Puestos a soltar a un diputado raso y macarra para que mordiera a Feijóo en la investidura, Pedro Sánchez podría habérselo ordenado a un socialista de Teruel o de Orense, y no a uno que lleva años menospreciando a todos aquellos castellanos y leoneses que no somos de Valladolid. Al fin y al cabo, el presidente del PP solo le ha tenido que soportar durante unos minutos, pero los ciudadanos de esta región que no estamos bendecidos por la centralidad pucelana llevamos años aguantando sus insultos. 

Bien es cierto que la faena de Óscar Puente ha permitido clarificar la tarea que van a desempeñar en la próxima legislatura los parlamentarios socialistas de interior. Les tocará ejercer de mamporreros en la mayoría de debates en la Cámara Baja; alguno puede que sea agraciado con un Ministerio -esos que tanto despreciaba Puente cuando no era candidato a ninguno-. 

Puestos a imaginar la foto del futuro ejecutivo sanchista en las escaleras del Palacio de la Moncloa, no estaría de más ver al excalcalde vallisoletano junto a su tocayo López. El primero como ministro de administrar territorios, dada su capacidad para enfrentar provincias, y el segundo como responsable de Igualdad y nueva Masculinidad, una vez que demostró su maestría para negociar con un condenado por acoso sexual una moción de censura para lograr la Alcaldía de Ponferrada. Los dos, Puente y López, no se soportan, pero los odios se olvidan cuando hay causas y botines mayores. 

Otra alternativa con la que pagar al exregidor pucelano sus favores es dejarle a cargo de las redes sociales del Gobierno. Entonces sí que nos íbamos a divertir y a aprender improperios sin necesidad de acudir a los traductores del Congreso.