Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


La cuenta, por favor

29/05/2023

Resulta que en el casco histórico de Burgos los hosteleros andan con las orejas tiesas por culpa de un taimado ciudadano que en las últimas semanas se está mostrando particularmente diestro en el arte de irse sin pagar de los bares. Para referirnos sus fechorías, este periódico ha llevado a titulares una de esas expresiones informales que triunfan en la calle mucho antes que en el diccionario académico: la apócope 'simpa', que designa la vituperable práctica de salir huyendo de una taberna con el avieso propósito de no abonar el vermú de grifo y las gambas a la gabardina que previamente nos hemos empujado. 

Ha de precisarse que el 'simpa' no es, ni mucho menos, comportamiento exclusivo de pícaros, descuideros y gentes de mal vivir, sino que también le han cobrado afición de un tiempo a esta parte algunas de las grandes fortunas de España: los bancos se han convertido en los principales morosos de las comunidades de vecinos, pues al parecer se les antoja intolerable tener que satisfacer la cuota mensual de los pisos que han ido embargando, y la Hacienda pública deja de recaudar cada año más de 4.000 millones de euros debido al escamoteo fiscal que practican algunas multinacionales en 'paraísos' y territorios de baja tributación, como las Islas Bahamas, las Caimán o la poco ejemplar Suiza. 

Otros posibles 'simpas' de dimensiones colosales tienen estos días al mundo en un credo, pendiente de que Estados Unidos llegue a un acuerdo para elevar su techo de deuda: según dicen quienes saben de esto, de lo contrario la principal economía del mundo entraría en suspensión de pagos, sin dinero para afrontar las obligaciones del país (sueldos públicos y pensiones incluidos) y, en tales circunstancias, los mercados mundiales entrarían en pánico y deberíamos prepararnos para afrontar una crisis económica de dimensiones tales que ríase usted de la que se declaró en 2008.

Así que, vistas las cosas en perspectiva y con la que está cayendo, tampoco nos deberían quitar en exceso el sueño esos golfos de medio pelo que se van corriendo de una barra para no pagar dos cañas y una ración de patatas bravas en la calle de San Lorenzo.