Vuelven a sonar las campanas en Carcedo de Bureba

B.G.R.
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Esta pequeña localidad reinaugura su iglesia después de más de cuatro décadas cerrada. Durante un año, el trabajo de los vecinos para adecentar el interior ha permitido retomar las celebraciones religiosas en este templo del siglo XII

Vuelven a sonar las campanas en Carcedo de Bureba - Foto: Alberto Rodrigo

Fausto Martín se apresura a subir la empinada cuesta que separa la iglesia del pueblo. Pasan las once y media de la mañana y tiene un cometido importante por delante; volver a hacer sonar las campanas del templo dedicado a Santa Eulalia después de más de 40 años cerrado. Una vez conseguido, comienza el desfile de vecinos, rememorando estampadas del pasado, mientras que Ángela Ruiz, la joven alcaldesa de Carcedo de Bureba, escucha desde casa el repique y siente mariposas en el estómago.
El de ayer no fue un sábado cualquiera en esa pedanía. «Es un día grande, buenísimo y estamos muy contentas», aseguraban Angelita, Mila, Tere y Alicia de camino a la primera misa de doce. Esta última recordaba la celebración de su primera comunión, «como si fuera hoy», y entre todas relataban el devenir de la iglesia. Como en tantos otros pueblos de la provincia, la despoblación hizo mella, quedándose en el terruño tan solo las personas de mayor edad. La singularidad de la ubicación de Santa Eulalia, como oteadora privilegiada del lugar, hacía difícil su acceso, con lo que se decidió habilitar una capilla en las antiguas escuelas para acoger las celebraciones religiosas.
El templo dejó de funcionar, abriéndose solo para ocasiones muy puntuales, y el paso del tiempo agravó su deterioro. «Yo ya le daba por cerrado para siempre», reconocía Aurelia, nacida en Carcedo de Bureba y que había venido expresamente de la capital burgalesa para asistir a la celebración. El empeño de Ángela Ruiz cambio el destino. Alcaldesa con solo 26 años, nunca vio Santa Eulalia abierta, pero la consideraba parte de ella a través de las historias contadas por familiares y vecinos. «Se me ocurrió un día hablando con el juez de paz, Paco, y poco a poco lo hemos conseguido», aseguraba sin dejar de mostrar su satisfacción por una experiencia en la que primero les trataban «casi de locos porque decían que dónde nos metíamos».

 

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