La reconquista de la vida en Quintanillabón

S.F.L. / Quintanillabón
-

Tras más de tres décadas sin nacimientos, ha llegado al mundo Martina, una nueva vecina

Pablo y María trabajan en Quintanillabón y buscan casa para instalarse. - Foto: S.F.L.

La escritora Phyllis Dorothy James plasmó en su novela Hijos de los hombres cómo funcionaría una sociedad en la que los humanos se volvieran completamente estériles. La británica fantaseó con que la especie se encontraba en riesgo de extinción, pero la aparición de una mujer embarazada activó las esperanzas. Una situación similar ha ocurrido en la localidad de Quintanillabón -ahora barrio briviescano- al llegar al mundo la pequeña Martina, que con tan solo 28 días de vida ha ilusionado a todo un pueblo que pelea por no desaparecer. Hacía más de tres décadas que no se producía un nacimiento. Lo comenta Paco Ceballos, abuelo de la criatura y vecino que lleva allí toda la vida -aunque hubo unos años en los que dormía en Briviesca- y ostenta el rol de enciclopedia en una localidad donde la prisa queda en un segundo plano y las manillas del reloj parecen pararse al antojo de cada uno. 

A la salida del hospital, la pequeña fue a parar directa a la casa del pueblo en la que la orgullosa madre, agricultora, mujer y emprendedora trabaja actualmente. Con la crisis del ladrillo cambió la oficina por la cosechadora. María, así es su nombre, se crio en las calles en las que desde hace ya casi un mes se vuelve a oír el llano de un bebé. Los siete vecinos que residen los 365 días del año no contienen la emoción de volver a tener niños y ya imaginan cuando esta tenga edad de corretear por los recovecos que esconde una localidad «un tanto descuidada y olvidada», comentan. 

Después de la toma de las 12, Pablo, el padre, le cambia el pañal y prepara el carrito -que compraron finalmente sin amortiguadores a pesar de haberlo meditado, y mucho- para dar un paseo. Asegura sentir en Quintanillabón la paz que necesitaba y aspira a terminar con las negociaciones que tiene entre manos para adquirir la vivienda soñada. Nacido y criado en un municipio pequeño de Zaragoza, aunque desarrolló su vida personal y profesional en Navarra, no le tembló el pulso cuando propuso a su mujer asentarse en la Bureba, concretamente en la casi deshabitada localidad. Acostumbrado a una cierta soledad, pese a que «aquí nunca estamos solos», declara, su puesto de trabajo en una empresa alemana de venta de piezas de molinos eólicos le ha permitido instalar su oficina en una de las dependencias de la casa de sus suegros. La conexión a internet no va mal gracias a una antena y de esta manera tan solo ponen un pie en la ciudad para ir a comprar, al gimnasio o a dormir. 

Los vecinos piden al Ayuntamiento de Briviesca que mejore el estado de las calles.Los vecinos piden al Ayuntamiento de Briviesca que mejore el estado de las calles. - Foto: S.F.L.

María, familiarizada a no rodearse de tanta gente joven mientras permanece en su pueblo, derrocha halagos hacia su pareja y asegura tener «mucha suerte en contar con Pablo, una persona que le gusta incluso más que a mi estar aquí y pasar la mayor parte del día con mis padres». Ese detalle facilita la conciliación familiar, los cuidados a la abuela y la organización en los negocios. «Sabemos que no resulta sencillo compaginar las labores de madre y trabajar en las tierras, pero el padre de mi hija me lo pone muy fácil», declara mientras amamanta a su bebé.

Los tres se han convertido oficialmente en nuevos vecinos de Quintanillabón y se encuentran inmersos, entre otros entretenimientos que supone la llegada de un miembro a la familia, en la organización del bautizo de Martina, que como no podía ser de otra manera, se celebrará en la iglesia de San Andrés en junio. Al enterarse, Roberto Urbaneja rememora cuando festejó el de su hija Sandra, que ya ha cumplido 18 años y se prepara para estudiar Periodismo en Madrid. Hijo del pueblo, acude a él a diario por motivos laborales -tiene tierras- pero confiesa que si tuviera otra profesión también se escaparía. Conserva la vivienda familiar y no hay fin de semana que no la abra. 

Mantenimiento del pueblo. «Aquí la vida es muy tranquila y estamos muy a gusto», expone Marivel, la abuela, «pero el Ayuntamiento de Briviesca debería arreglarnos las calles», añade. Ese comentario es el que más se repite entre los habitantes y veraneantes. Los socavones invaden las calles principales y caminar con ayuda de un apoyo se convierte en una tarea complicada. No obstante, en los últimos años, el equipo de gobierno ha destinado más de 9.000 euros para ejecutar mejoras. «Se ha instalado la iluminación led, han colocado la fuente que solicitamos y seguimos celebrando las fiestas», manifiesta Paco. Además, la sociedad -que cumple funciones de bar- lo abren cuando quieren para tomar una consumición, jugar a las cartas o por motivos de celebración, como el milagro que a día de hoy envuelve a la pequeña población.

ARCHIVADO EN: Briviesca, Natalidad, Bureba