La pluma y la espada - Miguel de Cervantes

Su peripecia teatral y las aún peores como recaudador (III)


Varias obras suyas se representaron en Madrid sin reportarle dinero, ni fama, por lo que se puso a trabajar para la Corte cobrando impuestos por España

Antonio Pérez Henares - 17/04/2023

La poesía, el género entonces considerado mayor de la literatura, otorgaba el prestigio y los honores. El teatro, también versificado, comportaba la fama y los dineros, sobre todo las comedias que abarrotaban los corrales y en las que se daban cita desde la realeza y los nobles al pueblo más llano y los pícaros más descarados. Cada uno en su sitio, claro. No es de extrañar ese lamento cervantino de reconocer que a pesar de sus afanes y desvelos no obtuviera la gracia del cielo ni tampoco de las gentes para tales menesteres.

Lo suyo, lo de don Miguel de Cervantes, ha quedado bien demostrado y fijado hasta el presente era la novela. Con ella ha sucedido lo que entonces parecía algo imposible. Quienes fueron los más grandes y admirados en aquel esplendoroso Siglo de Oro, y siguen siéndolo hoy, permanecen en buena medida ensombrecidos por él.

Género menor 

La novela era entonces un género considerado menor. La pastoril, culta y relamida y por supuesto también en verso, y la de caballerías tenía su público pero no reportaba ni la gloria ni el dinero de las anteriores. La picaresca aún menos y sí mayor peligro. El poeta y diplomático Hurtado de Mendoza, por precaución y no desdorar a su ilustre apellido, se guardó de firmar el Lazarillo de Tormes. Y, por ello, el mayor de los genios en un siglo de genios, Miguel de Cervantes, murió pobre y muy lejos de los reconocimientos que otros ilustres contemporáneos suyos obtuvieron. La posteridad, sí supuso luego el universalizar su nombre para siempre y hasta el día de hoy ser más reconocido y leído que aquellos. Pero entonces, Cervantes murió pobre y hasta, en no pocas ocasiones, escarnecido. Es lo que tiene ser un adelantado a su tiempo.

Casa que ocupó el escritor en Valladolid entre los años 1604 y 1606 al seguir a la Corte. Actualmente es un museo.Casa que ocupó el escritor en Valladolid entre los años 1604 y 1606 al seguir a la Corte. Actualmente es un museo.La primera obra editada y publicada como propia por Cervantes fue La Galatea, precisamente una novela pastoril, que había ido escribiendo a partir del año 1581 y que tenía previsto continuar con una segunda parte que nunca llegó a concluir, a pesar de irlo prometiendo de continuo a lo largo de su vida. Cobró por ella a un mercader de libros llamado Blas de Robles 1.336 reales en el año 1584 y apareció al año siguiente en Alcalá de Henares.

Ese mismo año se marchó a vivir a Esquivias (Toledo) para atender un encargo. Una señora de allí, Juana Gaytán, quería publicar un poemario de su difunto marido Pedro Laínez. Cervantes acabó casándose con una joven muchacha de la localidad toledana de tan solo 19 años de edad, por los 37 suyos, que aportó una cierta dote a su no muy boyante hacienda.

Según el muy documentado estudio del académico Martín de Riquer, autor de su biografía para la real Academia de la Historia al analizar La Galatea «Después de sus experiencias de Lepanto y de Argel quizá se esperase de Cervantes otra cosa, algo más real, más personal y de mayor originalidad, pero en él pesan todavía las lecturas hechas cuando fue soldado en Italia (son numerosas las influencias italianas en La Galatea) y, deseoso de olvidar sus recientes penalidades y enzarzado en problemas sentimentales (Ana Franca, Catalina de Salazar), transfigura la intimidad de sus confidencias en el ideal mundo pastoril. La prosa de La Galatea es bella, matizada y artificiosa; y sus numerosas poesías intercaladas, la mayoría de las cuales son lamentaciones amorosas, revelan el influjo de Garcilaso, Herrera y fray Luis de León, principalmente. Entre los muchos versos de La Galatea, por lo general discretos, hay momentos que apuntan verdaderos aciertos. Gran interés para la historia literaria encierra el poema titulado Canto de Calíope, inserto en el libro sexto, donde Cervantes celebra y enjuicia epigramáticamente un gran número de escritores de su tiempo».

Escultura de Catalina de Palacios, esposa de Cervantes, en Esquivias (Toledo).Escultura de Catalina de Palacios, esposa de Cervantes, en Esquivias (Toledo).El biógrafo hace en estas líneas una aportación interesante. Cervantes no se acopló muy bien al matrimonio con Catalina ni a la vida de casado. A su mujer ni siquiera la menciona en ninguno de sus escritos y, por decirlo suavemente, paró poco por el domicilio conyugal. Pero fue allí, en Esquivias, donde el célebre autor comenzó a escribir toda una serie de obras de teatro que fueron representadas en Madrid.

Corrales de comedias

Desde niño, ya a Miguel de Cervantes le gustaba mucho el teatro y tenía particular devoción por Lope de Rueda, como él mismo confiesa. «Me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento [...] Y, aunque por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos agora en la edad madura que tengo, hallo ser verdad lo que he dicho» e incluye además esta frase en la segunda parte de El Quijote diciendo que en su juventud «se le iban los ojos tras la farándula».

Fue por aquellos años, entre 1582 y1587, cuando parece que se representaron en los conocidos como corrales de comedias de Madrid algunos de los entremeses teatrales de Cervantes, entre ellos, dos que describían sus experiencias personales como cautivo de los moros: Los baños de Argel y La gran sultana, así como El rufián dichoso y las tragedias El cerco de Numancia y Jerusalén.

