Editorial

Incertidumbre y máxima cautela ante la debilidad de Putin

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Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. La sentencia con la que Churchill definió a Rusia en 1939 sigue hoy tanto o más vigente. Con aquella enrevesada descripción, el primer ministro del Reino Unido admitía que le resultaba imposible predecir la reacción rusa ante la inminente invasión nazi. Hoy todo vuelven a ser conjeturas, y más desde el prisma occidental, de lo que ha pasado y lo que puede pasar en Rusia tras la abortada insurrección armada por parte del grupo Wagner. Se abren grandes incógnitas sobre las consecuencias que la rebelión, liderada por Yevgeny Prigozhin, tendrá sobre la guerra en Ucrania, por un lado, y sobre el liderazgo de Vladímir Putin, por otro. Lo que es seguro es que el pasado sábado, cuando los tanques del ejército paramilitar llegaron a casi 200 kilómetros de Moscú antes de que se detuvieran por la mediación del presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, fue uno de los días más complicados para Putin en sus 23 años de férreo poder. Que no haya sabido o podido identificar y extinguir esta fuente de peligro a tiempo, y que luego haya tenido que hacer concesiones al traidor en lugar de perseguirlo, como anunció en su discurso del sábado, supone la humillación más profunda de su carrera.

Sobrepasado en el campo de batalla ucraniano, los problemas internos han retratado mejor que cualquier derrota militar, las carencias en inteligencia y geoestrategia. Sin duda, saber cómo gestionará su herido ego, que el mundo haya comprobado tales muestras de debilidad es ahora el mayor de los interrogantes y lo más preocupante. Es en estos momentos cuando puede resultar más peligroso. De momento, anuncia que armará con tanques a su guardia pretoriana tras admitir que Rusia estuvo al borde de una guerra civil. Sus reacciones y movimientos de los últimos días acrecientan los temores a que trate de encubrir la humillación con más violencia y opresión dentro y fuera de sus fronteras.

La insurrección de Prigozhin, tras meses de diatribas contra la cúpula militar rusa, enfatiza el grave error de haber permitido florecer una milicia privada que opera en el invadido vecino, en Siria o en el Sahel africano, al margen de cualquier control y responsable ante nadie, salvo los oscuros intereses del dinero. Ahora, sin los hombres de Wagner sobre el terreno, y con las deserciones que se han ido contabilizando en el ejército ruso, se abre un nuevo escenario en Ucrania. Lo que se preveía como una victoria rápida cuando Putin inició la invasión en febrero de 2022, se ha tornado casi 500 días después en una factible derrota, primero por la resistencia del ejército ucraniano, sostenido por Occidente, y después por la descomposición interna en una Rusia que se ve arrastrada por su cada vez más acorralado, imprevisible y errático líder.