«Los problemas de la gente también entran en los monasterios»

R. PÉREZ BARREDO
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Amplia entrevista a dom Lorenzo Maté, abad de Silos, que va a cumplir diez años al frente del monasterio benedictino

«Los problemas de la gente también entran en los monasterios» - Foto: Patricia González

Si la luz hubiese sido inventada para expresar la espiritualidad, su creador bien pudo haberse fijado en el claustro de Silos para experimentar y concluir que, en efecto, es el lugar idóneo, el espacio mágico en el que se produce un éxtasis que a unos acerca a Dios y a otros casi hiere de belleza. Es una luz divina la que enciende el pasatiempo de piedra secular de este recinto, la que juega a hacer sombras con las columnas, la que dota de vida a los dragones y centauros, las grifos y leones que bailan una danza atávica sobre los zarcillos de los capiteles, y hasta hace volar a los ángeles encaramados en el Árbol de Jesé. Porque no está solo el ciprés, enhiesto en su vertical fisonomía, siempre apuntando al cielo. Por el claustro parece deslizarse, silente, Dom Lorenzo Maté, que cumple este mes diez años al frente de la abadía benedictina. Es acogedor, de pocas pero precisas y lúcidas palabras, este hombre nacido en Citores del Páramo hace 77 años.

Cumple este mes diez años al frente de la abadía. ¿Han transcurrido rápido?

Pues sí. Creo que como a todos. Cuando uno mira hacia atrás, siente que han pasado demasiado rápidos. Si uno mira hacia adelante, como que van más despacio.

Cuesta imaginar que pase veloz el tiempo dentro de estos muros, entre tanto silencio, tanta quietud y tanta paz...

Todo el mundo piensa en quietud y en paz, y que en los monasterios los días tienen más de 24 horas. Y no: tienen las mismas horas. Y aunque nos levantemos a las cinco y media de la mañana, cuando termina, el día ha pasado demasiado rápido y han quedado muchas cosas sin hacer.

Tempus fugit...

El tiempo es fugaz en todos los sitios.

¿Reflexiona sobre la fugacidad de la vida?

Hombre, claro. Y más cuando uno llega a cierta edad, cuando empieza a bajar la curva...

¿Ha cambiado mucho su vida en estos diez años?

Fundamentalmente no, porque uno sigue siendo monje. Pero en cuanto a ocupaciones, sí. Antes tenía más dedicación a lo que era el trabajo en la biblioteca y en el archivo. Aunque sigo encargándome del archivo, ahora tengo otro monje que está ayudándome y aprendiendo. La responsabilidad es lo que hace que cambie, hay que estar pendiente de los problemas de la Casa y, sobre todo, de las personas, de los monjes. Porque el monasterio, el claustro, el ciprés, todo lo que quieras, es importante, pero lo verdaderamente importante son las personas, la comunidad que da vida a todo el edificio.

¿Es difícil gobernar una comunidad de 28 personas?

No es que sea difícil, pero hay que atender a todos. Y todos somos distintos. Además, venimos de ambientes distintos, y los jóvenes aún más diversos que los de otra época.Hay que darle tiempo, escuchar, atender a las personas. Eso es lo que tiene que hacer el superior de una comunidad.De cualquier comunidad, de cualquier casa religiosa.

(La entrevista completa, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)

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