Y al tercer año... llegó la libertad

G. Koleva (SPC)-Agencias
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La vida cambió de la noche a la mañana el 14 de marzo de 2020, pero ahora que se ha superado la pandemia los españoles empiezan a respirar aires de tranquilidad

Y al tercer año... llegó la libertad - Foto: EFE

Atrás quedan los aforos en espacios cerrados, el toque de queda, las PCR obligatorias o los paseos por franjas horarias. Con las mascarillas como únicas supervivientes de una pesadilla que parece ya lejana, la normalidad (o casi) ha vuelto a formar parte de la vida de los españoles, que durante tres largos y tediosos años vieron cómo su libertad quedó en un segundo plano con la irrupción de una pandemia que ha transformado el mundo.

Ahora, la emergencia sanitaria se ha rebajado y se respiran aires de tranquilidad. Si 2022 permitió viajar de nuevo, coger aviones, reunirse con amigos y retomar celebraciones multitudinarias, por fin sin drásticas restricciones, la plena recuperación se vislumbra para este año y el optimismo empieza a apoderarse de la mayoría de las personas. Pero pasar página, si es que es posible hacerlo, no ha sido fácil.

Una nueva amenaza sanitaria procedente de China, inicialmente llamada «neumonía de Wuhan», empezaba a acaparar a principios de 2020 todos los titulares. Parecía lejano, imposible, pero la COVID-19 estaba desplegando sus tentáculos por el mundo y España no fue ninguna excepción. Con las cifras de contagiados aumentando cada día, el país se paró en seco y la vida cambió de repente.

«Las medidas que vamos a adoptar son drásticas y van a tener desgraciadamente consecuencias». Esas fueron las palabras que utilizó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez -por aquel entonces en los inicios de su nueva legislatura-, para decretar el 14 de febrero el estado de alarma, un instrumento que se aplicaba por primera vez para toda la población y que obligó a los ciudadanos a confinarse en sus casas.

De la noche a la mañana, España pasó de la normalidad a un escenario casi apocalíptico. Se prohibió salir a la calle, excepto para acudir a los puestos de trabajo esenciales, comprar artículos básicos o pasear a los animales de compañía. Los colegios y universidades comenzaron a impartir las clases de forma telemática, la restauración echó el cierre -y muchos locales se vieron obligados a hacerlo para siempre- y se suspendió la libertad de movimiento en el territorio.

Prometían ser 15 días, pero el primer decreto se extendió, tras sucesivas prórrogas quincenales, a lo largo de más de tres meses en los que la vida se concentró en los balcones y ventanas de las casas. La población rompía a aplaudir para ensalzar la labor de los sanitarios al ritmo de Resistiré, que se erigió como el himno frente a la pandemia. Mientras, el móvil y las videollamadas se convirtieron en los grandes aliados del confinamiento para estar cerca de los seres queridos.

Aún con el estado de alarma vigente, la nueva normalidad empezó a hacerse realidad en mayo con un plan de desescalada que permitió volver a salir a la calle. Eso sí, con paseos individuales y por franjas horarias. Gradualmente, los españoles pudieron reunirse de nuevo en las terrazas de los bares o acudir al cine, pero sin olvidarse de la distancia interpersonal, el gel hidroalcohólico o la mascarilla. 

El fin de ese primer estado de alarma llegó el 21 de junio, pero a él le siguió otro el 25 de octubre, que se prorrogó hasta el 9 de mayo. Al decaer su vigencia, se decidió que la gestión de la pandemia debía recaer a partir de entonces en las autonomías, mientras el Gobierno depositaba toda su confianza en la vacunación masiva de la población.

Lo cierto es que las campañas de inmunización sí parecen haber servido para frenar las numerosas oleadas de contagios por SARS-CoV-2 y sus sucesivas variantes, hasta el punto de que el país -y prácticamente todo el mundo- ya ha recuperado casi toda la libertad de la que antes gozaba.

Las otras secuelas

Sin embargo, los expertos siguen insistiendo en la importancia de la prevención, porque la emergencia sanitaria continúa y no ha desaparecido un virus que ha provocado más de 13,8 millones de contagios y más de 119.000 muertes en España.

Y, a pesar de que muchos aseguran haber podido pasar página, las secuelas del coronavirus, más allá de los síntomas persistentes, siguen formando parte del día a día.

En opinión del doctor en Psicología, Julen Alba Muñoz, problemas como la ansiedad o depresión, que ya «existían previamente, afloraron con la pandemia y el confinamiento», y los sentimientos de «soledad» y «abandono» se acentuaron, especialmente entre la gente mayor. «A todos nos robaron dos años de nuestra vida», puntualiza este experto, que considera que la reacción de la población fue un «sálvese quien pueda» ante una pesadilla que poco a poco se intenta olvidar.