la nave de Royuela. - Foto: Alberto Rodrigo

Se le nota en la voz la desilusión, pero no la derrota. Tiene claro que de esta se aprende, que cuando se cae hay que levantarse y dar dos pasos, o los que haga falta, al frente. De hecho, ya anda con algún que otro proyecto de emprendimiento sobre la mesa, pero prefiere hace un buen estudio de mercado, que dicen los expertos -de eso algo sabe, hizo dos cursos de Administración y Gestión de Empresas- para tomar la mejor decisión, aunque luego, el futuro no dependerá solo de él, porque para que una iniciativa se consolide tienen que soplar otros aires a favor.

No ha sido así en su caso porque el emprendedor del que hablamos, Martín Juez, se ha visto obligado a echar el cierre a la granja de gallinas camperas que puso en marcha en plena pandemia, allá en 2020, en Royuela  de Río Franco, con apenas 21 años. Hace un par de semanas que las aves acabaron en el matadero, la única salida cuando se cierra una granja de este tipo. Ahora, baja desde Burgos a Royuela para recoger y limpiar la nave que quiere 'devolver' a su dueño en las mejores condiciones por si alguien se interesa por ella.

Lo que más le duele a este joven, que dejó la carrera y el fútbol profesional por emprender, es que no hayan sido las cuentas las que han provocado el cierre de la explotación. De hecho, la producción de huevos, muy apreciados al ser de aves que están sueltas, la ponía en el mercado sin problemas, sino las trabas burocráticas que impone Europa y los cada vez más requisitos de la nueva Ley de Bienestar Animal, que le suponían unas inversiones considerables, sin garantías de que cualquier medida u obra que realizara fuera definitiva. 

«Medidas absurdas». Así, Martín explica que para empezar no puede tener en el exterior de las instalaciones perros para 'proteger' a las aves de cualquier posible intruso. El joven sigue con la lista de exigencias, como la de tener que echar un cordón de hormigón en todo el perímetro de la nave e instalar un arco de desinfección con vado sanitario para utilizar apenas una vez al mes cuando entra el camión del pienso al  recinto. Esta última obra ya le suponía más de  20.000 euros. Además, le exigen un veterinario a mayores -que tendría que costear de su bolsillo-, que los que ya tiene asignado a la granja. En ese sentido, Martín  rompe una lanza a favor de los servicios veterinarios de la Junta que les han ayudado muchísimo desde que empezó con la granja.

Martín no entiende tantos requisitos, «no tienen sentido», dice, «se creen que están favoreciendo a los animales, y al final a quien favorecen son a empresas de fuera que traen sus productos con menos requisitos que los que aquí nos piden, y nos dejan sin trabajo y margen de maniobra para hacer las explotaciones rentables. Se te quitan las ganas, la verdad», añade el joven, que recuerda que  después de 4 años él no ha recibido aún las ayudas como joven ganadero, «con las que siempre cuentas para hacer frente a mejoras», añade.

A esas cuestiones, se suma la dificultad de encontrar empleados. Desde que una de las trabajadoras -con la que entabló una relación sentimental que continúa- dejó el trabajo para instalar su propio negocio de micropigmentación en la capital, nadie de los que han pasado por la granja tenía la suficiente cualificación y no se han hecho con ese trabajo. Martín reconoce que todas estas circunstancias le han pasado factura y se ha resentido su salud, «que es lo primero», añade mientras estudia y decide en qué aventura empresarial se embarca.