Según él mismo relata con minuciosidad y detalle, tuvo un importante éxito con ellas: «con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta 20 comedias o 30. Todas ellas se recitaron sin que se les diese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas» pero entonces sucedió, que según contaba «Tuve otras cosas en que ocuparme, dejé la pluma y las comedias, y entré luego el Monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega».

Lope de Vega

Aquí ya no tuvo mucho que hacer. «Alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de 10.000 pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, o oído decir, por lo menos. Y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus numerosos trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él sólo», describe el alcalaíno más ilustre.

La relación entre ambos escritores, aunque al final de la vida de Cervantes llegaran a compartir la misma calle madrileña, no fue precisamente buena y sobre todo Lope de Vega le dedicó los mas duros epítetos como poeta, como autor teatral y descalificó de manera cruel a El Quijote. Cervantes, aunque se resintió y contestó, tuvo mejor reconocimiento a sus obras como se ha comprobado en el párrafo anterior.

Las otras «cosas en la que ocuparse» eran las que le había llevado, amén de dejar las comedias, a abandonar también Esquivias, donde se quedó su mujer. Realizó largos viajes a Andalucía y luego, se aposentó en Sevilla en el año 1587, cuando se le nombró comisario de provisiones de la Armada Invencible. Para lo cual hizo continuos viajes desde Madrid a Toledo, pasando por la capital del Tajo y Ciudad Real, empapándose del paisaje y el paisanaje manchego que tan determinante sería en su gran obra, El Quijote, pero también en sus dos famosos pícaros: Rinconete y Cortadillo. 

Recorría los municipios sevillanos requisando cereales y aceite y al embargar algunos de la Iglesia se ganó nada menos que la excomunión del Provisor del Arzobispado de Sevilla y ver su nombre como tal expuesto en las iglesias de Écija.

Preso en el sur

No fue la peor de sus cuitas las protestas y denuncias de los pueblos. En especial, este de Écija cuyo corregidor acabaría por encarcelarlo en la localidad cordobesa de Castro del Río en septiembre de 1592. Fue prestamente puesto en libertad y exonerado después. A continuación tuvo un contratiempo mayor. Se le dio el cargo y la misión de cobrar los atrasos de tercios y alcabalas que se debían en el Reino de Granada y que se habían calculado en 2,5 millones de maravedís. Para ello hubo de depositar una importante fianza en la que, de nuevo, recurrió a la ayuda de su mujer toledana. La desdicha se cebó con él. Los dineros  recaudados los depositó en un banco y el banquero quebró, con lo cual no pudo entregarlos. Acabó en la prisión de Sevilla durante tres meses en el triste año de 1597.

Aquello le dejó mucha huella y a la larga fue trascendental para su obra. Allí comenzó a idear El Quijote, que según propia confesión, fue engendrado en una cárcel. Allí conoció a muchos personajes de toda ralea y condición. Para su famoso patio de Monipodio del Rinconete y Cortadillo le vino de perlas el aprendizaje.

Miguel de Cervantes abandonó la capital andaluza en 1600.  Aquel año le llegó una aciaga noticia: la muerte de su hermano Rodrigo, su compañero de juventud en los Tercios y que había continuado en el oficio después. Había fallecido de un arcabuzazo en la primera batalla de las Dunas, que se considera por muchos el primer revés de los Tercios en Flandes.

Las Cervantas

En el año 1604, Cervantes había seguido a la Corte a Valladolid y se había establecido allí con su mujer, Catalina, dos de sus hermanas, Andrea y Magdalena, y una hija de la primera de estas, Constanza, y otra suya, Isabel, habida de sus amoríos con la tabernera madrileña, que había quedado huérfana.

Todas ellas, excepto claro, su esposa, estaban solteras, pero eso no quería decir que no hubieran conocido varón. Andrea, ya con 60 años, había tenido a su hija de un tal Nicolás de Ovando, con idéntico nombre del que fuera gobernador de la Española, muerto un siglo antes. La más pequeña, Magdalena, de unos 50 años, percibía como compensación diversas cantidades, donaciones o reparaciones de hombres que, tras convivir con ella, habían roto su palabra de matrimonio. Magdalena, por similar concepto, está documentado que recibió en 1581, 300 ducados de Juan Pérez de Alcega. Constanza de Ovando, la hija natural de Andrea, en 1596, acogió la importante cifra de 1.300 ducados de Pedro Lanuza, hermano de Justicia de Aragón, que se haría famoso por amparar al traidor secretario de Felipe II, Antonio Pérez, y aún consta que cobraría, de Gregorio de Ybarra, residente en Perú, en 1614, otros 1.000 reales por una deuda similar.

Todo aquello era en aquel tiempo algo aceptado y regulado, incluso legalmente, pero no puede decirse que contribuyera a mejorar la reputación de las Cervantas, como peyorativamente se las denominaba.

Don Miguel para entonces y desde que publicara La Galatea, a mediados de los años 80, Cervantes, no había enviado a imprenta ningún libro más. Se habían estrenado algunas de sus obras teatrales, nada más. Sin embargo, había seguido escribiendo. De hecho, tenía muy avanzada la primera parte de El Quijote. Su nombre no tenía relevancia alguna por aquel entonces en las letras españoles, no era conocido por nadie.

Todo estaba a punto de cambiar en la vida de Cervantes. El gran acontecimiento, que tendría después la más inmensa repercusión en la literatura mundial, empezaba a eclosionar.